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«Un compañero que trabajaba de Policía Municipal, que me llevaba a La Seca cuando estaba por Valladolid, un día me dio un tocho de papeles y me dijo, toma, estudia la estancia del Ayuntamiento». Así recuerda Ángel Cantalapiedra la mezcla de casualidad, circunstancias y ... necesidad que lo llevó a dar los primeros pasos de su extensa carrera de cuatro décadas en la Policía Municipal de Valladolid, en la que ha alcanzado el máximo rango en la escala ejecutiva del Cuerpo, el de Inspector. 44 años de servicio que lo han llevado a enamorarse de una profesión a la que entró para ayudar en casa en unos años económicos convulsos, tras haber echado solicitudes de trabajo en la Fasa «y en todos los sitios habidos y por haber».
Más de cuatro décadas después posa, ya de paisano tras su recién estrenada jubilación, frente a las antiguas instancias de la Policía Municipal en la parte trasera de la Casa Consistorial junto a la Plaza de la Rinconada, hoy en desuso. Allí aterrizó en abril de 1980 tras sacar la nota más alta en el examen, hito que repitió en las sucesivas oposiciones de ascenso, formando parte de la primera promoción del Cuerpo convocada por un ayuntamiento democrático.
De aquellos años recuerda el rápido crecimiento de la plantilla, que en cinco años pasó de «180 policías a duplicar la plantilla llegando a 400» y la escasez de medios: «En 1980 teníamos cinco coches, 16 motos, una grúa, un teléfono fijo y una emisora en la central y en los vehículos». Unos números que constatan la evolución del cuerpo, «al pie 500 efectivos» en la actualidad y unos medios materiales que es incapaz de cifrar debido a su magnitud.
Ángel Cantalapiedra
Inspector jubilado de la Policía Municipal
De sus comienzos Ángel recuerda como la labor de los más veteranos marcó su visión de la Policía como un servicio al ciudadano, que va más allá de perseguir la delincuencia. «Cuando entré había una sección de policías que se llamaba de vereda, con los que me bauticé. Patrullábamos a pie por los barrios, sin emisoras y todas esas cosas y lo primero que aprendí fue cómo trataban ellos a los vecinos, cómo intentaban resolver sus problemas», rememora el inspector, sobre unos años en los que Valladolid era otra ciudad: «Había muchísimos problemas, no había casi infraestructuras, no había saneamiento, las calles estaban muchas sin asfaltar y no llegaban los autobuses».
La ciudad evolucionó y con ellos las necesidades y cometidos de la Policía Municipal, entre los que primaba, en aquellos años la Seguridad Vial. «Lo más reconocible de la ciudad eran aquellos policías que estaban en los cruces regulando, con el casco y el cinturón blancos y el silbato. Los ciudadanos tenían muchos problemas para circular y para el estacionamiento».
Ya en 1982 y tras un breve periodo en Seguridad del Ayuntamiento «rogando al jefe» que lo devolviera a las calles, el inspector pasó a formar parte de los primeros vehículos patrulla de Intervención Ciudadana. «Nos dedicábamos a hacer prevención y a perseguir a los amigos de lo ajeno. Eran los años duros de la droga, había mucha delincuencia común y eso causaba mucha intranquilidad e inquietud».
Ángel Cantalapiedra
Unos años que Ángel recuerda con especial cariño, pero que también le transportan a uno de los momentos más duros de su carrera. «Fue una etapa que me gustó mucho y crecí como policía, pero la verdad es que tengo una espina clavada, que fue el asesinato de mi compañero Dani, con el que patrullaba hasta que ascendí a cabo. Entonces entró otro compañero por mí y a los dos o tres meses en una intervención detectaron un vehículo sospechoso del salieron los ocupantes y les dispararon».
A pesar del luctuoso suceso, en el que también falleció un Guardia Civil, el inspector nunca ha perdido el apego por las calles. «Yo nunca he dejado de hacer patrullaje, aún siendo mando siempre he estado en la calle. Cuando estaba de jefe en Delicias o en La Rubia salía caminando o con el coche, hablaba con los vecinos y llamaba a un compañero para que tomase nota».
Tras pasar por la División Operativa, fue destinado a Delicias en el 1997, donde le encomendaron poner en marcha la Policía de Barrio en Pajarillos, heredera de la policía de vereda que dejó en Cantalapiedra una gran impronta y a la que ha estado muy ligado: «En Pajarillos en ese momento estaba el Poblado de la Esperanza y había muchísimos chavales jóvenes que estaban metidos en la droga y también había que echarles una mano para encauzarlos un poco»
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Esa Policía de Barrio, que tenía por cometido poner en marcha las infraestructuras en la zona dando aviso a los servicios municipales de las necesidades y procurar que los ciudadanos se sintieran protegidos, fue para Ángel una «etapa ilusionante» por la implicación de sus compañeros y de los propios vecinos «en que todo saliera bien». «Nos metimos de lleno en el mundo de la vida de barrio y hasta en las casas si necesitaban ayuda. Ahí yo vi que los ciudadanos una vez te acercas a ellos y atiendes sus necesidades te reconocen, te consideran», reflexiona Ángel, que de su extenso anecdotario saca a relucir un momento en el que unos vecinos se acercaron al hospital para interesarse por la salud de su padre.
De aquellos barros llegó la vocación que encontró «en el servicio al ciudadano y en el ambiente con los compañeros» hacia una profesión a la que llegó empujado por la vida y que le ha proporcionado muchas alegrias, entre ellas la poder continuar sus estudios tras alcanzar el escalafón de inspector y graduarse en Criminología y Seguridad. «Eso también me permitió que la Universidad Europea Miguel de Cervantes contara conmigo como docente para impartir una asignatura de esa carrera».
Cantalapiedra agradece a su familia «que ha aguantado la vela», el haber podido compatibilizar esa labor docente con el mando policial. Ahora, que tiene que abandonar ambas profesiones, seguirá ligado al Cuerpo a través de la International Police Association (IPA), una asociación dedicada al fomento de la institución policial en la sociedad, algo que el ya jubilado inspector ha llevado por bandera.
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