Valladolid
La monja que nació en la Casa Mantilla y ha cumplido cien años en BoliviaValladolid
La monja que nació en la Casa Mantilla y ha cumplido cien años en BoliviaAquel 27 de junio de 1924, hace ahora un siglo, hubo revuelo en un segundo piso de la Casa Mantilla. En aquella vivienda de la calle Miguel Íscar 2, media docena de chavales celebraban el nacimiento de una nueva hermana, Teresa, la séptima hija ( ... de los diez que sobrevivieron) de Jenaro y María Guadalupe, una familia de profundos valores cristianos que había contribuido a que las Hijas de Jesús (las jesuitinas) -una orden fundada por Candida María de Jesús en Salamanca, en 1871- se establecieran en Valladolid.
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Cuando la comunidad llegó a la ciudad, en 1922, el entonces arzobispo, Remigio Gandásegui, buscó familias que colaboraran en la fundación del colegio. Y halló un apoyo fundamental en la abuela materna de Teresa. Ezequiela Palmero, terrateniente de Tierra de Campos, con residencia en la monumental Casa Resines de la Acera de Recoletos, quien contribuyó a que la congregación se asentara y abriera un colegio en Valladolid. En ese colegio estudiaron las hijas de la familia. Y también lo hizo Teresa, esa niña que nació hace un siglo en la Casa Mantilla y que ahora celebra su cumpleaños, sus cien años de vida, a miles de kilómetros de su tierra natal. Teresa de Jesús Ribot Armendia ha soplado las velas de su tarta en Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más poblada de Bolivia, país donde se desplazó para afrontar labor misionera en 1967.
En el colegio, durante su infancia, Teresa «sintió mucha confianza con las hermanas», cuentan sus compañeras de congregación. «Le llamaba la atención su sencillez y su cercanía, su cariño hacia las demás chicas». Los domingos, Teresa iba con otras compañeras y alguna hermana a la catequesis en los barrios, «con gente muy sencilla, muy pobre». Y fue ahí, en sus primeros años de vida, cuando Teresa descubrió su pasión por la enseñanza, por la ayuda a los más necesitados. Había nacido su vocación religiosa, vinculada a las Hijas de Jesús.
«Es una hermana emprendedora, jovial, alegre, arriesgada», dicen quienes la conocen. Y son muchos. Comenzó su «caminar en el seguimiento de Jesús» en Tolosa, el 21 de noviembre de 1947, y en 1950 hizo sus primeros votos. Su labor religiosa estuvo dedicada en un primer momento a la docencia. Ejerció como profesora en San Sebastián, Bilbao y Salamanca. Su sobrino, el historiador Luis Ribot, atesora un recuerdo, de aquellos años salmantinos, que sirve de ejemplo de la capacidad de Teresa para insuflar ilusión y embarcar a sus compañeros en toda clase de proyectos. Cuenta Ribot que en aquella época era estudiante del colegio San José y formaba parte de un club de atletismo. Un día tuvieron prueba de cross en Salamanca y allí se presentó él, con sus zapatillas, para competir. En un momento del recorrido, vio cómo decenas de jóvenes coreaban su nombre y le animaban. En cabeza de todas ellas estaba su tía Teresa, dando palmas, con una sonrisa enorme en la boca. «Es simpática, alegre, optimista», cuenta Ribot.
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En 1967, comprendió que su labor estaba con los más desfavorecidos de los países más pobres del mundo. Y viajó a Bolivia. Allí ha permanecido durante los últimos 57 años. Allí continúa y ha celebrado su centenario. Su primera encomienda fue como directora y profesora en los centros educativos de Fe y Alegría, también con labores de acompañamiento a familias y parroquias de varios barrios de la ciudad.
Siete años después de su llegada al país sudamericano, preparó un nuevo traslado a Potosí, para asumir la dirección de la escuela Vicente Bernedo. Era aquella una zona de la periferia, poblada de gente campesina y minera, en un contexto de extrema pobreza. «Contagió a los profesores su entusiasmo y alegría», explican sus compañeras de congregación, quienes recuerdan que Teresa expresa «su gran amor a Dios a través de la vivencia de la fraternidad, y su amor a Jesús, por su familiaridad. Ama a la congregación porque siente que es instrumento para el servicio y la entrega misionera allí donde la necesiten». De hecho, fue compañía para muchas jóvenes en su proceso de búsqueda vocacional.
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Durante años, Teresa regresó de forma periódica a su ciudad, a Valladolid, para visitar a la familia. «Venía cada tres años, más o menos, y aquí pasaba uno o dos meses con los suyos», recuerda Ribot, quien cuenta cómo en ese hogar de la Casa Mantilla había otros integrantes religiosos. Otra hermana de Teresa, Carmen, también se encomendó a las Hijas de Jesús y su hermano José Antonio, a los jesuitas. De regreso a Bolivia, la religiosa volvía a remangarse los hábitos para adentrarse en las zonas más deprimidas del país. «A Tere le gustaba visitar a las familias de los barrios. A veces se hacía acompañar por vecinas. Su alegría las animaba y estaban encantadas de ir con ellas a las reuniones de las comunidades eclesiales de base».
La congregación y sus compañeras de vida en Bolivia han escrito unas palabras por los cien años de Teresa. «Podemos agradecer al Dios de la vida que nos ha regalado la experiencia y el testimonio de los cien años de Teresa. Solo nos queda hacer memoria agradecida de las huellas que ha ido dejando por los distintos lugares por donde sirvió, cuidando la vida con tesón y dedicación». Y ese es un deseo cumplido que tuvo de niña Teresa, la religiosa nacida en la Casa Mantilla que ahora celebra un siglo de vida en Bolivia.
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