Imagen de Luis Martínez y de las tareas de desescombro de la cafetería Rolando, en el atentado del 13 de septiembre de 1974. El Norte

Luis Martínez, el vallisoletano que abrió la trágica lista de víctimas indiscriminadas de ETA

El libro 'Dinamita, tuercas y mentiras' investiga los detalles de la matanza en la cafetería Rolando, ocurrida en 1974 y con un comercial nacido en Valladolid como protagonista

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 12 de enero 2025, 09:00

Aquel trocito de papel había sobrevivido intacto a la explosión. Era un pequeño carné, emitido el 2 de diciembre de 1957, casi 17 años antes de que dos bombas estallaran en el centro de Madrid. Lo llevaba en el bolsillo su propietario, ese hombre de ... poco pelo, nariz alargada, finos labios y gafas de pasta que miraba de lado a la cámara y acababa de morir. Asesinado.

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Carné de Luis Martínez recogido en el libro 'Dinamita, tuercas y mentiras'. El Norte

Su foto y el nombre que aparecía en ese viejo carné de la Agrupación Sindical de Representantes de Comercio fueron claves para que los forenses pudieran identificar el cadáver. Luis Martínez Martín. Natural de Valladolid. Vecino de la calle Fernández de los Ríos, número 108, en el barrio de Chamberí.

Fue la primera de las trece víctimas mortales que el 13 de septiembre de 1974 perdieron la vida en el atentado de la cafetería Rolando, la primera acción «indiscriminada» de ETA, la masacre inaugural, la más sangrienta que la banda terrorista cometió hasta el coche bomba de Hipercor (1987). Luis se convirtió, desgraciadamente, en la primera víctima colateral de ETA, en la primera persona que ETA asesinaba sin saber siquiera su nombre. Y su nombre era Luis Martinez Martín, viudo, padre de tres hijas y nacido en Valladolid.

  • 'Dinamita, tuercas y mentiras' Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza Escudero.

  • Tecnos 256 páginas. 25,50 euros.

Lo cuentan Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza Escudero (doctores ambos en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco) en 'Dinamita, tuercas y mentiras', un libro publicado por Tecnos que investiga y relata, con todo lujo de detalles, «uno de los peores atentados de nuestro pasado reciente». «No se trató de una acción selectiva que salió mal, sino de un atentado indiscriminado que fue diseñado así desde el principio. La eventualidad de causar víctimas colaterales no les preocupaba», cuentan los autores de este trabajo, que arroja luz sobre un ataque terrorista «que ha permanecido casi siempre en una especie de limbo informativo». Pese a ser uno de los más sangrientos de ETA, su incidencia apenas se ha estudiado. Hasta ahora.

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«Quizá la tragedia y quienes la sufrieron han sido relegados a consecuencia de que tuviera lugar durante el franquismo, la banda negara su responsabilidad, los autores fueran franceses, la colaboradora necesaria estuviera íntimamente ligada tanto a la izquierda como al mundo de la cultura y la amnistía de 1977 cerrase la vía judicial», explican los historiadores. La matanza solo se empezó a tener en cuenta en 2018 (44 años después), cuando ETA reconoció su responsabilidad. Aunque los motivos de aquel ataque fueron estudiados, precisamente, en Valladolid.

La memoria de 1974 del Gobierno Civil de esta ciudad «hacía ver que el atentado (junto a la ruptura pública de Blas Piñar con Arias Navarro)» habían contribuido «a la derechización del Ejecutivo». «La vida política se endureció. Aunque ETA no reclamara su autoría, la matanza consiguió justo lo que el frente militar había propuesto: acelerar la espiral de acción-reacción-acción». Y una de esas consecuencias «fue el cese de Pío Cabanillas y el fin de todo lo que aquel política representaba», resumen Fernández Soldevilla y Escauriaza.

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Estado en el que quedó el interior de la cafetería. El Norte

Pero antes, dedican 250 páginas a repasar los pormenores de un atentado que tuvo a un vallisoletano entre sus desgraciados protagonistas. Luis Martínez Marín (en algunos documentos aparece erróneamente como Marín) era un agente comercial jubilado, nacido en 1896 en Valladolid. Aquel 13 de septiembre de 1974 estaba en el interior de la Cafetería Rolando, un local situado en la calle Correo, al lado de la madrileña Puerta del Sol. La investigación no pudo determinar si se encontraba tomando algo en la barra o estaba comiendo en el salón. De acuerdo con el libro 'Dinamita, tuercas y mentiras', todo parece indicar que había pedido mesa y menú. Su cuerpo fue hallado poco después de la matanza.

Las bombas (que explotaron a las 14:30 horas) provocaron graves daños en el local y, según la autopsia, «lo más probable es que a Luis se le cayera encima una viga o algo semejante». Cuando los policías y bomberos todavía sacaban cadáveres de la montaña de escombros, su cuerpo ya había sido (gracias a ese viejo carné) identificado y trasladado al Instituto Anatómico Forense. Después vendrían doce víctimas más (once murieron en el acto, dos lo hicieron más tarde por culpa de las lesiones).

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El libro repasa casi minuto a minuto lo que ocurrió aquella mañana en ese punto del centro de Madrid. Era viernes 13 de septiembre de 1974, un día soleado y caluroso de finales del verano, con 30 grados en los termómetros cuando todo estalló. El local había reabierto sus puertas apenas unos días antes, ya que entre el 4 de agosto y el 2 de septiembre estuvo cerrado por vacaciones. Su propietario era un palentino, Juan Ramón Magadán. Regentaba una casa que se anunciaba como marisquería aunque era más bien una cafetería que servía además menús del día a la hora de comer.

Desescombros del lugar del atentado. El Norte

Entre su clientela habitual había muchos administrativos y policías de la Dirección General de Seguridad, que estaba entonces ubicada en la Real Casa de Correos (la actual sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid). En aquellas dependencias había cafetería, pero la oferta no debía ser de muy buena calidad, ya que muchos trabajadores aprovechaban para entrar en el local que había a la vuelta de la esquina y donde se citaban también con sus confidentes.

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Los asesinos llegaron sobre las 14:00 horas. Fueron los primeros clientes que accedían al salón principal. Se trataba de «una pareja, hombre y mujer de unos veinticinco años, ambos con el pelo negro, de una estatura corriente y que llevaban bultos», como los definieron los supervivientes en los informes policiales. Sus nombres, se supo después, eran Bernard Oyarzabal Bidegorri y María Lourdes Cristóbal Elhorga, de nacionalidad francesa. No era la primera vez que visitaban el establecimiento. Esta era la tercera vez que comían en el local. En una ocasión anterior habían dejado una buena propina al camarero, Manuel Llanos Gancedo, un asturiano criado en Villablino que, en agradecimiento de esas monedas regaló a la pareja una caja de cerillas con el logotipo de la cafetería.

A mitad de la comida, continúa el relato de los historiadores, los etarras depositaron en el suelo, debajo de la mesa, una bomba (camuflada en una bolsa o maletín) y un segundo artefacto, más pequeño, junto a otra de las mesas, al lado de la ventana, a mano derecha según se entraba en el local. La primera bomba tenía entre cinco y ocho kilos de dinamita goma 2E-C. La segunda, entre uno y dos kilos. Tenían un mecanismo de relojería que permitía sincronizarlas para que explotaran a la vez.

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Lourdes fingió que se sentía mal, el camarero Manuel fue a la barra a pedirle una infusión y los etarras abandonaron entonces el comedor. Las bombas explotaron sobre las 14:30 horas. El informe de los artificieros del Ejército definía el estado en el que quedó la cafetería así: «Vigas de hierro dobladas, techos y suelos hundidos, muros desplomados, ventanas arrancadas de sus marcos». En las paredes había incrustados «extraños trozos metálicos» que resultaron ser tuercas colocadas en los explosivos para aumentar su eficacia. El local quedó reducido a kilos y kilos de escombros que se tardaron horas en retirar (se llenaron catorce camiones hasta las once de la noche). Y bajo esos escombros había víctimas mortales.

Cerca de veinte personas estaban en el interior del Rolando cuando se produjo la detonación. Pero los efectos de las bombas se notaron también en el Tobogán, el restaurante vecino, de pared con pared. Allí estaba otra de las fallecidas con raíces en Castilla y León. María de los Ángeles Rey Martínez, una joven de 20 años, natural de Villalbilla de Burgos, que estaba de paso en Madrid (junto a otras quince compañeras) para pasar un examen del título de auxiliar de empresa en la Escuela de Comercio. Quería obtenerlo para luego presentarse a una oposición. A la hora de comer, cinco de ellas se decantaron por el Tobogán. María de los Ángeles y Sara entraron al interior del local para mirar el menú mientras sus amigas esperaban fuera.

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Con la explosión, María de los Ángeles quedó sepultada por los cascotes caídos del techo. La autopsia reveló que había sufrido «un violento traumatismo, con quemaduras con destrozos y hundimiento con salida de la totalidad de la masa encefálica», además de fracturas en el tórax. Falleció en el instante. Su historia (relatada con el testimonio de sus padres, Francisco y María Ángeles) forma parte de 'Trece entre mil', un documental de Iñaki Arteta proyectado en la Seminci el 21 de octubre de 2005.

Otra conexión de Castilla y León con este atentado es la que protagoniza Pedro Chicote Alonso, un policía armado en prácticas nacido en Palacios de la Sierra (Burgos). Llevaba apenas unos días de servicio cuando la bomba estalló. Él se encontraba por la zona y fue el primero en acceder al interior del Rolando para rescatar al mayor número de personas posibles.

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Entre esos supervivientes no estaba Luis Martínez, el primer cadáver que encontraron e identificaron gracias a ese carné que llevaba encima junto a su alianza (era viudo), una cadena de oro, un décimo de lotería, un reloj de marca Omega, el tabaco y una cartera. Esa rápida identificación le convierte en la primera víctima del primer atentado indiscriminado de la banda terrorista ETA. Es también uno de los asesinados por ETA para los que no ha habido una sentencia, ya que la Ley de Amnistía de 1977 extinguió toda responsabilidad.

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