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Para Teodora Velasco el cierre de los centros de mayores ha sido un duro golpe. Se encarga del cuidado de su marido, Juan José ... Calleja, al que un ictus dejó el lado izquierdo de su cerebro sin riego, y no oculta que necesita un descanso para dedicarse tiempo a sí misma, pero se resiste a encomendar a terceros los cuidados de su esposo. Para Teodora acudir al centro Río Esgueva era una fórmula de evasión de los problemas que tiene en casa, pero la pandemia le ha arrebatado ese pequeño oasis que le permitía olvidar por un momento su situación personal. «Estoy todo el día encerrada con mi marido, que no está bien y es como un niño de seis años a sus 76. Para mí está siendo muy duro que no podamos venir al centro porque a él le gustaba venir a jugar la partida y así yo tenía la mañana libre. Vivíamos muy bien, pero la pandemia me ha obligado a deshacerme de toda mi vida», explica emocionada.
La crisis sanitaria ha cambiado la existencia a la sociedad en su conjunto, pero Teodora asegura que en su caso el cambio ha sido más grande que en el de la mayoría de las personas. «Teníamos una buena vida y de repente ha cambiado todo porque me he quedado sin hacer lo que más me gustaba de golpe», explica Teodora, que señala que «han sido terribles» las consecuencias que ha tenido la pandemia sobre ella. «Echo mucho de menos ir al centro y hablar con gente ajena al problema que tenemos en casa, que era lo que más me gustaba porque podía evadirme un rato. Ahora el problema está presente cada minuto y no tengo ni un poco de tiempo para mí», reitera.
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Esta vecina de la Pilarica afirma que no puede dejar solo durante mucho tiempo a su esposo. «Cuando empezó la tercera ola dejé de sacar fuera de casa a mi marido. Voy corriendo a comprar y regreso rápido porque sé que cuando vuelva ha podido hacer cualquier cosa. Esa es mi vida», indica Teodora, que está convencida de que la apertura de los centros de mayores le podría devolver parte de esa vida que perdió el 10 de marzo de 2020, cuando se cerraron los centros de mayores para evitar contagios entre los usuarios, que forman parte de la población más vulnerable ante el virus. «Para mí es fundamental que abran. Si tenemos que acatar restricciones y venir solo unos pocos al principio y poco tiempo, lo haremos. Pero solo pido que nos dejen venir. Necesito que abran otra vez para hablar, para estar con otras personas y para ver gente», se sincera esta mujer de 73 años, a la que las medidas adoptadas para frenar el avance de la pandemia han afectado incluso en el apartado físico. «Estoy perdiendo hasta vista porque solo veo lo que tengo cerca», concluye con pesar.
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