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Agentes de Policía Nacional y de Policía Municipal de Valladolid custodian el domicilio de María Aguña en la jornada en la que se halló su cadáver. Gabriel Villamil
El pedido de leche que lo cambió todo
El crimen de la Circular: las últimas horas de María Aguña

El pedido de leche que lo cambió todo

¿Qué habría pasado si María Aguña, la víctima de la Circular, ese día no hubiera abierto la puerta?

M. J. Pascual

Valladolid

Domingo, 19 de diciembre 2021, 20:13

María dejó a medio comer la tostada de su desayuno tardío producto del insomnio y fue a abrir la puerta. No lo hacía sin tomar mil precauciones y había convertido su casa en un búnker desde que pocos años atrás había sufrido otro intento de robo. En esa ocasión no se arredró y mordió a uno de los asaltantes, que iban vestidos de policías, y consiguió que huyeran. Pero aquel 17 de octubre de 2018, poco antes de la una de la tarde, ella estaba esperando un pedido de leche. Su amiga, la del quiosco de la Plaza Circular, la había avisado de que ya lo tenía y cuando llamaron al telefonillo pudo asociarlo con el encargo y abrió también la puerta de la vivienda.

¿Algo tan inocente como ese pedido de leche sentenció a muerte a María Aguña, de 73 años? La próspera viuda de un tratante de ganado, que se vio envuelta en una violenta secuencia de «apenas veinte minutos» que, finalmente, acabó con su vida. Con el señuelo de una caja de cartón, cuando la mujer abrió unas pulgadas la puerta para cerciorarse, los asaltantes le dieron un fuerte empujón y se colaron dentro.

Veinte minutos tan solo, según relató al jurado el jefe de Homicidios que dirigió la investigación durante dos años, estuvieron los tres sicarios búlgaros dentro del piso buscando la caja fuerte llena de dinero y joyas, una caja que no les dio tiempo a encontrar. Salieron despavoridos cuando sonaron dos timbrazos seguidos al telefonillo del portal. Les pilló en mitad del caótico registro y cuando tenían maniatada y amordazada a la mujer, a la que habían golpeado seguramente para que les dijera dónde guardaba la llave. la llave que después encontraron los agentes en el bolsillo de uno de los abrigos y que era necesaria para abrir la caja de caudales, junto con la contraseña.

Fue la exnuera de la fallecida quien guió a la policía hasta los escondrijos y quien abrió la caja pues se sabía la combinación. Para los abogados de la acusación, ella tendría que haber sido la séptima acusada y le atribuyen el 'soplo' que permitió a Rubén Alonso planificar el asalto a la casa de María. La víspera, su pareja, el hijo de María, llevó 300.000 euros a la caja fuerte, aunque esa misma tarde los recogió y volvió a llevárselos a su domicilio. Es otra de las incógnitas que no ha podido despejarse. En el juicio no pudo probarse la implicación de la exnuera de María y así lo establece el jurado en su veredicto.

Los operarios del Instituto Forense se llevan el cuerpo de María Aguña tras ser localiza en su domicilio. Gabriel Villamil

En la huída, dejaron a María tirada en el suelo, con la cinta americana fuertemente apretada en varias vueltas, que le tapaba la boca y parte de las fosas nasales. Anton Androv y Gabriel Kamenov, dos de los tres asaltantes, confesaron su participación y declararon en el juicio que fue ella quien les abrió y que cuando se marcharon precipitadamente la mujer respiraba y que dejaron la puerta entreabierta. Creían que quien llamó subiría y la rescataría. Pero no fue así. María agonizó durante varias horas, se arrastró y luchó por zafarse de la cinta que rodeaba sus dos manos y su cadáver fue encontrado al día siguiente tirado en el pasillo de su piso, después de que su familia, preocupaba porque no contestaba al teléfono, llamó a la Policia. Ni sus hijos sabían que padecía una patología crónica del corazón que ella nunca se trató. Para los forenses, el estrés que padeció, los golpes y las dificultades para respirar por la mordaza fueron decisivas en el fallo de su corazón.

Tras el robo frustrado, Anton, Gabriel y su cuñado Gabriel Krasimirov fueron recogidos por el transportista Emil Artinov, quien les había reclutado para realizar el asalto encargado por el 'dentista' Rubén Alonso, para lo que este contó con Arso Atanasov como intermediario. La coartada esgrimida por «el español», la de que se reunieron en el local de Rubén porque necesitaba una cuadrilla de albañiles para realizar una reforma, no se la creyó el jurado. Consideran que está probado que se confabularon para dar el golpe, aunque nunca se sabrá de dónde salió la información que permitió a Rubén planificar el asalto.

Una información, según los investigadores y los familiares de María, que solo podían tener personas muy allegadas a la víctima. Sobre las dos de la tarde, según los posicionamientos de los móviles, los seis coincidieron en el polígono de San Cristóbal, donde protagonizaron una violenta discusión: los sicarios, convencidos de que Rubén y Arso les habían traicionado; y estos, a su vez, sospechando que los asaltantes habían conseguido la caja fuerte y la habían escondido para quedársela. Todos sabían que María había quedado allí sola, tirada en el suelo, maniatada, amordazada e indefensa.

Dos años para juntar las piezas del puzzle

Dos años duraron las investigaciones para detener a los seis hombres que durante diez días de este otoño se han sentado en el banquillo. Fue providencial para la Policía que el amigo del marido de la quiosquera (el autor de los timbrazos para recordarle a María de que ya tenía el pedido de leche, timbrazos que ahuyentaron a los asaltantes) se fijara, el día de autos, en que tres individuos salían a paso ligero y en fila india del portal de María para acotar los tiempos del asalto y que los investigadores pudieran reconstruir lo ocurrido las horas previas y posteriores, utilizando las grabaciones de las cámaras de un banco y dos bares de la plaza, así como el posicionamiento de los teléfonos de los seis hombres.

Sus llamativos atuendos del día del crimen, como las zapatillas rojas de le Coq Sportif de Anton, su corpulencia y el tatuaje tribal en el rostro que le ganó el apodo de 'Tyson'. o el singular diseño del pantalón de Gabriel Krasimirov y el buceo de los investigadores en las redes sociales en las que los sospechosos eran muy activos, les permitió atar cabos y relacionarles entre sí y con el asalto al piso de la Circular. Los rastros de ADN en la cinta americana del primero y la huella del pulgar del segundo en la caja de cartón. que dejaron olvidada en el aseo del piso de María, les sitúa en el lugar del crimen, aunque Gabriel ha negado todo el tiempo que estuviera en Valladolid el día de autos.

Anton Androv, durante el juicio. El Norte

Durante el juicio, cinco de los seis acusados pidieron perdón por el fatal desenlace del robo y el jurado, en su veredicto, consideró que no eran autores de asesinato sino de homicidio no intencionado, que no se consumó el robo, que no hubo detención ilegal pero sí el delito de pertenencia a grupo criminal. Así que la fiscal y una de las acusaciones particulares, que pedían desde 31 años de cárcel a la prisión permanente revisable, se vieron obligadas a reajustar sus peticiones de condena. La rebaja en número de años de prisión que ha supuesto para los encausados es considerable. La sentencia les condena a diez años de cárcel. Alguno de ellos, como Anton Androv, el único que en su declaración en caliente en Comisaría confesó su participación en el asalto e identificó a sus compinches, puede lograr todavía por la vía de los recursos una sustantiva rebaja de pena. La Fiscalía estudia ya la apelación.

En el aire, incluso después de que el magistrado presidente del jurado, Fernando Pizarro, haya dictado la sentencia del caso de la Circular, quedan todavía muchas preguntas sobre las últimas horas de María Aguña, una mujer de carácter, matriarca de una familia de empresarios de ganado, que vivía sola, a la que le gustaban las joyas, iba siempre muy arreglada y que en los últimos tiempos apenas salía de su casa, convertida en un fortín y con dos alarmas. Porque, ¿qué habría pasado si ese día no hubiera estado pendiente de ese pedido de leche? Sigue siendo un misterio si abrió a sus asaltantes o si ellos tenían llave, porque la única verdad de este caso es que ni puertas ni ventanas habían sido forzadas.

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