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En un tatami de color azul de la Comisaría de Delicias de la Policía Nacional de Valladolid la actividad no frena. Incluso, a veces, el ruido es ensordecedor entre las instrucciones del responsable y los decibelios que se generan cuando el aparato eléctrico es puesto ... en marcha. No se escapa ni un detalle y solo escuchar que ese inmovilizador descarga corrientes eléctricas ya impone. Mejor no ponerse delante de ellas, aunque en ese momento de entrenamientos y formación estén descargadas.
Son las Taser. La nueva y última herramienta del Cuerpo Nacional de Policía. Las llevan equipadas desde hace un poco más de un año y desde entonces no se ha parado de formar e instruir a los policías por si en la calle, y ante situaciones excepcionales, son necesarias emplearlas para reducir a un posible sospechoso. Y como buen instrumento ya se ha empleado a pie de la calle vallisoletana. Concretamente en una decena de ocasiones y casi siempre ante personas con brotes psicóticos o problemas mentales. Una de esas ocasiones sucedió durante la pasada Nochevieja, cuando se puso en funcionamiento el dispositivo para frenar la agresión de un joven que pretendía atacar a los policías con una botella de cristal cuando mediaban en un enfrentamiento entre madre e hijo.
Sobre su cuerpo se desplegaron los dos dardos (arpones) para bloquear el sistema nervioso del exaltado joven por el que recorrieron hasta 50.000 voltios. Después de la descarga se le detuvo. «Es un nuevo elemento destinado a mejorar la seguridad ciudadana. Se habla muchas veces de que son sustitutivas de las armas de fuego y no es así. A nosotros ni siquiera nos gusta denominarla arma», apunta Francisco Álvarez, portavoz de la Policía Nacional en Valladolid, sobre un artilugio que tiene forma de pistola y que, a tenor de lo visto en la formación, los agentes se mueven y la empuñan de la misma manera.
Actualmente, la Policía Nacional de Valladolid cuenta con siete Taser (a las que suman otras 6 que tiene en funcionamiento la Policía Municipal), si bien la intención es de ampliar ese número. De hecho, en las próximas semanas los agentes de la Nacional contarán con otras quince. «En cada turno siempre tenemos tres o cuatro inmovilizadores entre los radiopatrullas. El tiempo de reacción para que una Taser llegue a un conflicto es muy pequeño», recalca Álvarez.
Hasta el punto de que más de un centenar de agentes ya cuentan con la formación necesaria para utilizar el dispositivo. Cifra que va en un aumento como muestra la formación de los policías en clases prácticas.
Lecciones didácticas en las que los policías, convertidos en alumnos por unos días, ponen en práctica lo aprendido. Intentan acercarse a una intervención real, por lo que escenifican lo que en un futuro se podrían encontrar en la calle. «Quieto, manos arriba» es una de las frases que más se escucha en el gimnasio de la Comisaría. A esas voces se añaden movimientos en equipo para acorralar al sospechoso y, si no queda más remedio, pulsar el 'gatillo'. Para ello, cuentan con una silueta humana por la que circularía la corriente eléctrica y en la que afinan la puntería.
Lo que evidenció El Norte de Castilla, durante el transcurso de una hora, fue a una de las policías completar una buena intervención. Así lo atestiguó, con su correspondiente felicitación, el instructor del curso. Y lo hizo porque esos dos disparos que salieron del inmovilizador fueron a parar al glúteo y la espalda de esa persona ficticia. Lo que viene a ser una ejecución perfecta. «Si uno de los dos arpones se pierde y no conecta con el cuerpo no funcionaría. Es preferible disparar a la espalda, evitar la cabeza y no emplearla si están corriendo. No es recomendable accionarla en personas bajo los efectos del alcohol, embarazadas, ancianos...», remarca Álvarez en plena instrucción.
Aunque sea una sola persona la que porte el inmovilizador, el trabajo que se evidencia es de todo el equipo. «Implica a todos los agentes», agrega el policía. De hecho, la intervención con las Taser se puede grabar, material multimedia que se pondrá a disposición de la autoridad judicial para dejar constancia de la intervención.
Estos dispositivos de electrochoque son armas con forma de pistola que, al activarlas, dispara dos dardos que aplican una descarga eléctrica al hacer impacto en el cuerpo de la persona, que la incapacita temporalmente. La descarga es un impulso eléctrico de unos 50.000 voltios y una duración limitada, normalmente de unos 5 segundos, que confunde al sistema nervioso y produce una paralización muscular, provocando una incapacitación temporal de la persona.
La descarga puede ser continua y prolongada si se mantiene el gatillo apretado o reiteradas tantas veces como se presione y suelte el gatillo, o puede interrumpirse. También se pueden utilizar como arma de contacto directo, pues hace saltar una chispa entre los electrodos que en contacto con el cuerpo de la persona produce una descarga eléctrica localizada.
Entre los inmovilizadores que suman la Policía Nacional y la Municipal, la capital cuenta con siete de estos dispositivos. No todos están en la calle a la vez, si bien sí que están cubiertas las 24 horas del día. La situación cambia considerablemente en la Guardia Civil, donde sus agentes tienen que cubrir una extensión de 7.000 kilómetros cuadrados (unos 950 tiene la capital) y dar seguridad a una población que supera las 200.000 personas con menos pistolas inmovilizantes. Este es uno de los eternos reclamos de la Asociación Unificada de Guardias Civiles de Valladolid, que lamentan que estos artilugios no estén disponibles las 24 horas y que solamente se dispongan de dos y dependiendo del servicio de USECIC. Precisamente parte de esta unidad se encuentra estos días en Valencia, lo que reduce «aún más» que esas Taser estén en la calle, según recalca la asociación. Son las Taser con jornada reducida de Valladolid.
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