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Katerina Veretcka, a la entrada de las instalaciones de Cruz Roja en Valladolid. Rodrigo Jiménez

Katerina, la mujer que escapó de Ucrania entre bombas y con su bebé en brazos para llegar a Valladolid

La joven pedagoga es una de las 548 personas que han recalado en la provincia desde el inicio de la guerra en su país

Víctor Vela

Valladolid

Jueves, 20 de junio 2024, 06:43

¿Cuánto tiempo pudo ser? ¿Hora y media? ¿Dos? Seguro que no fue mucho más. Pero esos escasos minutos (los que dura una película, un concierto, dos capítulos de una serie en tu cómodo sofá) fueron eternos para Katerina Veretcka (Ucrania,1994). «Para mí fueron una vida entera», recuerda hoy, más de dos años después, lejos ya de las bombas, en Valladolid, la ciudad que ha acogido a esta mujer que escapó de la guerra a la carrera, entre ruinas, tiros y violencia, con su bebé de tres meses en brazos.

¿Cuánto tiempo pasó? ¿Hora y media? ¿Dos? «Hemos calculado que fueron dos… pero es imposible de saber», cuenta Katerina, una de las 548 personas que han llegado a tierras vallisoletanas desde el inicio de la guerra en su país, desde que Rusia invadió Ucrania, con la muerte al acecho en cada recodo, a la vuelta de toda esquina. «Nunca piensas que una bomba puede caer encima de tu casa».

¿Cuánto tiempo pasó? ¿Hora y media? ¿Dos? Los minutos se convirtieron en arenas movedizas aquel 9 de marzo. Katerina no llevaba reloj. El móvil se había quedado sin batería. Y viajaba, con su hijo en el regazo, por caminos de tierra, en una caravana de diez vehículos, entre bosques, al final del invierno, camino de Rivne, por territorio hostil. Cuenta que de vez en cuando su furgoneta se detenía. Que había soldados que abrían las puertas y miraban el interior del vehículo. Los militares, con un Kaláshnikov entre las manos. Ella, con un bebé de tres meses. «Nos miraban, sin decir nada, durante unos segundos». El soldado, el rifle, la madre con miedo, el bebé. Y entonces, cerraban la puerta, hacían una señal, y el vehículo echaba de nuevo a andar rumbo a la frontera.

La voz de Katerina se quiebra cuando recuerda aquel día en el que el padre de su hija le dijo: «Coge al niño, una bolsa, lo que sea, rápido, que nos vamos de aquí».

La vida se había vuelto insoportable.

Aquel 24 de febrero en el que Putin invadió Ucrania, Katerina era feliz en Bucha, ciudad a la que había llegado en 2018. Nacida en Crimea, de nuevo escapando de la guerra, salió de allí con 19 años. Rumbo a Kiev. En la capital estudió Pedagogía. Encontró luego trabajo en una guardería de Bucha («estaba justo frente a mi casa»), donde educaba a los niños «del grupo intermedio, de dos y tres años». En diciembre de 2021 dio a luz a su hijo. Apenas unas semanas después, comenzaron a caer las bombas.

«Hubo gente que ya salió del país el primer día. O el segundo. Yo no. Pensaba que iba a ser algo temporal, que no duraría más de una semana. O que la guerra se limitaría a las bases militares, a los aeródromos. No creí que afectaría a la población civil», cuenta. Por precaución, salió de la ciudad (que sería objeto de una brutal masacre días después) y se refugió en la casa de su abuela, a unos pocos kilómetros, en una casita ubicada en un pueblo pequeño, en el medio rural, donde Katerina, su pareja y su hijo tenían la sensación de que estarían más protegidos. Allí estuvieron dos semanas. «El tercer día nos quedamos sin luz ni señal de teléfono. Al día siguiente, ya no teníamos gas. Y el invierno en Ucrania es muy frío. Nosotros tuvimos suerte porque teníamos pozo, pero muchas casas se quedaron sin agua». Y tuvieron suerte porque seguían con vida. «En esas dos semanas, más de 1.200 personas murieron por esa zona».

Fue entonces, ese 9 de marzo, cuando Katerina cogió un poco de ropa, un teléfono con la batería descargada y a su bebé para escapar del país, en esa caravana por los bosques que duró dos horas interminables. Su primer destino fue Rivne, localidad ucraniana cerca de la fronteras con Polonia y, de momento, libre de los ataques de Rusia. «Aquella noche nos alojamos en un albergue, pudimos dormir, cargar el móvil, llamar a mis padres. Fue la primera vez que escuché a mi padre llorar».

Horas después, atravesaron la frontera. Una mujer polaca se ofreció, desinteresadamente, para llevar a la pareja y al crío hasta Varsovia. Les ayudó después para pagar un billete de tren hasta Poznan. Y allí, les esperaba Loreto, una vallisoletana de Covaresa, la 'abuela' española del pequeño hijo de Katerina, su familia de acogida en Valladolid. La pareja de Katerina, de niño, había venido durante varios veranos a Valladolid para disfrutar de unas vacaciones en paz. Y esa familia les acogió, en la primavera de 2022, durante sus primeros pasos en Valladolid.

Después, Katerina recibió el apoyo de las entidades que trabajan aquí con personas refugiadas, que han solicitado protección internacional. Durante esos primeros pasos sola, Katerina recibió el apoyo de Accem. En mayo de 2023, entró a formar parte del programa de refugiados de Cruz Roja, que la entidad lleva a cabo en Valladolid de la mano del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.

La ONG ofrece servicios de acogida temporal y de intervención social, que facilitan alojamiento (48 plazas en once pisos cedidos por el Ayuntamiento y VIVA, dos alquilados y tres en propiedad), comida, atención psicológica o jurídica mientras estas personas la precisan. Durante el año pasado, este programa atendió a 106 personas refugiadas (131 si se suman otros programas, como reparto de alimentos o empleo). En lo que va de año, son 72 (de ellas, doce llegadas de Ucrania, la segunda nacionalidad con más presencia, después de Venezuela y antes de Colombia).

Katerina recibió pronto un dictamen de protección temporal (arbitrado de forma extraordinaria para atender a los ucranianos que escapaban de la guerra). Gracias a él pudo trabajar. Durante meses, con su formación en Pedagogía, atendió a menores ucranianos acogidos por Accem y San Juan de Dios. Ahora, cuenta Katerina, busca trabajo. «Ojalá que con niños», dice en un español avanzado aprendido en tan solo dos años. «La familia de acogida nos ayudó muchísimo, también con el idioma. Cuando llegué a Valladolid (la noche del 12 al 13 de marzo de 2022) estaba hundida en una depresión. No quería salir de mi habitación, solo quería leer noticias de lo que estaba pasando en mi país».

-¿Te gustaría volver?

-El año pasado habría contestado que sí, seguro. Si me decían que había terminado la guerra, en ese momento hacía la maleta y me volvía. Pero ahora… Mi hijo tiene ya a sus amigos de la guardería, habla más español que ucraniano, en septiembre va a empezar el colegio. Pienso en mi hijo, y creo que la libertad y la tolerancia que hay aquí es lo mejor para él. Pero no tengo nada claro. No puedo planificar el futuro porque, de momento, vivo el día a día. Me gustaría encontrar un trabajo, lo primero.

Cuenta que tiene una amiga, de Venezuela, que se ha convertido en un gran apoyo. Ella, también con un niño pequeño, es clave porque una cuida al crío de la otra cuando ha tenido que trabajar. «No podemos contratar a alguien porque se nos va el sueldo si no». Cruz Roja le ayuda ahora en ese camino hacia la independencia. Vive con su hijo cerca de San Pablo. «Y cada vez que paso por allí, no puedo dejar de mirar la fachada. Me encanta. También Caballería, porque vamos mucho al Campo Grande», cuenta Katerina, quien a menudo habla con su familia en Ucrania. «Me piden, sobre todo, fotos y vídeos del niño», reconoce Katerina, una vecina vallisoletana que hace más de dos años escapó de las bombas, con un bebé de tres meses en brazos, para recalar en Valladolid.

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