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«¡No pasa nada Ángel. No es nada malo. No pasa nada!», le decían sus abusadores más de una vez. Y esa 'nada' se convirtió en una pesada mochila que Ángel Campos ha tardado medio siglo en quitársela de su conciencia y arrojarla, abierta e ... interrogante, sobre la mesa del Arzobispado y de la Diputación de Valladolid, en cuyos colegios para huérfanos creció desde niño hasta su mayoría de edad.
Su historia no arranca en Barcelona, donde nació, porque con un día de vida su madre biológica ya estaba camino de vuelta a su casa en Valladolid. A los dos años renunció a la custodia de Ángel (tampoco era su verdadero nombre) y él comenzó un peregrinaje «de pesadilla» por varias instituciones de beneficencia gestionadas por la Diputación. Arrancaron en el antiguo hospicio que las hijas de la Caridad gobernaban en la Plaza de la Trinidad (hoy Biblioteca Pública de Castilla y León).
La 'nada' fue una infancia de maltratos y brutalidades. De una sociedad todavía imbuida por el tardofranquismo que se cebaba en los más desprotegidos. Y la 'nada' son los abusos sexuales a los que, según denuncia, le sometieron al menos cinco adultos entre religiosos (tres curas y una monja) y un alto cargo de la Diputación de Valladolid. Todo ello entre los años 1976 y 1984.
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M. J. Pascual
Violencia física y abusos sexuales en centros de tutela pública como el colegio Juan de Austria (padres Redentoristas), la residencia Las Salinas (Medina del Campo), además de campamentos en Soria y Asturias. Espacios en los que se 'aparcaba' a niños y jóvenes sin familia, ni recursos.
El 28 de noviembre pasado, coincidiendo con su 57 cumpleaños, Ángel Campos publicó el libro 'Verdades silenciadas' en el que hace un relato detallado, pero nada escabroso, de su pasado como víctima de pederastia. «Se necesitan décadas para hablar por el estigma, la vergüenza y el temor a represalias. Pero decidí convertir mi dolor en causa», afirma.
Antes de autoeditar sus memorias, cuyos beneficios irán a asociaciones que luchan contra los abusos sexuales, Campos llevó su caso al Defensor del Pueblo, para que lo incluyera en su demoledor informe. Y por carta se dirigió al Dicasterio de Roma, bajo el mando del propio Papa Francisco I.
Hoy su expediente es uno más incorporado a la causa general contra la pederastia en el seno de la Iglesia. Una causa cuyas víctimas oscilan entre las 440.000 de las que habla el informe del defensor, Ángel Gabilondo, y las menos de mil que reconoce la Conferencia Episcopal Española (2.056 según publicó días atrás el bufete que los obispos contrataron y que ahora rechazan).
El contacto con el departamento de Gabilondo «me dio fuerzas», admite Campos, cuya historia también se reflejará, junto a otras muchas en el documental 'Todos lo sabían', que en 2024 estrenará la cineasta Iratxe Pérez. Las hijas de la Caridad y la Archidiócesis de Valladolid también han abierto una investigación. Esta última ha remitido su caso a la Fiscalía de la Audiencia hace mes y medio. No es suficiente para Ángel. «No me voy a quedar en un libro. Ni voy a participar en el blanqueamiento de esta realidad. Voy a tratar de buscar una vía para que se abra un proceso canónico. Alguien tendrá que pedir explicaciones al Arzobispado», dice.
El primer capítulo de su libro lo titula 'El Pueblo'. Relata las salidas que hacía con el cura que atendía en su hospicio de la Plaza de la Trinidad. El padre J. tenía la costumbre de llevarse a alguno de los niños para que le hiciera de monaguillo en sus misas. Un día incluso le invitó a casa de sus padres en Villanubla.
El preadolescente Ángel recuerda sus esfuerzos para esquivar sus tocamientos en el coche o sus acercamientos y miradas mientras se daba una ducha. Por la mañana, relata «encontré a J. tumbado a mi lado, aparentemente dormido y del susto balbuceé:
-Qué haces aquí en mi cama J., dime -dije medio susurrando y con miedo.
- Tranquilo Ángel, ¡no ha pasado nada!, es mi cama (…). No tienes que ponerte así. No te he hecho nada. Hemos dormido en la misma cama pero cada uno para su lado. No es para tanto».
Su pijama apareció a sus pies, la cama aún estaba mojada...
A Campos todavía se le quiebra la voz al recordar este y otros pasajes. «La habitación de sus padres estaba al lado. ¡Hasta qué punto se sentía impune!», se revuelve desde el recuerdo.
Muchos años después (tenía ya 38 años), en una de sus cíclicas visitas a Valladolid para recorrer sus particulares 'lugares del horror', relata en su libro un encuentro casual con J. en la calle. Siempre según su testimonio, el religioso trató de esquivar su exigencia de explicaciones y le dio largas. «Me llevé la conclusión de que nunca habría arrepentimiento por su parte, yo no era nadie en su ecuación».
Los presuntos abusos del padre J. llaman la atención porque este religioso sigue ejerciendo hoy en una parroquia del centro de Valladolid. Cuando el denunciante acudió a una entrevista en el Servicio de Atención a Víctimas de Abusos (SAVA) del Arzobispado llegaron a plantearle un careo con su victimario. «El SAVA es una trampa -denuncia -. Es como ir a la boca del lobo. La primera condición que me pusieron fue la presencia de un cura. Utilizaron mi información para informar al agresor y blanquearle», se teme.
Por el libro desfila la particular crueldad de los métodos educativos y el trato más que marcial de monjas y maestros. También la total impunidad con que los tutores legales (en el enorme 'cascarón' del Juan de Austria había 300 camas) ejercían su adiestramiento vital. Ángel (su nombre real empieza por Luis) aún tiene una amplia cicatriz en la cabeza después de que Don Mariano, su maestro, le pillara dormido en clase y le agarrara por una pierna y le arrojara contra el suelo. O las duchas heladas en la piscina del Juan de Austria a la que en alguna ocasión le metió sor Guadalupe por cualquier minucia.
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Ángel y muchos de sus compañeros fueron creciendo y aprendiendo a olfatear y tratar de esquivar las situaciones en las que su vulnerabilidad les dejaba a los pies de sus abusadores. «Te recordaban todo el tiempo que no eras nadie, que no tenías a nadie y que solo te esperaba la calle».
Como el día que una de las monjas, sor M. en su relato, decidió ser ella por su propia mano la que le enseñara cómo ducharse y enjabonarse, incluido el «frotarme los genitales, aunque ya no lo hacía con el mismo genio, era como si se recrease (…) como si tratara de darme un masaje…».
Por si la indigencia educativa y la austeridad emocional no fueran suficientes, a los 11 años tuvo que superar una extraña adopción fallida y que ahora él atribuye a «un intento de venderme». Un matrimonio de Barcelona se interesó por él y le hizo no solo pasar los dos mejores veranos de su vida, sino la sensación de que podría tener por fin una familia. De repente todo se cortó. «Hasta hoy no he conseguido sacarme esa espina de mi corazón. Afectó a mi autoestima y la capacidad de socializar que arrastro hasta hoy».
Cuando los 18 años ya asomaban y con ellos el final de la tutela de la Diputación, Campos I. recuerda la visita del presidente de la institución con su equipo (estamos ya en los años ochenta y gobernaba el PSOE con Francisco Delgado a la cabeza) para interesarse por aquellos muchachos. Uno de esos altos cargos se convirtió en su protector aunque «al final resultó ser otro de mis verdugos, que abusó de mí con engaños, prebendas y otras artimañas». Entre ellas «buscarme un trabajo para tenerme cerca», siempre según su relato.
La mayoría de edad y el final de la tétrica red pública de tutela le llevó a una vida itinerante por Francia y otros muchos lugares de España en los que perfiló su talento como dibujante y técnico que hoy le permiten una exitosa carrera en el mundo digital.
Ha vuelto varias veces a Valladolid y sigue llamando a puertas y buscando testimonios de compañeros «que se atrevan a abrir su realidad» compartida. «En 'petit comité' me han contado hechos. Mi testimonio es corroborado por otros y me doy cuenta de que estamos en el camino correcto». Tiene esperanzas de poder crear algún colectivo de afectados del Juan de Austria.
-¿Qué recorrido legal cree que puede tener?
-Sé que hay un riesgo legal por que no nos podemos aferrar a evidencia del momento. En aquella época no había un móvil que grabara las cosas. Solo tratabas de salir lo menos afectado posible. Lo que estoy haciendo ahora me hace revictimizarme. Pero hay compañeros que vivieron aquello que ya han muerto. ¡Y yo quiero hablar por ellos!», sentencia con voluntad firme.
Aunque Ángel no quiere avanzar estrategias, trabaja con un abogado para abrir algún tipo de causa general contra la Diputación de Valladolid. Todo lo que pasó en sus centros ha prescrito legalmente, salvo el dolor de las víctimas. «Pasar página es imposible. La mochila está ahí y permanecerá para siempre». Él está comprometido con la apertura de una causa que «se sume a otras para exigir responsabilidades institucionales a quienes permitieron durante años que aquella dinámica se mantuviera».Campos sabe que su historia se repite y es la de muchos. Pero la dificultad de las pruebas objetivas, más allá de los testimonios, y el miedo a contarlo ha dejado muchos casos en un limbo. «El delito prescrito, no debe limitarte a la hora de hacerlo público, pues son muchas las personas que trabajan buscando que la imprescriptibilidad sea aplicable a los casos de abusos a menores», recomienda a las víctimas.
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