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De Zamora, de Zamora. Tú preguntas por aquí a unos cuantos y ya verás que es raro que no te encuentres con varios que han nacido en Zamora», asegura Miguel Ángel Niño, presidente de la asociación vecinal de La Rondilla, cuando descubre que el corazón ... de su barrio (las calles Lope de Rueda, Nebrija, Moradas) es la zona de la capital donde viven menos vecinos nacidos en Valladolid. Apenas el 37,59%, según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Lo más fácil es hallar entre los bloques de ladrillo de la calle Linares (681 personas en ese distrito censal) a alguien que desembarcó en la capital procedente de otros pueblos (el 15,27% de sus vecinos), de otras provincias (31,58%) o de distintos países (15,57%). Más sencillo eso que toparse con alguien nacido en la capital. «Aunque bueno, yo sí que soy rondillero de pura cepa», dice Niño, quien tiene que retrotraerse a sus abuelos (de Cogeces del Monte y Casasola de Arión) para encontrar en su familia ejemplos de un éxodo rural que desde mediados del siglo XX cambió para siempre la estampa de Valladolid.
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Ese fenómeno –vinculado con los cambios de producción agraria, con la industrialización– es una de las causas que han motivado que casi la mitad de las personas que hoy viven en Valladolid no hayan nacido aquí (el 46,95%). Pero hay otros motivos –ya vividos en este siglo XXI– como la fuga de jóvenes a los municipios del entorno y la llegada de población extranjera (que supone hoy el 7,45% de la población, con 22.233 habitantes).
Para explicar esta situación es «fundamental» atender a la elección de Valladolid como polo de desarrollo industrial (1964-1970) y a la Fasa, que ya producía vehículos desde 1953, como principal motor de mano de obra. Castilla y León sufrió un «excedente de población agrícola» que provocó que la mayor parte de sus provincias «aparezcan entre las de mayor intensidad migratoria en las décadas de 1960 y 1970», explican Alberto del Rey (Universidad de Barcelona), Mar Cebrián (Universidad de Salamanca) y José Antonio Ortega (Naciones Unidas), autores de un informe sobre despoblación y envejecimiento en Castilla y León que pone el foco en la emigración femenina y cómo eso ha influido en la pérdida de nacimientos.
Es precisamente en esos años del desarrollismo cuando Valladolid casi duplicó su población. «Entre mediados de los 50 y la primera mitad de los 70, los movimientos migratorios alcanzaron una envergadura sin precedentes y modificaron por completo la distribución de la población», recuerda Miguel González-Leonardo, graduado en Geografía por la Universidad de Valladolid y máster en Estudios Territoriales y de la Población por la Universidad Autónoma de Barcelona, en el artículo 'El nuevo paradigma de las migraciones internas en España'.
Hay cifras que lo confirman. La ciudad tenía 124.212 habitantes en 1950. El 35,7%del total de la provincia se concentraba a mediados del siglo XX en la capital. Diez años después, en 1960, la aglomeración urbana suponía el 41,8%, con 151.807 residentes. El despegue se produciría en ese decenio. Al llegar a 1970, Valladolid tenía 236.341 habitantes (el 57,28%) y en 1981 se alcanzaron los 330.242 residentes en la ciudad (dos de cada tres vecinos de la provincia vivían en la urbe). Valladolid dejó claro su efecto aspirador en municipios cercanos y provincias limítrofes. Y buena parte de la fisonomía actual del padrón proviene de aquella época.
En la actualidad, hay 15.650 palentinos y 15.521 zamoranos que residen en Valladolid. Así, casi uno de cada diez vecinos de la capital ha llegado de estas dos provincias. Y el mapa muestra cómo son los barrios que se desarrollaron en aquella época (en los 60 y 70) los que registran un menor porcentaje de personas nacidas en Valladolid y, por lo tanto, mayor presencia de vecinos llegados de fuera. Fueron polígonos residenciales levantados a toda prisa, en zonas hasta entonces ocupadas por huertas o terrenos baldíos y que se llenaron casi de la noche a la mañana con cientos de viviendas de ladrillo sin apenas dotaciones sociales.
Entre 1964 y 1969 se edificó el sector residencial comprendido entre las calles Mirabel, Rondilla de Santa Teresa, Portillo de Balboa y Amor de Dios. En 1965 llegó la transformación del barrio de Santa Clara hacia el norte y el este, con poblados como Endasa y XXV Años de Paz. La eclosión de Pajarillos se produjo entre 1964 y 1968, cuando se construyeron 1.973 viviendas en San Isidro (Trepador, Estornino, Ánade, Esquila) y el 29 de Octubre. Entre 1970 y 1975 se levantaron otros 1.731 pisos en el barrio (432 en Pelícano, Salud, Tórtola y Pato, 451 en Cigüeña, 176 en Gallo...). En Pilarica, la mayor parte de los bloques entre Puente la Reina y la Esgueva se edificaron entre 1964 y 1970. Si la mirada se eleva al conjunto de la ciudad, en el decenio de 1950 se construyeron 11.053 viviendas (cuando la ciudad contaba entonces con 36.328 casas).
En la década siguiente, entre 1960 y 1970, se levantaron 36.395 nuevas viviendas para asumir la ingente llegada de población, asentada sobre todo en esos barrios de nueva creación. La ciudad se poblaba a costa de unos pueblos y provincias limítrofes que se vaciaban. Zamora pasó de 309.142 habitantes en 1960 a 258.527 diez años después. Palencia, de 231.977 a 198.763 en el mismo periodo. León, de 584.594 a 548.721. Y lo mismo ocurrió en varios municipios vallisoletanos. Peñafiel cayó de 5.894 a 5.132 vecinos. Nava del Rey, de 3.860 a 2.898. Villalón, de 2.877 a 2.572. «La constante pérdida de población joven y en edades reproductivas tiene efecto directo en el proceso de despoblamiento y envejecimiento. Y hay un efecto indirecto: su impacto futuro en los nacimientos de la región o de las provincias de origen. Se marchan los padres y eso afecta a los nacimientos. Las pérdidas son consecuencia tanto de los que se van como de los que no nacerán», concluyen Del Rey, Ortega y Cebrián.
Ese movimiento migratorio de aquellos años de expansión económica e industrial es clave para el devenir demográfico de Valladolid, imprescindible para comprender que haya en el padrón de la capital tantos vecinos que no nacieron aquí. Pero no es la única causa. Se pueden apuntar otras dos y mucho más recientes.
La primera es la llegada de población extranjera, sobre todo a principios del siglo XXI, en los años de bonanza económica previos al estallido de la crisis en 2008. En 2001, vivían en la ciudad 2.044 personas procedentes de otros países, apenas el 0,64% del total. En 2009 se alcanzó pico con 19.462 vecinos foráneos (6,12%). La cifra se redujo en los años posteriores:el estallido de la burbuja de la construcción y el paro aplacó la llegada de extranjeros y animó al retorno a sus países de origen o la marcha a otras provincias (sobre todoMadrid)a la busca de mejores perspectiva de empleo. Ahora, el número de habitantes nacidos en otros países ha vuelto a crecer, sobre todo, en los últimos dos años, por la solicitudes de asilo de personas llegadas de Colombia, Venezuela y Centroamérica. Según los datos más recientes, hoy hay 22.233 vecinos nacidos en el extranjero.
Yun factor más:la marcha de población joven a los municipios del cinturón metropolitano y la «fuga de talento» a otras ciudades (como Madrid). Basilio Calderón y José Luis García Cuesta, profesores de Geografía en la Universidad de Valladolid, destacan la «consolidación y extensión del área urbana de Valladolid, caracterizada por una pérdida exclusiva de población en la capital, junto con el incremento de su entorno, de forma además desproporcionada entre municipios».
Los altos precios de la vivienda a principios del siglo XXI expulsaron de la ciudad a nuevas generaciones de personas que nacieron en la capital, pero no se quedaron a vivir en ella, sino que eligieron localidades cercanas. Así, de los 20.179 habitantes de Arroyo, solo el 4,95% ha nacido allí y hay un 62,39% que procede de otras localidades de la provincia (la capital).
Este fenómeno se ha amortiguado en los últimos años, recuerdan José María Delgado y Luis Carlos Martínez en un informe para el Consejo Económico y Social, que certifica que «el decrecimiento de los núcleos centrales ya no se traduce, como antaño, en el crecimiento de sus periferia, pues los cambios de residencia hacia ellas se frenaron», al incrementarse el precio y reducirse la oferta de vivienda en estos municipios.
Laura López y Alfonso Sanz son dos jóvenes llegados hace cinco años a vivir a Arroyo de la Encomienda, el prototipo de nuevas parejas que eligieron el municipio (la zona de Las Lomas de Sotoverde) para formar su proyecto de familia. Allí compraron su vivienda y, algún tiempo después de convivir en Arroyo, contrajeron matrimonio, fruto del cual nació su pequeño hijo Mateo, quien cumplirá dos años en un par de meses.
Elvira Pozo (Almagarinos, León, 1942) reconoce que fueron difíciles los primeros años que pasó en Valladolid, recién llegada de su pueblo natal, viuda, con dos hijos internos en centros educativos de Guardo y Astudillo, sin amigas, conocidas, sola en una ciudad que no se lo puso fácil. «Cuando llegué, me vine a vivir a una de la zonas más baratas, a Pilarica, y esto entonces era casi peor que el pueblo. Las calles estaban sin asfaltar; el Esgueva, lleno de mierda. Pero había venido a trabajar. Como hacíamos todos entonces. Nos íbamos del pueblo porque allí no había trabajo».
Salir a la calle con el carro de la compra en una mano y la cachava en la otra, asomarse a la ventana y conocer a todos los vecinos, hablar con ese comerciante al que compras cada día o disfrutar de la soleada mañana junto a los compañeros de paseo es algo habitual para los residentes de los barrios más envejecidos de la ciudad. Se observan muchas tiendas cerradas, pero otras que resisten gracias a «los de toda la vida», resalta Pilar Revenga, comerciante del estanco situado en la calle Águila esquina con Pelícano, en el barrio de Pajarillos.
«Nos gusta vivir aquí porque las niñas tienen muchas amigas cerca de nuestra casa»,
Amplias zonas verdes para el ocio y disfrute de los niños y jóvenes, parques en cada manzana y decenas de casas adosadas con sus respectivos jardines y piscinas. No hay más que dar un paseo por el barrio El Peral para ver cómo disfrutan padres, hijos y perros de una jornada al aire libre.
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