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«Era como vivir en un pueblo con una gran familia»
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Araceli Pérez, la última vecina que salió del grupo San Alberto Magno, recuerda sus vivencias junto a sus dos hijas«Con lo felices que hemos sido aquí...», suspiraba con pena Araceli Pérez, de 88 años, mientras paseaba junto a sus dos hijas, Isabel y Araceli, por las ruinas en las que se ha convertido el poblado de Tafisa. Ella, junto a su marido, ya ... fallecido (un trabajador de la planta inaugurada el 15 de octubre de 1951), fueron los últimos habitantes en abandonar el grupo San Alberto El Magno en 1996.
Allí ocupaban desde finales de los años cincuenta una casa unifamiliar situada detrás de las escuelas y la capilla del complejo residencial de operarios de la fábrica de maderas (la misma en la que reside ahora un solitario inquilino ajeno a la empresa). «Llegó un momento en el que mis padres se quedaron solos después de que la mayoría de las familias dejaran el poblado para mudarse a raíz de que la empresa cambiara de manos y los nuevos propietarios dejaran de preocuparse tanto por el mantenimiento», recuerda Isabel, la hija mayor de Araceli, hoy de 64 años y que llegó con apenas cuatro al poblado.
Allí crecieron Isabel y su hermana Araceli, cuatro años menor que ella. «Era como vivir en un pueblo con una gran familia que aún hoy, tanto tiempo después, continúa reuniéndose cada año para celebrar la fiesta de San Alberto El Magno», explican sin poder ocultar su pena por «la situación ruinosa de las viviendas».
El poblado nació fruto de una legislación franquista (de 1946) que obligaba a las empresas a facilitar la vivienda a los obreros. «Tafisa era muy paternalista y siempre se ocupó de todo, desde la leña para la gloria hasta el mantenimiento de los servicios comunes, a cambio de una renta básica» que hizo que muchas familias mantuvieron aún sus casas en uso (contaban con jardín y huerta en un paraje arbolado) como «segunda residencia de verano». Luego todo cambio y en los años noventa se fue vaciando el poblado hasta que solo quedó una familia allí. «La situación se volvió peligrosa, con todas las casas vacías en un sitio aislado, y al final logramos convencer a mis padres de que se compraran un piso dentro de la ciudad».
El grupo San Alberto El Magno llegó a ser «autosuficiente» de la urbe a la que pertenecía desde poco después de la entrega de llaves, recogida por el NODO, a mediado de los años cincuenta. «Teníamos nuestras escuelas, la capilla, la tienda, el bar, una especia de casino... y quince años después abrieron el club social con la piscina que aún utilizan los trabajadores (ahora se Sonae Arauco)», relata Isabel, quien destaca que «aquí se vivía muy bien y formábamos una gran familia en la que celebrábamos todo juntos y se lloraba todo juntos». Eso a pesar de que el poblado se encontraba entonces, y aún hoy, en un entorno un tanto aislado de la urbe al que apenas llegaban autobuses.
«Hubo un intento de los trabajadores por comprar las casas, pero la nueva empresa no lo aceptó y el poblado acabó muriendo con la salida de nuestros padres y de otra familia que vivía en las casas de abajo (junto al canal». De eso hace ya 24 años.
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