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La noche del 8 de diciembre, Miasar Almostfa no pudo pegar ojo en su casa de Las Flores. Aquel domingo, desde primera hora de la ... tarde, estuvo pegada a las pantallas para ver lo que ocurría en su país. Los titulares decían que Bachar al Assad abandonaba la capital de Siria después de casi 25 años en el poder. Las redes sociales contaban que los rebeldes controlaban por completo Damasco. Las webs de los periódicos informaban de que Mohamed Al Golani, comandante del principal grupo insurgente, el salafista Hayat Tahrir Al Sham (HTS), había llegado a la ciudad y proclamado la victoria desde el interior de la Gran Mezquita de los Omeyas. Las fotos que llevaban al móvil de Miasar mostraban las estatuas derruidas de Al Assad, las muchedumbres en la calle, los disparos al aire a modo de celebración. Aquella noche del 8 de diciembre, Miasar Almostfa no pudo pegar ojo en su casa de Las Flores. Su país vivía un momento histórico que ella seguía a miles de kilómetros con preocupación.
«Tengo una hermana en Siria, en Alepo. Nos contaba que había miedo, pero que parecía que todo iba un poco mejor». El país empezó a vivir ese día, empieza a vivir ahora, una nueva etapa, llena de incertidumbre, después de más de trece años de guerra. Un conflicto que provocó que Miasar y su familia tuvieran que abandonar el país, que cruzar la frontera de forma clandestina (con un bebé en brazos, con un niño de año y medio que avanzaba entre tropezones a su lado). Su primer destino fue Turquía. Años después, España. Miasar es una de los 80 ciudadanos de Siria que viven en Valladolid capital, según los datos actualizados del padrón municipal. Una de los ciudadanos que tuvieron que huir de su país por la amenaza de las bombas, por el terror de la guerra.
«La guerra en Siria comenzó en el año 2011, pero nosotros vivíamos un poco alejados de la zona de conflicto», recuerda Miasar, en un español correcto pero que, de vez en cuando, precisa de la traducción de Kusay y Oday, sus hijos de casi 13 y 12 años, criados en Valladolid. Hablan árabe, pero no lo saben escribir. Con sus amigos, en el colegio al que van en bus en La Rondilla, hablan siempre en español. Su madre quiere afianzar el idioma para optar a la nacionalidad española. Se maneja sin problemas en el día a día, pero la cosa se complica cuando tiene que expresar las preocupaciones que despierta la situación política en su país.
«Nosotros vivíamos en Alepo y allí, al principio, el conflicto no se notaba mucho. Aunque poco a poco se iba acercando». Miasar y su marido Ahmad (trabajador entonces en la construcción) vivían en un edificio familiar en la «capital cultural» de Siria. En cada planta, un hermano y su familia, un cuñado y su familia, un tío y su familia. Meses después del estallido de la guerra, la situación se volvió insostenible en Alepo. Uno de los bombardeos alcanzó de lleno el bloque en el que vivían. «Las puertas rotas, las ventanas destrozadas». Las calles dejaron de ser seguras. Cualquier esquina podía convertirse en emboscada.
Ahmad sufrió graves heridas después de que una bomba explotara a tan solo unos metros de él, mientras pasaba confiado por una plaza de su ciudad. Sufrió importantes quemaduras. En ese momento tuvo claro que, por su seguridad, debía abandonar el país. Cogió el coche y, conduciendo, solo, atravesó la frontera rumbo a Turquía. Mes y medio después, su mujer y sus hijos pequeños tomarían el mismo camino fuera del país, en compañía del hermano de Ahmad. Miasar recuerda que cogió apenas una maleta con un puñado de ropa. «Todo lo demás, lo dejé en Alepo». Las fotos, los juguetes de los niños, los recuerdos.
«Mi ciudad está a solo una hora en coche de la frontera con Turquía, pero no podíamos pasar por los controles oficiales porque no teníamos documentación». Por eso, antes de llegar al puesto fronterizo, se bajaron del coche, cogieron la maleta, al pequeño Oday en brazos (entonces un bebé) y, con el pequeño Kusay al lado (pasito a pasito) dejaron Siria, con mucho frío, en enero de 2014.
¿Para siempre? «A mí me gustaría volver. Amo mi país. Pero si no hay seguridad…». Aquella primera etapa en Turquía parecía provisional, pero se prolongó durante cinco años. «Durante el primer año y medio, mi marido se estuvo recuperando de las heridas y no pudo trabajar». Luego sí. Ahmad encontró después un empleo como taxista por las calles de Ankara, ciudad que acogió a varios de sus hermanos y familiares, que también huyeron de la guerra en Siria.
Un informe del Consejo Europeo concluye que «el conflicto en Siria constituye la mayor catástrofe humanitaria y crisis de refugiados del mundo, sin parangón en la historia reciente». Las cifras de la Unión Europea hablan de 4,9 millones de refugiados. En 2019, hubo varias políticas de reacogida de estos refugiados, para que todo el peso del exilio no recayera en los países vecinos, como Turquía (pero, también, fuera de Europa, Egipto o Irak). En enero de 2019, cinco años después de su huida de Siria, Miasar y su familia volvían a hacer las maletas. Esta vez, rumbo a España.
Llegaron a Madrid en avión. Allí, les esperaba un técnico de Accem, la ONG que trabaja para mejorar la calidad de vida de los refugiados y que les ofreció su servicio de acogida e integración social. «Desde 2020, hemos atendido en Castilla y León a 38 personas de 27 unidades familiares procedentes de Siria a las que se les ha proporcionado un total de 392 prestaciones», explican desde Accem. Entre esos servicios, se encuentran atención e intervención social, asesoramiento legal y jurídico, atención psicológica, interpretación y traducción, orientación laboral y formación, aprendizaje del idioma…
«En Turquía estábamos bien, pero no teníamos papeles. Era todo muy complicado y en España vimos que podíamos tener una vida mejor». Con su reconocimiento como refugiados, los trámites administrativos se despejaron. Ahmad ha encontrado empleo. Trabaja en un matadero de Cuéllar y, además, completa los ingresos con varias horas de apoyo en un bazar. Los chicos están escolarizados desde el primer momento. El mayor, Kusay, quiere estudiar diseño gráfico. El pequeño, Oday, no lo tiene tan decidido, pero le gustaría convertirse en Policía. Salieron tan pequeños de Siria que no conservan recuerdos de aquel país. Algún fogonazo les llega de su estancia en Turquía. Pero es en Valladolid donde han crecido, una ciudad que sienten como suya y donde les gustaría quedarse a vivir. Lo dicen mientras lucen al cuello una bufanda con la nueva bandera de su país de nacimiento, modificada este mismo mes después de la caída de Al Asad. «Las hemos pedido por Internet», dicen mientras muestran el nuevo emblema. Su madre, a su lado, no descarta, si la situación lo permite, regresar a su país.
«Desde hace muchos años esperábamos que cayera el régimen de Al Asad. Su familia llevaba 54 años en el poder y no se preocupaba por el pueblo ni por su población. No había libertades, no se podía hablar. Si levantabas la voz en contra, te llevaban…». Ahora, con este nuevo giro en la política de su país, confía en que haya «mejores expectativas». «Esperamos que por fin se hagan las cosas bien».
Ante la tesitura de que las personas refugiadas sirias vuelvan a su país o ante la paralización de las solicitudes, anunciada por varios países de la UE, desde Accem recuerdan «la importancia de valorar las circunstancias de cada caso de forma individual, para que no se vulneren los derechos de las personas refugiadas y, en concreto, para que nadie sea devuelto a un país en el que su vida e integridad física corran peligro». La ONG subraya que «las decisiones de paralizar el estudio de solicitudes o programas de repatriación y deportación a Siria implican exponer a riesgos de persecución o violencia generalizada que podría llegar a desatarse en el país». Así, destacan que «las decisiones deberían ser individualizadas, y en cualquier caso producirse las devoluciones a Siria hasta que nos se pueda determinar que el país es seguro para el retorno».
La Unión Europea, ante la caída del régimen de Al-Asad, emitió un comunicado en el que expresaba su solidaridad «con todos los sirios a los que les invade la esperanza, tanto los que se encuentran en el país como los de la diáspora, pero también estamos con aquellos que temen un futuro incierto. Todos deben tener la oportunidad de reunificar, estabilizar y reconstruir su país, restablecer la justicia y garantizar la rendición de cuentas». Así, ante esta situación, desde la UE consideran «fundamental preservar la integridad territorial de Siria y respetar su independencia, su soberanía y las instituciones estatales, así como rechazar todas las formas de extremismo».
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«A menudo, la gente de occidente tiene una idea negativa sobre Oriente Medio, de los países árabes en general», apunta Miasar, quien lamenta que haya voces que identifiquen directamente Islam con yihadismo. «No me refiero solo a España, es un problema que se produce en toda Europa, cuando habría que diferenciarlo de forma clara», asegura Miasar, para quien, sin embargo, «la gente buena que nos hemos encontrado compensa de largo a estas otras». «Mi país por fin ha dicho adiós al presidente… Ahora ojalá empiece un buen momento para Siria», dice Miasar.
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