El ocio nocturno está con el agua al cuello. En el punto de mira. Los rebrotes en discotecas de Córdoba, Magaluf, Gandía, Pamplona y Barcelona, entre otros, han convertido a la noche en uno de los principales focos de expansión del coronavirus. Todas las ... miradas apuntan hacia estos locales. También hacia los jóvenes. De hecho, son ya varias las autonomías que han endurecido las medidas en torno a este tipo de ocio para poner coto los contagios. En Castilla y León, la Junta anunció nuevas sanciones que pueden acarrear multas de hasta 600.000 euros por incumplir las normas impuestas para la nueva etapa (por ejemplo, no separar mesas en terrazas y abrir la pista de baile se multará con hasta 3.000 euros). El presidente, Alfonso Fernández Mañueco, anticipó que el Ejecutivo regional será «firme» e instó a «mantenernos en guardia, especialmente las noches de los fines de semana».
Publicidad
Un recorrido nocturno el pasado jueves por los lugares de ocio más frecuentados por los jóvenes en la capital vallisoletana ofrece algunas pistas sobre cómo es ahora salir de fiesta: muchos pierden el miedo al virus conforme avanza la noche y aumenta el nivel de alcohol en sangre. Relajan las normas cuando están con los amigos –no usan mascarilla, comparten bebida y cigarros–, por lo general en un grupo de tamaño reducido (no más de quince personas) y optan por evitar aglomeraciones.
Noticia Relacionada
Un Valladolid de madrugada por la zona centro nunca se sintió tan vacío. En la ciudad, salir y beber ya no es el rollo de siempre. Ha pasado más de un mes desde que el país dijera adiós a tres meses y medio de aislamiento domiciliario, pero el ocio ya no es lo que era. Ahora los fines de semana «no son ni la sombra de lo que eran antes», según coinciden varios hosteleros. Los bares de copas aún están lejos de rozar el aforo máximo permitido –del 33% en el caso de las discotecas y del 75% en locales musicales–, y tan solo dos de las once salas de fiestas registradas en el Ayuntamiento han reabierto sus pistas. Adaptadas, eso sí. Con mobiliario que ha llegado para quedarse y una delimitación del suelo en cuadrículas para acotar el espacio entre clientes.
Noticia Relacionada
Jueves, 23 de julio. Doce de la noche. Los hosteleros de la Plaza Mayor comienzan a agrupar las mesas y sillas junto a las columnas de los soportales. A esa misma hora, pero en el entorno de la catedral, las terrazas están casi desiertas. Antes era uno de los puntos predilectos de la ciudad para disfrutar de un jueves de cervezas y cubalibres. Pero ahora están prácticamente vacías. Es el termómetro que calibra cómo será la noche: «Muy floja». «Hacía tiempo que no veíamos una noche con tan poca gente;ahora la fiesta es muy variable, puede haber mucho un jueves y nada un sábado, y viceversa, pero estas últimas semanas se ha notado que ha bajado», comenta José Antonio, el policía local que cada madrugada desde hace diez años supervisa la fiesta vallisoletana.
El «malestar» entre los hosteleros vallisoletanos por los incidentes ocurridos en las últimas semanas en negocios de ocio nocturno –desalojos por superar el aforo permitido, fundamentalmente– es «evidente, pero al mismo tiempo hay buen rollo y nadie está denunciando a nadie». Así lo asegura el vocal de los bares de copas en la Asociación Provincial de Hostelería de Valladolid (Apehva), Juan José García, quien lamenta que «por culpa de dos o tres fallos que pueda haber, cargamos todos». «Creo que, por lo general, los bares lo estamos haciendo bien. La gente también. Siempre hay alguien que la manga, pero como ha pasado siempre;nosotros somos los primeros que queremos que esto funcione y seguir abiertos», añade.
Por su parte, el colectivo Más que Bares, que aglutina a más de medio centenar de locales musicales, defiende que «se está cumpliendo todo». «En Valladolid apenas hay discotecas abiertas y no ha habido contagios relacionados con las terrazas o el ocio nocturno. Nos están metiendo a todos en el mismo saco, están generalizando y la hostelería lo está haciendo bien y la gente está respondiendo», argumenta su presidente, Víctor Morgan.
Apenas ha comenzado su jornada laboral y ya ha recibido varios avisos que alertan de la presencia de grupos de jóvenes bebiendo alcohol en la vía pública. Son cinco amigos de unos 20 años que charlan e ingieren whisky y botellines en torno a una mesa del parque de la ermita de San Isidro. Tan solo dos llevan la mascarilla puesta. El resto la luce sobre el mentón, pero se la colocan rápidamente cuando se percatan de la presencia policial.
Publicidad
Por ello, esta vez la multa 'solo' será por consumir alcohol en un espacio público: 30 euros cada uno, cantidad que se verá reducida a la mitad si lo abonan durante los primeros días. Los chavales, resignados, colaboran: entregan a los agentes el documento de identidad para comprobar su edad e historial y arrojan las consumiciones de los vasos y botellas abiertas sobre unos árboles cercanos. Les sancionan y se marchan del lugar. Son las 00:30 horas y el Cuerpo Municipal de Policía ya ha interpuesto las primeras denuncias por una práctica cada vez más recurrente en la capital, especialmente durante la época estival.
Cada noche, también a diario, jóvenes y adolescentes se reúnen para tomar bebidas alcohólicas. Lo hacen a las afueras de la ciudad, en zonas como el parque de las Norias, Fuente el Sol o El Berrocal, para tratar de sortear a las autoridades. Una hora más tarde, sobre la una y media, en la plaza de San Miguel, la cosa cambia. En el interior de los bares de copas no hay prácticamente nadie. Fuera, en la terraza, tampoco. Los clientes que había ya se han retirado y los hosteleros ya han apilado el mobiliario junto a las paredes.
Publicidad
Unos metros más adelante, en Doctor Cazalla, seis chicos «en el límite de edad» están apoyados sobre la cristalera del Instituto de Medicina Legal. Despiertan la atención de los agentes de paisano. «¿Qué hacéis aquí?», pregunta Ricardo, el otro policía que peina la noche. «Nada, esperar», responden al unísono los chavales. A priori, todo normal. Pero algo no les cuadra. Sospechan que están trapicheando con drogas y deciden registrarles. Negativo. No encuentran nada y les dejan marchar, aunque les avisan de que están pendientes de sus movimientos.
Las frases
guilermo puerto, discoteca tintín
óscar sanz, pub 'after' la latina
samuel sanz, juanita calamidad
óscar lara, bar kuik-as
francisco blanco, bar baco
«La gente aún tiene miedo». Esa es la conclusión a la que han llegado los propietarios de los bares de ocio nocturno. Atraen a un público diferente, pero la realidad en todos los locales es la misma: resisten «como podemos». «No es ni parecido. Notamos que vienen chavales más jóvenes y tenemos que estar todo el rato pendientes de las mascarillas y las distancias. Según avanza la noche es más difícil controlarlos», aseveran.
Publicidad
Esta situación también es extensible a los 'after'. En la actualidad, son dos los establecimientos que ejercen como tal en la ciudad bajo el paraguas de bar especial (La Latina y Rock and Rolla). Abren a las seis de la mañana y su horario depende de la clientela que haya en cada momento. A diferencia de los de copas, la única música que pueden poner es la que sale de los televisores (pueden tener instalados un máximo de dos, de 45 pulgadas). Son las dos y diez de la madrugada y en el interior de La Latina hay tan solo tres clientes recostados sobre la barra. Pronto cerrará para volver a abrir a partir de las seis, cuando la única discoteca que está abierta esta noche, Tintín, eche el cerrojo.
La presencia policial por las calles del centro disuade de hacer botellón o beber en vía pública. Conforme avanzan las horas, sube el grado de alcohol y baja el de responsabilidad. Durante toda la noche, se advierte en varias ocasiones a varios viandantes para que se pongan la mascarilla. Los agentes interponen una multa por ello. Entre tanto, entra un aviso por teléfono: denuncia por voces y música en un piso de José Garrote Tebar, en Parquesol. De camino hasta el domicilio en cuestión, informan por la emisora de que una joven de 18 años ha sido agredida por varias chicas y la están acompañando a casa para decidir junto a sus familiares si presenta o no denuncia. Dos patrullas, una de paisano y otra en vehículo oficial, se personan en el lugar de la hipotética fiesta. Abre la puerta un chico, no más de 25 años, con el rostro desencajado. Reconoce que dentro hay cuatro personas, pero considera que no tienen la música alta ni están dando voces. De hecho, cuenta que están jugando al parchís. Pese a ello, la Policía Municipal le sanciona –la cuantía oscila entre 60 y 750 euros– por emisión de ruidos y molestias al vecindario.
Publicidad
Sobre las tres y diez de la madrugada, en la plaza de Cantarranas la mayoría de los negocios tienen la persiana bajada. Tan solo dos están abiertos. Una pandilla fuma y bebe cerveza frente a uno de ellos. Algunos están sentados en el suelo. Huele a marihuana, pero pronto, ante la llegada de los policías, se pierde el rastro. Dos jóvenes, chica y chico, se abrazan y bromean sobre el uso obligatorio de la mascarilla. «Eh, tía, póntela que ahora nos pueden multar», le espeta él a ella. Instantes después se la colocan sobre el rostro. Dentro del bar, el camarero avisa a los usuarios de que deben ponérsela entre trago y trago. El aforo está lejos del máximo permitido y la distancia entre las mesas es correcta. «Es así como hay que hacerlo, ¿no agentes?», pregunta el barman. «Sí, pero no os relajéis que queda mucho verano», responden ellos.
La noche se apaga en Valladolid a medida que el reloj se acerca a las cuatro y media, hora decretada del cierre de bares. Apenas hay gente y, por tanto, tampoco hay incidentes reseñables. Tan solo un conato de enfrentamiento en la plaza de San Miguel. Unos diez jóvenes evidencian su predisposición a denunciar a los porteros de un local por echarles del mismo por, según su versión, recriminarles que se superaba el aforo permitido, la clientela no llevaba mascarilla y no se cumplía con las distancias de seguridad. Los guardias de seguridad, por su parte, defienden que les dijeron que se fueran porque se habían juntado en un grupo grande, de más de diez personas. Tanto la Policía Local como la Nacional intentan mediar entre las partes. Les toman los datos y les informan de que, si así lo desean, pueden querellarse en comisaría.
Noticia Patrocinada
Cae la madrugada. Son las cuatro y media. Los bares echan el pestillo. Unos 30 jóvenes hacen cola para entrar a Tintín, donde muchos acaban la noche –puede servir hasta las seis–. Otros, en cambio, optan por tomarse la última copa en La Latina, único 'after' abierto esta noche. Los agentes de paisano patrullan la ciudad. Está desierta. Apenas entran avisos por la radio. Solo un intento frustrado de ocupación ilegal de una vivienda. Son las 7:00 horas. Valladolid despierta y los policías de noche se marchan a casa. Hasta el siguiente turno.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.