

Secciones
Servicios
Destacamos
Será una coincidencia, pero en la residencia Amavir Encinar del Rey, situada en el Camino Viejo de Simancas, no lo creen. «Me dijeron: Conchi, tu madre estaba esperando a tu padre. Y yo también lo pienso», comenta Concepción, hija de Francisco Rodríguez Iglesias, de 88 años, y de Amelia Álvarez Díaz, de 84, matrimonio que murieron ambos el pasado día 20 de abril en esa residencia vallisoletana, él a las 4:30 horas, después de una caída en picado desde que el 14 de marzo se decretara el estado de alarma y el confinamiento, y ella, solo media hora después, a pesar de que llevaba varios días en fase terminal y sin comer, pues ya no toleraba los alimentos. Fue el suyo un matrimonio hasta en la muerte, pues ni esta les separó, emprendieron el viaje juntos, como juntos estuvieron desde muy jóvenes, cuando iniciaron su noviazgo en Mieres (Asturias).
En la bonita y dura historia de Francisco y Amelia no se invitó al coronavirus, aunque sus efectos colaterales jugaron baza, según asegura Concepción. «Los dos dieron negativo en los test que les hicieron, pero a mi padre le mató el confinamiento. Llevaban cinco años en Amavir, estaban en una unidad de convivencia y tenían su habitación y un salón que compartían con otros pocos residentes. Mi madre estaba ya muy mal con el alzheimer, en una silla de ruedas y sin habla, pero mi padre se valía bien, bajaba a jugar la partida al bar, a darse un paseo... El confinamiento le ha matado a mi padre, porque desde el 13 de marzo no tenían visitas, les aislaron por secciones y no podía salir de la habitación, pues había cuarentena. Mi padre no entendía nada, sufría mucho con la enfermedad de mi madre y con que no pudiéramos ir a verles ni mi hermano ni yo», hace hincapié Concepción, que pudo estar con su madre por última vez el 13 de marzo, un día antes del decreto del estado de alarma, después de que sufriera una broncoaspiración y la tuviera que llevar a Urgencias.
«Le dieron el alta y volvió a la residencia. A mi madre, con 65 años, le diagnosticaron alzheimer, pero la enfermedad se le agravó mucho de seis años para aquí. En cambio, mi padre estaba bien hasta el confinamiento, tenía sus achaques, pero a partir de ahí...», afirma Concepción, que aunque desde el 13 de marzo no pudo ya entrar en la residencia, sí que vio a su padre a los quince días del confinamiento.
Francisco Rodríguez.
Amelia Álvarez.
«Tuve que ir al hospital con él para hacerle una transfusión, mi padre salía de la residencia con cara de pánico, yo le expliqué lo que pasaba y, aunque salió de la transfusión reanimado y entró bien en la residencia, decía que si mi madre sabía dónde habíamos estado. Yo tenía mucha angustia, pensaba que como mi madre se fuera primero, qué iba a pasar con mi padre, pensaba en si a ver con la desescalada podían dejarle salir pronto y verle para darle así una inyección de alivio. Incluso pensaba que, si mi madre fallecía, le llevaba conmigo unos días, que yo trabajo en Zamora desde hace seis años», apunta Concepción, que el 13 de abril sufrió un nuevo revés con el ictus de su padre.
«Ha habido más casos allí, en la residencia. Además, el sábado 18 sufrió una broncoaspiración. Lo de mi madre fue diferente, coincidió con su enfermedad y estaba ya en fase terminal desde la broncoaspiración, pero a mi padre le mató el confinamiento. Los dos fallecieron durante la madrugada del día 20, mi padre a las 4:30 horas y mi madre, una media hora después. Me dijeron en la residencia que ella estaba con los ojos entreabiertos, aunque no veía, como que estaba esperando a mi padre», relata Concepción, que agradece el trato recibido desde la residencia Amavir. «Se han preocupado mucho por mí, me mandaban mensajes. Todo el personal es muy profesional y se han entregado con mis padres», asegura Concepción, de 54 años, que con su hermano Francisco, de 57, se vieron obligados hace cinco años a ingresar a sus padres en la residencia.
«Yo trabajaba en Gijón, pero pedí que me acercaran a Zamora para poder estar más cerca de ellos. Mi madre pesaba 40 kilos cuando ingresó en la residencia, no comía y no se medicaba, mi padre no podía con la situación y le dije que se viniera conmigo, pero él me dijo que 'donde vaya tu madre, voy yo', así que los dos se fueron a la residencia. Mi padre llevaba cuatro años sin moverse de casa con ella antes de ingresar en la residencia, solo bajaba para comprar el pan, porque la comida se la hacía yo cuando venía los dos días de descanso», añade Conchi, que ha podido disfrutar más de sus padres cuando han estado en la residencia que cuando estaban en casa, «porque entre comprar, cocinar y lavarles la ropa, apenas estaba con ellos».
A Concepción le da «rabia» que, después de dedicarse a sus padres, «en el último momento no haya podido estar con ellos», y añade a ese sufrimiento el de la tragedia del entierro, «lo más frío de mi vida». «Yo pensaba que cómo podía saber que eran ellos a quienes enterraban, si no les podía haber visto», recuerda la hija de Francisco y Amelia, que fueron enterrados en Valladolid aunque eran naturales de Mieres, en Asturias.
«Allí se casaron hace 60 años, más todos los años de noviazgo que estuvieron. Teniendo yo 3 años nos vinimos a Valladolid, porque mi hermano tenía algo de bronquios y nos recomendó el médico un clima más seco. Mi padre era minero, se vinieron a Valladolid y mi tío tenía el bar San Pablo. Allí se puso a trabajar mi padre, hasta jubilarse», concluye.
Publicidad
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Carlos Álvaro | Segovia y Pedro Resina | Valladolid
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.