«Aunque me cuente la situación que viven allí no me puedo llegar a hacer una idea de lo que están sufriendo. Aquí lo vemos como ficción pero en realidad estamos en una burbuja cómoda de la que no queremos salir». Así explica Rebeca, nombre ... ficticio para proteger su identidad, la situación que vive la familia de su pareja en Afganistán. Esta vallisoletana comparte su vida con un refugiado afgano con asilo político en Berlín, donde viven juntos. Desde que se culminó la ocupación del territorio por los talibanes, su preocupación ha aumentado porque «su familia está en riesgo y puede ocurrir cualquier cosa, desde que entren en casa y les hagan daño hasta que desaparezcan sin saber qué les ha ocurrido». Desde la capital alemana están moviendo tierra, mar y aire para conseguir sacarles del país «sin sufrir ningún percance». Sin ofrecer su nombre ni mostrar su rostro, este joven afgano asegura no poder revelar su identidad por haber tenido «riesgo físico en su país, incluso durante la democracia». Su pareja, natural de Valladolid y residente en la capital alemana, asegura que la situación es «delicada» y que el miedo les invade por «si la situación se vuelve en contra de los familiares que todavía continúan allí».
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La relación de Rebeca y su pareja comenzó en Berlín, cuando él ya se encontraba allí con asilo político y ella decidió comenzar una nueva vida en el país germano. Su historia empezó a raíz de un curso de alemán al que ambos estaban inscritos. Era 2017, coincidieron en la recepción de la academia, comenzaron a quedar y «surgió el amor». Desde entonces, viven a caballo entre sus dos pisos aunque Rebeca reconoce que su gata está en casa de él y reside prácticamente en su apartamento.
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Sus planes y felicidad se han visto truncados y ahora comparten la incertidumbre de qué podrá ocurrir a los miembros de su familia que tuvo que dejar en territorio afgano «cuando todo estaba más o menos calmado». Desde hace diez días, «apenas duerme, no come bien y se pasa el día pensando cómo podría evacuarles porque el peligro que corren es real», explica Rebeca. La situación de sus hermanas es «preocupante» porque son activistas feministas y uno de sus hermanos es periodista. «Con el régimen democrático trabajaban libremente y hacían vida normal, pero la llegada de los talibanes ha terminado con sus derechos y ahora no salen de casa. Necesito sacar a mi familia de Afganistán», asegura el joven.
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«Viven como si estuvieran encerrados en una cárcel, no pueden salir de su domicilio porque podría pasarles algo; los talibanes están yendo casa por casa marcándolas si en su interior reside alguien que pueda perjudicar sus intenciones. Únicamente sale uno de mis hermanos para hacer la compra y vuelve rápido por el miedo que tiene», explica este joven afgano, en cuyo tono de voz, entrecortado, se nota la preocupación que le invade.
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La esperanza de evacuarles y ponerles a salvo se desvanece ante la «pasividad de la comunidad internacional», explica. «Es necesario que las sociedades occidentales se muevan, protesten en masa en las calles para pedir a sus gobiernos que permitan la libre entrada de los afganos que huyen del terror. No se están yendo por placer, es su tierra, sus raíces, se van porque los talibanes han terminado con sus libertades y están aterrados con la situación y lo que pueda ocurrirles. Es una situación que nadie desea y que a mi pueblo le ha tocado vivir por la permisividad de muchos gobiernos extranjeros que se han aprovechado del país y ahora lo han dejado sin protección», precisa.
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En Afganistán, la familia política de Rebeca reside al suroeste, territorio ocupado por los talibanes. «Pertenecen a la minoría religiosa chií y están muy excluidos; además, son firmes defensores de la democracia y sus hermanas no han conocido otra cosa, por lo que esto les ha supuesto un duro golpe porque no esperaban una ocupación talibán tan extrema», asegura Rebeca. Sin ser colaboradores de alguno de los países que está sacando a los suyos del territorio afgano, la familia política de Rebeca continúa atrapada y con menos esperanzas según avanzan los días.
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«Es urgente que algún organismo o país se haga cargo de la cantidad de familias que están deseando salir de allí y no tienen cómo; las fronteras están cerradas y los talibanes están destruyéndolo todo. La situación es crítica y la población civil se está llevando la peor parte de esta barbarie», lamenta.
De su pensamiento no se disipa la idea de que algo malo pueda ocurrir a sus seres queridos. «A través de las redes sociales me llegan informaciones sobre secuestros de menores, familias enteras y ciudadanos opuestos a los talibanes día a día», manifiesta el joven desde Berlín. Ahora, su única esperanza es que la ayuda internacional se haga eco de su caso y del de cientos de familias que esperan poder salir del país.
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