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El bullicio que solía recorrer los pasillos del hospital Río Hortega de Valladolid ha dejado paso a un ambiente «un poco desolado, más desértico». «No ... es lo normal del día a día anterior, con mucha gente entrando, yendo y viniendo», dice Javier Castañón, capellán del centro. La situación ha cambiado y también la labor diaria de este sacerdote, acostumbrado a ofrecer consuelo a enfermos y familiares en los momentos más duros. Esta crisis también le pone a prueba. «Estamos un poco saturados, no por trabajo, sino por toda la situación. En dos semanas han cambiado los protocolos y las directrices también para nosotros. No podemos ir a visitar a los enfermos, salvo que nos llamen desde los controles de enfermería o nos lo soliciten», relata.
Ahora, Javier Castañón se centra en atender las llamadas de familiares que muchas veces simplemente demandan información. Para él, se trata de una situación «muy dura». «Contactan por teléfono y nos dicen que tienen a un familiar ingresado por COVID-19, que no pueden ir a verle y que si podemos informarles. Los ofrecemos nuestro consuelo y nos unimos a ellos en la oración. Y también les damos ánimo y esperanza. Por ejemplo, les decimos: 'Bueno, no se preocupe. Ya sabe que el número de altas está creciendo. Su familiar también puede ser una de estas situaciones'. Hay momentos para la esperanza».
La labor de Javier Castañón y del resto de trabajadores de los servicios religiosos del hospital buscan igualmente el bienestar emocional de los pacientes ingresados. Por eso, han seguido la iniciativa que comenzó en hospitales madrileños para llevar el aliento en forma de cartas escritas por ciudadanos anónimos. «Nosotros también lo hemos hecho y está resultando muy bien. Nos llegan las cartas por correo electrónico, nosotros las imprimimos en el hospital y se las damos a las enfermeras para que ellas se las hagan llegar a los pacientes», explica.
Entre los trabajadores de los hospitales (en este caso los del Río Hortega) reina un sentimiento de compañerismo y solidaridad. «El ambiente es maravilloso entre celadores, médicos, ATS, empleados de la limpieza... Y nosotros estamos cerca de nuestros compañeros, que se enfrentan a esta situación sin que se les vea preocupados. Es cierto que ha habido preocupación por la escasez de material, pero se ha resuelto bastante bien».
Las medidas de protección que adopta Javier Castañón en el Río Hortega incluyen el uso de gel desinfectante, guantes y mascarillas «que han escaseado muchísimo». «El domingo llegó una nueva remesa. Nosotros lo que decimos mientras estamos en la capilla a los familiares que pueden acudir al hospital es que hay que guardar la distancia, al menos un metro y medio. Si nos llaman a planta, sí nos ponen la bata, los guantes y la mascarilla, al igual que el familiar que va a ver al enfermo».
Javier Castañón tiene 52 años y llegó el pasado mes de febrero al hospital Río Hortega, procedente del Clínico, donde permaneció tres años como capellán. «Anteriormente, había trabajado en el Río Hortega como voluntario. Yo estaba en algunos pueblos, me llamaron del Arzobispado y les comenté que podía ir para ayudar por las mañanas. Luego coincidió que se jubilaba un sacerdote en el Clínico. En febrero, justo antes de la pandemia, empecé aquí».
Ahora, en los duros días de la crisis, ve motivos para la esperanza y considera que los esfuerzos de la cuarentena –«la mejor lucha que podemos hacer en estos momentos»– acabarán dando sus frutos. «Es una esperanza real. Estamos en el pico de mayor mortalidad e infección, pero también suben las altas. La gente también puede agarrarse a esos datos reales. Nosotros les decimos a mayores que nuestra fe está basada en la esperanza y que tiene que ser una esperanza firme. También les invitamos a que nos den el nombre de sus familiares y nos comprometemos a rezar y pedir por ellos en la eucaristía. La última palabra es que hay esperanza y que lo vamos a conseguir entre todos».
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