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La leyenda del intruso inesperado de la iglesia de la Antigua de ValladolidExisten múltiples ejemplos de escultura fantástica en lo alto de las fachadas de piedra de los edificios más reseñables de Valladolid. Y es que en ... la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua, ubicada en pleno corazón de la ciudad, se sitúan varias gárgolas enigmáticas y burlonas que han sido testigo de numerosos sucesos y de una leyenda desconocida para muchos vallisoletanos.
La historia no tiene desperdicio, pues toma como escenario el emblemático templo y tiene por cronista al poeta José Zorrilla, quien desde su infancia ya había dado muestras de como era sugestionado por algunos lugares de Valladolid. No es de extrañar que al joven Zorrilla le influenciaran la visión del crucero de piedra colocado ante esta fachada e incluso los gestos burlescos de las gárgolas, una combinación de elementos perfecta para hacer de esta historia una auténtica leyenda para el recuerdo.
El punto de partida de esta trama lo empiezan dos jóvenes vallisoletanos, Germán y Juan, que durante muchos años estuvieron enfrentados por conseguir el amor de Aurora. Germán era sobrino de don Miguel Osorio, un juez que en aquellos tiempos ejercía en torno a la Chancillería. Su adversario, Juan, era un ahijado del rey. Su rivalidad, conocida en toda la ciudad, parecía haberse solucionado cuando los dos caballeros hicieron las paces en presencia de ambos gerifaltes. Sin embargo, el magistrado tenía pendiente un pleito con Juan para el que no terminaba por darle una sentencia.
Tiempo después, Aurora llegó a complacer a los galanteos de Juan mientras que despreciaba a su rival Germán. La joven jugaba con una buena baza, pues llegó a convencer a su amado de que sabía a ciencia cierta que el motivo por el cual el juez don Miguel de Osorio retenía la sentencia definitiva a su favor se debía a que ella hubiera rechazado las aspiraciones amorosas de su sobrino Germán. El enfado de Juan desencadeno en una cruenta venganza. Es por ello que una noche decidió salir armado y esperar a su enemigo en el pórtico de la iglesia de la Antigua, junto a un crucifijo de bronce. En el momento que Germán realizaba su habitual paseo, le asesinó y Juan rápidamente huyó del lugar para evitar ser reconocido.
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El rumor popular acusaba directamente al ahijado del monarca como culpable del asesinato, algo de lo que el juez estaba completamente convencido. Solo quedaba informar al rey de lo sucedido y proceder a la detención de Juan, que se declaró inocente en inumerables ocasiones. Mientras que Juan era juzgado, Germán fue enterrado en la capilla familiar de la iglesia de la Antigua. El juez no iba a permitir que el caso se demorase como en aquel asunto pendiente que aún le unía al hijo del monarca. Fue entonces cuando solicitó a Felipe II realizar una prueba judicial que podía resolver con rapidez el suceso.
Se trataba de un pacto que se llevaba practicando desde la Edad Media, un juicio de Dios que consistía en que Juan jurase ante los Evangelios y sobre la tumba de Germán su inocencia. El juez estaba convencido de que Juan había sido el protagonista del asesinato de su sobrino, por lo que a cambio de realizar esta prueba se ofrecía a asumir todas las culpas, incluyendo su predisposición a morir ajusticiado si el resultado jugaba en su contra.
El monarca dió luz verde a la propuesta y ,acto seguido, el tribunal se reunió en la iglesia de la Antigua, donde ya se encontraba Juan listo para realizar el juramento. En el momento en que Juan se apoyo sobre los Evangelios, la leyenda cuenta que una voz metálica irrumpió en la capilla sentenciando: «Yo fui testigo de la muerte de ese hombre, don Juan le asesinó y estando yo presente no se atreverá a jurar».
Las amenazas no sirvieron para acobardar a Juan, que ya estaba colocando su mano sobre el libro. El embozado se descubrió y todos quedaron atónitos al comprobar a la luz que el personaje que hablaba era una estatua de bronce. La estatua levantó el brazo y señalando el cadáver de Germán exclamó: «Jamás se debe jurar en vano. Yo fui testigo del crimen y he venido a vengarle; soy el crucifijo de la Antigua». Tras la breve pero impactante intervención, el crucifijo desapareció. No obstante, para que el suceso fuese recordado a lo largo de los años fue colocada ante la fachada principal de la iglesia de la Antigua una gran cruz de piedra que hoy se puede contemplar en el entorno del templo.
Es así como el poeta encontró en el entorno de la Antigua el marco apropiado para cuadrar una vieja historia sobre un Cristo de bronce que en realidad nunca existió: «El callejón que formaba con el muro de la iglesia quedó fotografiado en mi memoria pero con la extraña adición de un Cristo en un escaparate alumbrado por un farol que creo nunca existió y que debió colocar mi memoria al pie de la torre y sobre el Esgueva, confundiéndoles con el de otra parte de la cual le arrancó para colocarle allí», explicaba José Zorrilla en loss textos recogidos en sus 'Obras Completas'.
No solo la Universidad de Salamanca goza de tener un animal oculto en su portada. Desde Curioseando por Valladolid nos acercamos hasta la zona de Cadenas de San Gregorio para buscar un símbolo semejante en una de sus fachadas.
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