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'Placi' dice adiós al Mesón Herbe tras casi medio siglo detrás de una barraTodavía recuerda 'Placi' aquella ocasión en la que el cocinero del Bus Stop, el bar en el que se estrenó como camarero a los 14 años, le invitó a limpiar unos cuantos kilos de pescado en una gran pila para familiarizarse con el trabajo en ... los fogones y ficharle para la tarea. Él ya lo vio claro entonces. «Quita de peces, lo mío era más la cafetera, el grifo de cerveza y poner vinos», rememora. Casi medio siglo después, aquel adolescente al que unas Matemáticas atragantadas lo sacaron de la escuela de su Villanubla natal para introducirlo en el siempre esclavo mundo de la hostelería, dejará este miércoles la barra del Mesón Herbe de calle Gregorio Fernández, uno de los tres negocios que los hermanos Hernández Benito (de ahí Herbe) fundaron en la capital y en el que Plácido Herrador ha desarrollado el grueso de su trayectoria: nada menos que 47 de los 49 años que este camarero «de los de toda la vida» ha estado a pie de mostrador.
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Anda Javi Domínguez, marido de la propietaria del establecimiento, algo contrariado con esta merecida jubilación. «A ver dónde encuentro a alguien que le sustituya, de estos ya no existen, además para nosotros es ya parte de la familia», subraya el esposo de la dueña. Se van las que han sido la cara y las manos de la taberna, un empleado «ejemplar» que ahora espera con ganas el inminente descanso. «Tener tiempo para mí, para la familia, eso es lo que espero, porque esta profesión ata mucho; por ejemplo para mí la pandemia fue estupenda porque disfrute de cosas que nunca había podido hacer», confirma. Cuando era soltero aún sacaba un rato para ir a cazar o a pescar truchas al Órbigo, pero ya casado y cuando vinieron los hijos del trabajo a casa y de casa al trabajo. Eso sí, con alguna salida con sus colegas de gremio tras bajar la persiana para echar una copa en el Siete Siete o ver la actuación de esa noche en La cabina. «Entonces Valladolid estaba a tope todos los días», destaca este barman que ofrece las dos claves para despachar durante tantos años y que los clientes le quieran a uno: «buena cara y algo de mala hostia», apunta con simpatía para referirse al nervio necesario para mantener a raya la impaciencia de los que esperan su consumición.
Llegó a esta carrera de rebote, porque su primera idea, tras constatar boletín tras boletín que lo suyo no eran estudios, fue trabajar en la tienda de ropa de Jaime Valentín. Había cierta amistad con la familia y no era un mal destino para el chico. Sin embargo, los endemoniados horarios de aquellos autobuses que en 1974 unían el pueblo con la capital cambiaron los planes. Alguien le comentó que Ovidio Fernández buscaba aprendiz para la cafetería de la estación de autobuses y ahí se plantó. Tres mil pesetas de las de entonces y el transporte a la puerta del trabajo. 'Placi' se iniciaba junto a veteranos de la profesión, como 'el Castañeta', ese camarero que bordaba el flamenco y que fue su maestro en eso de coger comandas y poner rondas.
Desde entonces, su vida ha estado pegada a una barra. Y, sin duda, la del Herbe ha sido la suya. «En los 80, esta zona era la de la animación, la cercanía del colegio Lourdes y de El Cuadro hacía que aquí se juntara toda la juventud para comenzar la fiesta, los del Quesos y los del Chami venían mucho, había mucho ambiente», recuerda. Fueron los tiempos del despegue del bar. Y también de la innovación. Porque fue cuando Plácido, todavía un crío con ganas de jarana, comenzó a idear combinados para calmar la sed de los chavales y ayudarles a calentar motores. Entre ellos, el 'pingajo', un preparado a base de vino blanco, coñac, azúcar y hielo que copió de un bar de La Coruña, o el 'explosivo', un bombazo que se servía en cachi y que mezclaba diez licores. Uff.
Con los años, la juventud se esfumó. Para él y en la zona. Sin embargo, el mesón ha seguido siendo uno de los referentes en esta margen del Paseo de Zorrilla. «La verdad es que voy a echar de menos a los clientes de siempre, volveré para saludarlos y tomarme unos vinos». Por su territorio han pasado muchos. Recuerda cuando Fernando Hierro y Amavisca paraban a comer, a la vieja guardia del PSOE, que tenía su sede justo enfrente, pero, sin duda, fue con el gigante Sabonis con quien rememora una de sus anécdotas más sonadas. «Venía con Javi Alonso y dejó mal aparcado el coche, se lo comenté y me dejó las llaves para que se lo moviera; cuando abrí la puerta ¡no tenía asiento! hasta que me fijé y vi que lo llevaba atrás del todo», relata con una sonrisa.
Llega el momento de administrar el tiempo a su gusto. Entre el pequeño huerto que tiene en el patio de su casa del Cuatro de Marzo, la visitas a su madre de 92 años, que sigue residiendo en el pueblo, y los encargos que le puedan llegar de su hija, porque cree que no tardando lo hará abuelo. Se va con las botas puestas, nervioso porque la prensa le ha parado el ritmo de trabajo justo a la hora del almuerzo, aunque su jefe le ha cogido el relevo de inmediato. «Se lo merece todo, gente con este espíritu ya no encuentras en la hostelería», recalca el dueño. Plácido, con las rodillas muy tocadas tras miles de kilómetros de bayeta, bandeja y platos, espera ahora vivir con calma, hacer honor al nombre que le acompaña desde hace 64 años. Ya era hora.
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