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Kateryna Lavreniuk (Ucrania, 1995) enciende la pantalla del móvil sin saber si este mensaje que ahora recibe será de ventura o terror, de pena o fortuna, una triste noticia o un simple y despreocupado 'like'.
A veces, un teléfono que vibra es el mejor de ... los aliados.
A veces, se convierte en el peor de los horrores.
Cuando hay suerte, la felicidad llega con un 'whatsapp' cariñoso del padre, un vídeo con besos de su hermano, un corazón en redes sociales que le regala el amigo que no pudo salir de Kiev.
El problema es que no siempre hay suerte.
Así que puede que esta notificación que llega ahora no sea una caricia de Instagram, con su burbuja de sonrisas y sus filtros zen. Tal vez es uno de esos mensajes demoledores que de vez en cuando escupe un canal de Telegram que Kateryna consulta desde Valladolid. En él, cientos de ucranianos cuentan lo que ocurre en su país, comparten un mapa donde tiñen con puntitos rojos aquellos territorios que han sido bombardeados. Hay días en los que el plano es una alfombra de sangre que mejor no pisar, un infierno que parece muy lejos pero quema tan cerca. Y eso que cada vez hay menos noticias por ese canal. Motivos de seguridad, alegan. Las manchas rojas no llegan al mapa, pero las bombas no dejan de caer. Y su onda expansiva resuena a orillas del Pisuerga.
Aquí vive Kateryna. Salió de su país pocas horas después de que estallara la guerra. En autobús. Con apenas una mochila en la que metió el móvil, el ordenador, fotos familiares, los títulos académicos, su documentacion. Kateryna estudió en Lutsk, su ciudad natal, un núcleo de 216.000 habitantes en el noroeste del país. Allí cursó Diseño e Interiorismo. Después, en Kiev, trabajó como estilista y fotógrafa de moda, tendencias, decoración. Ha colaborado con marcas y revistas como Vogue Ucrania. Ha diseñado estilismos para películas y eventos. Ha vivido el lado más luminoso y chispeante de un país hoy con tanques en la calle y edificios derruidos.
Cuando Rusia invadió Ucrania, Kateryna vivía en Kiev. Las dos primeras noches se refugió de los bombardeos en las estaciones de metro, en compañía de sus amigos. «Todo temblaba», dice en un español cada semana un poco más seguro. Al tercer día, supo que allí no se podía quedar. Compró un billete de tren para volver a su ciudad de origen. «Luego hablé con mi hermano y me dijo que iba a ser más rápido si cogía un autobús». Las líneas de tren estaban cortadas. El trayecto entre Kiev y Lutsk, que habitualmente se hace en cuatro horas, le llevó quince. «La carretera estaba llena de coches», dice Kateryna. Cientos de familias que en sus vehículos, con los maleteros llenos, intentaban escapar. ¿Y en todo ese tiempo de viaje en qué pensaba? «Que esto iba a pasar rápido. Que duraría poco, una semana. Que luego podríamos volver a casa». A la vida normal. Sin bombas, sin guerras, sin sobresaltos. De aquel trayecto en bus han pasado ya casi dos años. Y no hay visos de que Kateryna pueda retornar pronto a su hogar.
Kateryna cogió aquella mochila (sin apenas ropa, con muchos recuerdos) y salió del país rumbo a Varsovia. En Ucrania quedó su padre (un capitán), su madre (enfermera), su hermano con su familia y su vida de siempre. «Yo ya había pensado antes en trabajar fuera de Ucrania, pero no que tendría que salir así de mi país». A toda prisa, sin esperanzas ni equipaje. En la capital de Polonia se dirigió al aeropuerto, miró el tablón de próximos vuelos y compró un billete rumbo al primer destino iluminado en la pantalla: Barcelona. Cuenta que ya había visitado antes España. Que conocía Valencia, Alicante, Elche, Benidorm… Que España le pareció una buena opción para construir su futuro mientras se reconstruía su país.
Una vez aquí, solicitó protección internacional. Pasó una temporada en Orense hasta que en marzo de 2022 vino a Valladolid para transitar su periodo de adaptación e integración, en el programa para refugiados del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones que coordinan los centros San Juan de Dios y aquí en Valladolid ejecuta Hermanas Hospitalarias-Padre Benito Menni. «Hay mucho estigma sobre la figura del refugiado», dice Maura Soriano, coordinadora de este programa distribuido en dos fases.
Una primera de acogida (seis meses prorrogables) y una segunda de autonomía (en la que está Kateryna). Ya vive de alquiler (junto a otras personas llegadas de Ucrania). Ya puede acceder al mercado laboral. «Aunque no siempre es fácil», reconoce Soriano. El perfil de refugiados que llega de Ucrania suele ser el de personas con sus estudios, titulación, una formación académica que se topa con trabas al llegar aquí. «Convalidar el Bachillerato es más sencillo. Pero hacerlo con los grados universitarios es mucho más costoso. Puede tardar años. Hay una laguna enorme ahí. Así que, muchas personas podrían trabajar en lo que han estudiado y no pueden hacerlo», lamenta Jesús Zalama, profesor de español en Hermanas Hospitalarias, quien reclama más celeridad a las administraciones para resolver estos obstáculos. El idioma es una de las primeras barreras que hay que derribar. Después, vienen otras.
De momento, Kateryna ya ha impulsado en Valladolid su propio proyecto de moda y decoración. Ha abierto un perfil de Instagram (the.photofilm.club) en el que ofrece su experiencia en el sector. «Toda marca de ropa, cafetería, restaurante o persona siempre requiere de buen contenido y de alta calidad. Podemos diseñarte una imagen maravillosa con tan solo un clic. Estamos llenos de ideas y abiertos a cooperar», dice el mensaje con el que Kateryna se presenta en redes sociales, con la esperanza de abrirse camino en un mundo complicado que conoce a la perfección. Y eso que ya ha visto diferencias entre los gustos de España y Ucrania.
«En decoración no se nota tanto, pero en la ropa sí. Allí la gente es mucho más clásica y minimalista. Viste con colores básicos, como el blanco y el negro. Aquí, en España, la ropa es mucho más colorida», dice Kateryna, quien define su estilo como un 'mix' de ambas tendencias. «La ropa y la joyería siempre me han interesado. Mi madre ya cosía en casa vestidos y trajes. Y mi padre ha sido un apasionado de la fotografía». Ella ha unido las aficiones de sus dos progenitores en un proyecto profesional («asesoría de imagen, fotografía de fiestas y eventos») que ahora echa a andar en Valladolid.
Kateryna regresó a Ucrania el pasado mes de marzo. Solo diez días. Es lo que autoriza el programa de protección internacional. Allí cogió algunas pertenencias más. Trajo una maleta y no solo la mochila con la que salió la primera vez. También consiguió convencer a su madre para que huyera de la guerra y buscara paz en España. Lo que vio en aquel viaje a su país le abrió los ojos y supo lo difícil que sería de nuevo la vida en su país. Vio edificios derruidos, ruinas donde antes había colegios, cascotes por las calles de una ciudad que pese a todo intenta vivir con normalidad. «La mayoría quiere volver a su país. Es su objetivo, regresar en cuanto puedan. De hecho, muchos refugiados que en su día vinieron a España ya están de nuevo allí», cuenta Soriano.
Kateryna hoy inicia una nueva etapa en España. Con un proyecto laboral en ciernes. Con ideas. Con ganas de trabajar. «Ojalá me dieran la oportunidad de demostrar lo que hago», dice Kateryna, thegoldencate@gmail.com, la joven que huyó de la guerra en Ucrania con apenas un móvil, este teléfono que ahora vibra sin saber si el mensaje que llega es una esperanzadora propuesta de trabajo o el aviso de una bomba cruel en su país.
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