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Por seguridad no desvelan en qué barrios de la ciudad se ubican los tres tipos de viviendas en los que se recupera a mujeres víctimas de violencia de género o en situación de exclusión social. Esas casas tienen el aforo completo con once unidades familiares de mujeres, algunas con sus hijos, también embarazadas. Hay quien incluso ha llegado a dar a luz estando en la vivienda.
Castilla y León
Nueva Esperanza es el nombre del proyecto educativo en el que se haya inmersa la casa de acogida puesta en marcha por Cáritas. En él se ofrecen varias modalidades de alojamiento, coincidentes en su funcionamiento y características con las tres fases de autonomía que van adquiriendo las residentes en el proceso de reconstrucción de su vida. Aquí fondean personas cargadas con historias de desamparo y desarraigo emocional. «La filosofía de este proyecto se sustenta en convertir estas paredes en algo más que un alojamiento, convirtiéndolo en un lugar donde poder sanar heridas y empezar a reconstruir su existencia. Nuestra labor es acompañarlas en este proceso personal hasta que logran autonomía y pasan a tener una vida totalmente integrada en la sociedad», resume Ana Gómez, especialista en pedagogía terapéutica, involucrada junto a otras profesionales en esta iniciativa social.
Lastradas por trayectorias vitales donde exclusión y violencia de género se entrecruzan en las más de las ocasiones, su llegada a la casa de acogida no resulta fácil. «Además de los procesos emocionales internos de sufrir maltrato, muchas mujeres de las que llegan aquí tienen que abandonar su casa y sus amistades, vienen junto a sus hijos, que también se ven forzados a dejar colegios y su entorno de amigos, lo que entraña otro tipo de violencia añadida», cuenta Ana Gómez.
En coordinación con profesionales de distintas disciplinas se traza un plan de intervención globalizado, que se prolonga durante un período mínimo de seis meses prorrogable a un año e incluso a año y medio, siempre determinado por la evolución y las urgencias de cada unidad familiar. «Lo que más necesitan cuando llegan aquí es abandonar el sentimiento de culpa que tienen por su situación; ahí tratamos de acompañarlas en el proceso de entender que son ellas quienes lo han sufrido y están aquí para curar heridas, para empezar una vida nueva convenciéndolas de que tienen un hogar. Y una vez que logramos eso, empezamos a trabajar en ocio y otras actividades complementarias en empleo, formación o salud».
Cuando se llega esa meta, se establecen programas en los que participa profesionales de distintos ámbitos del Ayuntamiento y de la Junta de Castilla y León, interviniendo tanto en las instalaciones de la casa de acogida como en los apartamentos individuales donde ya se planifica con las residentes la inmersión en una vida independiente y autónoma.
Con el proyecto actualmente en su cupo máximo de ocupación, tanto las profesionales como las inquilinas se han visto a modificar el día a día a causa del coronavirus. «Estamos allí las 24 horas igualmente y ahora más que nunca nos volcamos en hacer actividades con ellas, aunque nos hemos tenido que reinventar y generar otras rutinas porque no pueden salir ni ir a clases o cursos. Con el encierro –remacha Ana Gómez– lo que peor llevamos es la limitación del contacto físico, no poder consolarlas con un abrazo o un beso, que parece una tontería pero lo cura todo».
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