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No solo hay que mirar los retablos, las capillas, el techo y las columnas de la catedral de Valladolid. No siempre hay que elevar la mirada ante los regalos estéticos o espirituales de un templo. También merece la pena inclinar la cabeza, agachar las pupilas ... y echar un vistazo al suelo para comprobar que ahí, al lado de los zapatos de quien camina por la seo vallisoletana, hay una colección de curiosos númedos esculpidos en la piedra. ¿Qué son? ¿Qué significan?
«El suelo actual tal vez sea del siglo XVIII», explica José Andrés Cabrerizo, deán de la catedral. En aquella época, todavía era posible recibir sepultura en la seo, en suelo santo, por lo que había particulares que reservaban un espacio para ser allí enterrados («como hoy se adquieren los títulos en nichos o panteones en los cementerios», dice Cabrerizo).
En el contrato de reserva de ese puñadito de tierra de la catedral, se establecía el número de enterramiento que ocuparían. Y esos números (en conjuntos de tres losas) están inscritos en el suelo de la seo. Cuando una de esas personas moría, se retiraban esas piedras numeradas y en su lugar se colocaban las lápidas.
Hay varios ejemplos, en la nave del Evangelio, como los de Mariani Miguel et Gómez, Ioannes Antoniis Hernández Pérez de Larrea o Vicentius Soto et Valcarce.
«Son tumbas individuales, no enterramientos colectivos o familiares», aclara Cabrerizo, quien evidencia que no todos los números siguen un orden. La mayoría sí, «pero a lo largo de la historia algunas de esas losas numeradas se debieron mover».
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Este tipo de enterramientos en suelo catedralicio empezaron a vivir su ocaso cuando Carlos III impulsó los cementerios civiles, después de una epidemia de peste en 1781. Las necesidades sanitarias obligaron, cada vez más, a poner fin a esos enterramientos en iglesias, junto a hospitales de beneficencia, en beneficio de los camposantos públicos, construidos a las afueras de la ciudad.
Hoy solo los obispos pueden recibir sepultura en la catedral. Hay varias lápidas de antiguos prelados. Y el anterior arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, ya ha mostrado su deseo de ser enterrado en la seo vallisoletana cuando llegue la hora. Así lo dijo en mayo del año pasado, cuando recibió la distinción como hijo predilecto de la ciudad.
En la catedral, además de estas tumbas en el suelo, pueden verse los sepulcros de la familia Venero y Leyva, en la capilla de San José (llegados del antiguo convento de San Francisco), con sus figuras orantes, atribuidas a Francisco de Rincón. Y también la sepultura de Juan de Velarde (acaudalado vecino de la capital en el siglo XVII), en la capilla de Nuestra Señora de los Dolores, y el sepulcro del conde Ansúrez.
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