jesús bombín
Valladolid
Viernes, 2 de septiembre 2022, 14:46
Entre las aulas del Seminario Diocesano, colegios e institutos y la ayuda en conventos y parroquias repartió su vida sacerdotal Crescenciano Saravia Escudero, fallecido el pasado miércoles a los 96 años. Fue ordenado en 1950 este religioso que no estuvo asignado a ninguna parroquia en la capital y la provincia, aunque su desempeño pastoral fue muy heterogéneo. Su primer destino fue como coadjutor en la iglesia de Nuestra Señora de El Carmen, en las Delicias, donde además dirigió el colegio del mismo nombre.
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Desempeñó su labor docente en materias como latín, geografía y religión en el Seminario Diocesano y como profesor de Bachillerato en el instituto Zorrilla y en el desaparecido colegio de El Salvador. También ejerció durante más de treinta años como capellán de las monjas clarisas de Cigales y de las dominicas francesas cuando esta congregación tenía su sede en la calle Santiago. Era el cura más longevo de la Archidiócesis vallisoletana y tras su retiro se alojaba en la residencia del Arzobispado. Con formación en Filosofía y Letras e Historia, participó durante varios años como representante del Arzobispado en la Junta de Semana Santa.
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El religioso fallecido estaba vinculado al Opus Dei como supernumerario y su funeral se celebró el pasado jueves en la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol de Mucientes, su localidad natal, en cuyo cementerio recibió sepultura. «Era un hombre muy fiel a la Iglesia, la amaba con toda su alma», resume Jesús Mateo, capellán de la iglesia de las Angustias. «De personalidad recia propia de estas tierras castellanas, Crescenciano se distinguía por su capacidad de trabajo y su sólida formación intelectual».
La de confesor fue otra de las facetas a las que dedicó buena parte de su vida el sacerdote de Mucientes, emparentado con Manuel Saravia, teniente alcalde del Ayuntamiento de Valladolid, del que era tío. Jesús Mateo destaca del compañero de sacerdocio «su buena cabeza» y «la nobleza de carácter».
En la relación cotidiana con Crescenciano en el Seminario forjó una gran amistad cuando cursaba estudios de Teología Jesús Hernández Sahagún, en la actualidad canónigo de la catedral. «Desde el primer día que le vi –explica– le encontré sonriente, acogedor y exigente en el ejercicio de sus propios deberes. Aún recuerdo su manera pausada de explicarnos las normas de convivencia responsable en la piedad, el estudio, el deporte y el respeto mutuo que él después ponía en práctica ejemplarmente».
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Echando la vista atrás, no puede por menos que rememorar cómo siendo capellán de las hermanas clarisas del monasterio del Sagrado Corazón de Jesús en Cigales se desplazaba cada día hasta Valladolid para dar clase en el instituto Zorrilla. «Cuando se jubiló se puso en contacto con el párroco de la iglesia de Santiago Apóstol de Valladolid y se ofreció para ejercer como confesor todas las mañanas; quizás fueron veinte años seguidos en los que con celo pastoral acudía a diario a confesar a los fieles. Este hombre fue siempre libre y responsable como sacerdote. Era callado, hacía las cosas con humildad y no las cacareaba; eso es muy valioso».
Otra particularidad que reseña de Crescenciano Saravia era su puntualidad, «siempre estaba en el sitio que te había dicho dos o tres minutos antes». Pero lo que no olvida de él el canónigo catedralicio es su forma de despedirse: «Cuando le visitaba, últimamente pocas veces por culpa de la pandemia, su despedida era 'Adiós, que en el cielo nos veamos'».
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