«¡Pero si 50 años no son nada!», dice medio en broma y medio escandalizado el vallisoletano Antonio Zúñiga Arranz, al conocer la noticia de que el hostelero José Ros, un bilbaíno con 65 años recién cumplidos, había recibido una carta de la Seguridad Social ... que le exoneraba de seguir cotizando al haberlo hecho durante más de 50 años, primero como asalariado y luego como autónomo. La sorpresa de Antonio no es para menos. Él, a sus 82 años, es el cotizante más antiguo de la Seguridad Social en Castilla y León. Lleva 67 años aportando a la caja pública y todavía le quedan unos meses, porque asegura que este otoño piensa jubilarse y ceder el testigo de su joyería, situada en la calle Santa María, a su hijo Luis Antonio.
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«Menuda suerte ha tenido este hostelero de Bilbao. Le felicito por ello, pero ya me podían haber escrito una carta así también», dice entre risas. «Si a él, con 50 años cotizados le exoneran de pagar las cuotas, ¿qué tienen que hacerme a mí? ¿Un monumento? Ya podían devolverme el dinero de todos estos años. Es increíble cómo funciona esto. Yo no conozco a nadie que haya cotizado más que yo», suspira este joyero. «Una vez que tuve que ir a hacer unos papeles, me dijeron en la Seguridad Social que yo era el cotizante más antiguo de la región en activo. Recuerdo que la persona que me atendió se lo dijo a todos sus compañeros en voz alta», prosigue este veterano, que tiene concedida la jubilación parcial compatible desde abril de 2015. «Me ingresan unos 860 euros al mes y pago 280 euros de autónomos, además de todos los impuestos. Tengo pensado jubilarme en breve. Estos últimos meses los aprovecharé para hacer alguna pieza especial y a partir de entonces, me dedicaré a mí, a mi mujer, a mis otros dos hijos y a mis tres nietos. Tal vez me apunte a un gimnasio o a una piscina. No lo sé todavía porque no lo he hecho nunca», apostilla.
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Su dilatada carrera laboral arranca en 1954, cuando él tenía solo 13 años e ingresó como aprendiz en la relojería y platería Anastasio Gil, una de las más afamadas de la época. Desde entonces, su pasión por la creación de piezas únicas hechas con metales nobles no hizo más que crecer, convirtiéndose en un oficio que no solo le daba sustento, sino también una fuente inagotable de satisfacción personal. «Allí trabajé tres años y, sin yo saberlo, mi jefa me aseguró cuando cumplí los 14. Eso debo agradecérselo», comenta este veterano. Trabajó en distintos talleres y en 1965 cumplió sueño de tener el suyo propio. Lo abrió en un cuarto piso de la plaza del Corrillo. Cuenta que firmó un préstamo con un interés desorbitado, pero que le ayudó a salir adelante en aquellos difíciles momentos. A los quince días ya había contratado a tres empleados: un oficial, un aprendiz y una pulidora. Su creatividad y su habilidad le pusieron en la vanguardia de su profesión. Sus creaciones adornaron cuellos, muñecas y dedos de generaciones de vallisoletanos. Fue progresando y trasladó su taller a la calle López Gómez, esta vez en un entresuelo. Llegó a tener hasta 12 empleados en plantilla, hasta que por fin pudo adquirir un local en propiedad, que hoy es su mayor orgullo.
Cuando tenía 40 años, perdió la visión total de su ojo izquierdo tras un desprendimiento de retina. Un duro revés que afrontó con valentía y determinación. No estaba dispuesto a dejar el oficio que tanto amaba. «Son obstáculos de la vida, y más de 40 años después, aquí sigo. Trabajando perfectamente con un solo ojo y la ilusión intacta. Levantar la persiana de mi negocio es mi mayor aliciente. Lo hago por mis clientes, porque me gusta y porque mi salud me lo permite. Tengo un poco de artrosis y reúma, pero eso no es nada», subraya Zúñiga, que también fue cofundador del gremio de joyeros, plateros y relojeros de Valladolid. Para él, las joyas no son solo objetos valiosos, sino que son «portadoras de historias, emociones y legados. «Antaño teníamos la suerte de poder escoger oficio. Yo soy joyero y mis hermanos escogieron otras profesiones: contable, farmacéutico, modista... En aquella época se podía tener aprendices porque no costaban a la empresa. Ahora, si quieres enseñar a un chaval la profesión, encima de enseñarle tienes que pagar un dineral de sueldo y de seguridad social. Eso no tiene ningún sentido y por eso los oficios están en vías de extinción», opina.
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Para Antonio, la verdadera recompensa está en la satisfacción de crear algo con sus propias manos y verlo traer alegría a otros. Son incontables las piezas que ha elaborado para particulares, pero también para museos, cofradías de Semana Santa, fundaciones, instituciones civiles y congregaciones religiosas. En su taller dispone de una gran sala de exposiciones en la que presume de obras de gran belleza y valor artístico hechas por él, como son esculturas, cofres, cruces, y trofeos. Este veterano joyero y orfebre firma también piezas de vanguardia que han causado furor en importantes pasarelas como la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid, la Pasarela de la Moda de Castilla y León y en eventos como los Goya y la Seminci, entre otros. Él no está dispuesto a dejar que su legado se desvanezca. De hecho, la continuidad de la joyería Zúñiga está asegurada gracias a su primogénito, Luis Antonio, abogado, gemólogo y un apasionado de la artesanía que lleva 27 años trabajando codo con codo con su padre. «Mi hijo me dice que lo deje ya y que descanse, que lo tengo bien merecido. Yo no entiendo a esas personas que no han cumplido los 50 años de edad y ya están pensando sólo en jubilarse», remata.
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