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«Son medio centenar de viviendas unifamiliares que han sido construidas para los productores (...), en las que queda patente la buena acción social de la empresa», rezaba la crónico del NODO de mediados de los años cincuenta del siglo pasado en el que alababa ... el asentamiento de Tableros de Fibras (Tafisa), inaugurada al borde del Canal de Castilla el 15 de octubre de 1951, y la entrega de llaves al medio centenar de operarios que estrenaron unos meses después el flamante grupo San Alberto El Magno, situado a las puertas de la fábrica (a los dos lados de la avenida de Burgos), y que ocuparon sus familias hasta mediados de los años noventa.
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Los dos últimos matrimonios salieron de sus viviendas en 1996 y aquel singular poblado que intercalaba casas blancas unifamiliares con pareados, todas ellas con su jardín y huerta, comenzó un imparable declive urbanístico que cumple ya un cuarto de siglo hasta convertirse en un poblado fantasma a la espera de un proyecto que recupere este espacio de cuarenta hectáreas para la ciudad.
Allí llegó a proyectarse, y a comercializarse, bloques de cuatro alturas con 250 pisos hace trece años. Pero el plan no cuajó. Hoy sus ruinas están integradas en el desarrollo urbanístico del eje de la avenida de Burgos por el norte y el terreno está destinado a albergar modernos adosados tanto en la margen derecha, junto al canal (allí había quince viviendas), como en la izquierda, en el citado Grupo San Alberto Magno (conformado en su origen por treinta y cinco viviendas, una escuela, una capilla y un campo de fútbol).
Las casas originales de los años cincuenta se encuentran en su mayoría en ruinas y, al carecer de protección urbanística, están destinadas a pasar por la piqueta.
El grueso del poblado de Tafisa, situado al otro lado de la avenida (frente a la fábrica hoy de la compañía Sonae Arauco), encajonado entre esta y la ronda (el camino que lo bordea se llama del Carrizo), presenta un aspecto fantasmagórico, con un perímetro vallado a cargo del único inquilino del grupo San Alberto El Magno, Juan, un hombre vinculado durante años al sector de la hostelería, que ocupa una vivienda (sin agua a día de hoy) y que ha llegado a regentar un chiringuito en la entrada (el cartel aún es visible desde la avenida).
Lleva allí 22 años y afirma que allí seguirá «hasta que me echen». Él era hace diecisiete años, o eso asegura, «el encargado de la obra de los pisos que llegaron a proyectarse a cargo de una cooperativa en 2003». El proyecto no cuajó (hubo otro posterior entre 2007 y 2008) y él continúa allí a la espera de una «indemnización» que no tiene visos de llegar a cobrar.
La situación de los terrenos a día de hoy ha cambiado y el núcleo principal del poblado, donde reside Juan, pertenece ahora a una entidad bancaria (Unicaja). Las otras quince casas, situadas a las puertas de la fábrica, junto al canal, son aún de Sonae Arauco.
«El problema se encuentra precisamente en que los terrenos pertenecen a dos dueños distintos, aunque la unidad de actuación es la misma y estamos pendientes de reunirnos con los dos para que, al menos, inicien las labores de derribo de las viejas viviendas y urbanicen estos dos sectores del antiguo poblado de Tafisa», explica el concejal de Urbanismo, Manuel Saravia, quien aclara que en los terrenos cabe la posibilidad (contemplada en el Plan General de Ordenación Urbana) de «construir viviendas unifamiliares, adosados o pareados», cuya edificación (sin fecha) daría continuidad al barrio que ya está urbanizado y en fase de construcción al otro lado de la ronda norte, en la margen izquierda de la avenida de Burgos (mirando al norte), donde está prevista la construcción de 1.146 pisos que prolongarán La Victoria y Puente Jardín.
A continuación, pasada la ronda, existe ya un proyecto municipal en marcha para otorgar un carácter urbano a la prolongación de la avenida de Burgos, en el que tendrá cabida una primera rotonda de acceso precisamente al grupo San Alberto El Magno y a las viviendas situadas a la derecha, a las puertas de la planta de Sonae Arauco. Más adelante se habilitarán dos rotondas más de acceso al camino del Espino y a La Overuela (una demanda histórica de este barrio).
El poblado de Tafisa, entre tanto, continúa su imparable proceso de deterioro y a día de hoy permanece poblado de maleza entre el arbolado del otrora núcleo urbano un tanto aislado de la ciudad y que concebido casi como una ciudad jardín en un concepto urbanístico inédito entonces en una capital en la que florecieron poblados más integrados como los de Endasa (Barrio España) o Fasa (Delicias). Su estructura responde a calles transversales jalonadas por casitas blancas (adosadas o pareadas) con una entrada principal en la que permanecen en pie las escuelas y la capilla. Detrás justo vive Juan, con sus perros, cuya presencia desaconseja pasear por este monumento decadente a la arquitectura franquista de mediados del siglo XX.
Las casas que se mantienen en pie, cada vez menos, muestran pequeñas viviendas que rondan los sesenta metros cuadrados, en las que un pequeño porche recibe al visitante para dar paso a un cuarto de estar con una pequeña cocina adosada (su estructura muestra la presencia en su momento de bilbaínas tradicionales), un pequeño baño y un par de habitaciones no muy espaciosas. Fuera estaba el hueco de la gloria de leña, con las paredes exteriores aún ennegrecidas por el humo, que calentaba el hogar.
A la entrada del poblado, en el jardín situado ante las escuelas y la capilla (escenario en 1996 de una rocambolesca suerte de misa negra con cadáveres exhumados del cementerio de El Carmen), permanecen aún hileras de sillas de terraza y los restos de los cobertizos del negocio fallido de Juan, que abrió por última vez en verano y cuyo flamante deportivo amarillo suele estar aparcado cerca de la verja y de la casa (la última ocupada por una familia de Tafisa hasta su marcha en 1996) en la que vive el último inquilino.
Al otro lado de la avenida de Burgos, al borde del Canal de Castilla y de la fábrica, se mantienen en pie algunas de las quince casas del otro lado del poblado, que fueron tapiadas en 2009 después de años de expolios y vandalismo. Ante esta hilera de casitas blancas sí permanece abierto el club social de Tafisa, que abrió sus puertas tres lustros después de la inauguración del poblado y en el que aún se reúnen sus trabajadores para comer o bañarse en verano en la piscina (las instalaciones de Sonae están unidos al bar por una pasarela peatonal sobre el canal). Algunos de sus clientes, los más veteranos, vivieron en su día en el poblado. «Da muchísima pena ver el estado en el que se encuentra ahora», reconoce una de aquellas inquilinas, que está aún en activo en la factoría.
Un oxidado buzón colgado de la verja de entrada al fantasmagórico grupo San Alberto El Magno denota la presencia de inquilinos en su interior. Eso y el deportivo amarillo aparcado detrás de las antiguas escuelas, cuyo patio fue reconvertido en un fallido chiringuito por Juan, el «'chérif' del poblado», un hombre vinculado durante años a la hostelería y que asegura que fue contratado hace veintidós años «como encargado de la obra» de construcción de viviendas en los terrenos. Nunca se hicieron. «Entré aquí en 1998, cuando hacía poco que se había ido la última familia, con un contrato de encargado», recuerda. El caso es que aquella promoción (luego hubo otras que tampoco cuajaron) «se fue al garete» y Juan afirma ahora que mantiene un contencioso desde entonces con los dueños del terreno para que «me paguen el dinero que me deben desde entonces», y que él estima en más de un millón de euros.
Con luz y sin agua corriente
Tiene luz, pero el agua (estaba enganchado aún a la fábrica) se lo cortaron hace algunas semanas. Y aún así adelanta que no se va. «De aquí no me muevo hasta que me paguen». Y así lleva 22 años. El «'chérif' de Tafisa», entre tanto, mantiene la verja perimetral de un terreno de 40 hectáreas casi infranqueable. «Pasas miedo, y por eso tengo los perros», suspira el 'vigilante'.
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