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Luisa Pelayo (Valladolid, 1936) tiene el «alma de acero» y una fuerza arrolladora. La suya es una historia de superación, de remar a contracorriente y ... salir victoriosa. Ganó la última batalla, la del coronavirus, hace tan solo unos días y ahora, después de estar «muy malita», solo piensa en enviar un mensaje a todos aquellos que, como ella y su marido, José Luis, les «ha tocado el bicho»: «Hay que ser positivos, no venirse abajo, que sí se puede salir de esta. Lo vamos a pasar todos muy mal, casi todos nos vamos a contagiar pero hay que mirar para adelante e imaginarse todas las cosas que queremos hacer cuando pase», asevera.
Al principio le «costó» distinguirlo e identificarlo. Pensaba que sería un catarro más. Era jueves, 12 de marzo, y por entonces Pelayo no se «imaginaba lo que estaba por venir». El Gobierno aún no había decretado el estado de alarma y esta octogenaria sabía del Covid-19 «lo que decían por la televisión». Precisamente a través de la pequeña pantalla conoció la existencia de un teléfono que atendía consultas sobre este virus. Llamó «por descartar», pero nunca llegaron a darle un diagnóstico porque «estaban todo el rato las líneas ocupadas». Insistió, sin éxito, durante tres días, hasta que finalmente logró contactar con su médico de cabecera. «Imagino que estaban saturados los pobres, pero al final acabó bien porque pude hablar con mi médico», apunta.
Nunca le llegaron a hacer la prueba pero, en base a los síntomas que Pelayo presentaba –fiebre alta, cansancio generalizado, «mucho» dolor de articulaciones, tos y «a veces» falta de aire– , el profesional sanitario fue contundente: coronavirus. «Creía que eran cosas de la edad, y me lavaba la garganta con sal y agua caliente, por la mañana y por la noche me daba bien de Vick Vaporub (pomada para aliviar la tos, la congestión nasal y el malestar muscular) y así lo he ido pasando», afirma Luisa Pelayo desde su domicilio, ubicado en Valladolid.
La respuesta del médico fue inmediata: aislamiento total. Ella a una habitación y su esposo, que también estaba «cogido», como se refiere, a otra. «Hemos estado en casa los dos este tiempo; no quisimos ingresar porque José también estaba malito y preferíamos estar juntos», señala.
Vivían bajo el mismo techo, pero era la primera vez en sus sesenta años de matrimonio que se separaban. «Yo estaba en una habitación y cuando salía, él se metía en la suya. No nos cruzábamos. Compartimos baño pero nada más entraba uno, yo rociaba todo con lejía para desinfectar», relata.
Ahora, ya recuperada, Pelayo se aplica a sí misma una de las máximas de la liturgia matrimonial: «En la salud y en la enfermedad». Su «compañero de vida» aún está «regular», pero dice tener la «suerte de estar bien» para poder cuidarle. «Creo que desde que dormimos juntos está mejor. Anoche –en referencia al viernes– tenía 38,5 de fiebre y le puse unos paños de agua fría hasta que conseguí bajárselo hasta 37,5. Le veo más tranquilo desde que estamos juntos de nuevo», añade.
Luisa Pelayo tuvo «clarísimo» desde el primer momento que el Covid-19 no iba a poder con ella. «Cuando tuve tantísima fiebre llegué a tener miedo, pero me ponía a pensar en todo lo que había pasado y decía:'Esto lo supero como sea'», sostiene. La del coronavirus no es la primera lucha con la que esta octogenaria ha tenido que lidiar. Cuando tenía 19 años cogió la gripe asiática. Con 27, el tifus «comiendo almejas crudas en casa». Hace «cinco o seis años», explica, tuvo cáncer de colon y el verano pasado le dio una angina de pecho. «Pensaba:'¿No me han matado ni el cáncer, ni el tifus ni una angina de pecho y me va a matar un virus? Ni hablar, a mí no me mata esto».
Coge aire, respira profundo y admite que solo piensa en una cosa: «Que todo acabe cuanto antes para poder ir a conocer el chalé de mi nieto». «Estoy ilusionadísima por ir a verlo; ni hablar de morirme sin conocerlo. Cuando estaba peor, pensar en ellos me animaba», concluye.
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