Eduardo Ordóñez Póliz
Paciente de cáncer con serias secuelas
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Eduardo Ordóñez Póliz
Paciente de cáncer con serias secuelas
«Lo perdí todo: la salud, los amigos y el empleo»Eduardo es un honesto luchador. La vida lo ha rodeado de obstáculos y golpes y cada día se levanta para no quedarse en una silla de ruedas, por el recuerdo de sus compañeros de hospital, rehabilitación y vida que ya no están, con la esperanza ... de recuperar algo de lo perdido, o de existir simplemente como lo hacen los demás con ratos de felicidad y encuentros y momentos de rutina. También confiesa que, de tanto caerse y levantarse, hace muy poco que pensó en no levantarse más, en acabar con todo. Pero ahí sigue, luchando.
Eduardo Ordóñez Póliz tuvo un cáncer raro y que además suele darse en varones mayores de 60 años. No debería haber invadido su existencia. Pero el linfoma no Hodgkin del manto casi acaba con él cuando tenía 40 años y le rompió la vida. Y lo que no hizo una larga enfermedad, lo hizo el tratamiento que se la salvó. Muchas secuelas y muchas de ellas crónicas, que arrastrará de por vida. Lo sabe.
Este vallisoletano de 56 años también sufrió en este camino desde 2007 una larga y penosa enfermedad de su madre, que falleció hace dos años, «toda mi obsesión era ser capaz de cuidarla, de estar con ella» y ello mientras sufría su propio y debastador cáncer hematológico.
Todo empezó un día cualquiera con un bulto detrás del cuello, lo suficiente para acudir al médico y realizarse una analítica. No dio la cara y él se sentía bien, sano. Después, los bultos se reprodujeron en las ingles y una biopsia le puso nombre, un tipo de linfoma que no hace tanto carecía totalmente de solución.
«Muy agresivo y no da señales hasta que está muy avanzado. Yo estaba en el estadío 4 A, solo hay uno más, el B. El día anterior había estado haciendo bicicleta. No podía creérmelo. Los médicos, me tenían ya en planta, recuerdo muchas batas blancas y caras muy serias que me explicaban lo que me pasaba, que me ingresaban, y yo casi bromeaba porque no lo asumía –recuerda Eduardo– me dijeron que era muy joven y que iban a por todas, a saco». Y es que «acababa de superar dos años de problemas y cirugía por un tendón de Aquiles, con dos operaciones e infecciones que me lo complicaron. Y cuando superé aquello, me llega esto. Toda mi obsesión era saber qué me vendría después porque mi vida ha sido así, un desastre, un cúmulo de luchas. Me dije: bueno otra batalla. Jamás pensé en rendirme».
Estaba en el Río Hortega, y Eduardo se emociona al recordar a médicos, enfermeras y trabajadores de la limpieza: «son increíbles, qué forma tan humana de tratar a los enfermos». También la Asociación Española Contra el Cáncer está inmediatamente en sus palabras de agradecimiento profundo. «Los médicos me explicaron que, normalmente y con mi edad, esperaban unos días antes de empezar con la quimio para poder congelar semen por si en el futuro quería tener hijos; pero que, en mi caso, no podían esperar ni quince días porque igual no duraba». Así me lo dijeron porque así era.
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«El tratamiento es, desde luego, durísimo. Muy fuerte y muchos años», añade.
Eduardo vive con su padre y su hermano y «el deporte me ha salvado la vida, ha evitado que me quedara en una silla de ruedas y llena mis días»»;pero quiere independizarse, recuperar un empleo, la autoestima y seguir caminando «como vosotros –dice– como cualquier persona».
Tres trasplantes de médula ha soportado este paciente y el último «casi acaba conmigo». Los dos primeros «fueron en Valladolid y fueron autólogos (células madre sanguíneas sanas del propio cuerpo). Uno en 2008 y otro en 2014 al recaer. Ya fue en el segundo cuando se plantearon que fuera alogénico (de otro donante emparentado, o no) fue mío pero, finalmente, apenas duró un año. Entré en el banco de donantes y aparecieron dos, un varón alemán y una mujer de EEUU, mi segunda madre la llamo yo, que fue la que me donó médula ósea. Este ya fue en Salamanca en 2016. La quimio muy muy dura. Este acabó conmigo».
Eduardo tuvo, y sufre aún, muchísimas secuelas pero lo de mayor peso fue la enfermedad injerto contra huésped (la EICH ocurre cuando las células del sistema inmunitario del donante reconocen a las células y los tejidos normales del paciente (el huésped) como extraños y los atacan. Problemas intestinales, de todo el sistema digestivo desde la boca hasta el ano, multitud de fármacos, corticoides y otras pastillas... En 2017 estaba limpio, me dieron el alta pero me quedé con 42 kilos, las EICH crónica que afecta a la piel y a la musculatura. Si me río o toso tengo fuertes dolores y con el frío lo paso mal, es como si mi piel no retuviera el calor y se me producen hipotermias...». Eduardo repasa una larga lista de secuelas que «me han llevado incluso a tratamientos experimentales. Ahora tengo problemas visuales, la luz me molesta de forma importante en la vista, tengo ojo seco. Tuve que dejar por ello un curso que estaba haciendo con intención de volver al mercad laboral, era para atender en un banco... y no reconozco mi cuerpo. Me dicen que tengo que 'cambiar de chip', aceptarme como soy pero es que en mi cabeza no tengo 56 años, tengo muchos menos y de hecho me relaciono mejor con gente más joven. El cáncer me lo arrebató todo: la salud, el trabajo y el amor como dice el dicho. Perdí a mis amigos porque me descolgué de ellos, ellos avanzaron, prosiguieron trabajando, formando familias... y yo perdí este camino. Una pareja en mi estado es imposible, impensable. Soy un fracasado».
Y el mayor deseo de Eduardo es trabajar. Es abogado, con un máster de asesor jurídico de empresas y trabajó en su día en un bufete;pero «no tuve suerte ya entonces. Luego trabajé como teleoperador durante cuatro años en el parque de Boecillo, en Sitel, en atención al cliente, pero cuando me fui a reincorporar tras el tratamiento había cerrado. Ahora recibo una renta de inserción pero son sólo 11 meses y lo que quiero es ser útil. Resulta que has estudiado, te has sacrificado y llega una enfermedad y arrasa con todo. Son muchos años en blanco en mi currículo y aunque en las entrevistas explico la causa, cuando llegamos a este punto yo ya sé que no me van a llamar. Y eso que estoy dispuesto a todo, a adaptarme a horarios, a contratos parciales, a funciones diferentes siempre que no tenga que coger pesos o algunas limitaciones que reconozco que tengo. Llevo casi ocho años con mi nuevo yo y no logro levantar cabeza, salir adelante. Quiero trabajar, lo necesito, es vital económicamente pero sobre todo emocionalmente». Cuestión de autoestima para un enfermo de cáncer que todavía se pregunta el porqué. Ni fumaba ni bebía ni tenía antecedentes familiares. «Nunca, jamás tuve miedo a morirme. Sólo se lo tengo a no lograr vivir».
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