
Rosa, la vecina que evitó que el presunto agresor de Industrias se arrojara a un patio interior desde un cuarto piso, cuenta que le vio «tranquilo». Cabizbajo. Estaba empapado de sudor. Una vez fuera de peligro, sacaron una silla al rellano, frente a su domicilio, para que se sentara. Le dieron una manta y un vaso de agua. «Le dijimos: 'pero hombre, ¿por qué haces esto? Puedes hablar con nosotros si lo necesitas'», recuerda.
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El supuesto autor de la agresión solo repetía una frase: «La he matado, la he matado». «Nosotros no entendíamos nada, le preguntábamos:'pero ¿de qué hablas, qué ha pasado?'», incide Rosa. Les relató lo que minutos antes había ocurrido en su vivienda. «Nos contó que había tenido una discusión con su mujer, y cuando le dijimos que por qué hizo eso nos dijo que eran cosas que pasaban en el matrimonio, o algo así», matiza.
El presunto autor de los hechos se señaló el bolsillo de la camisa. Ahí estaban sus llaves. Les dio permiso para acceder a ella, pero Rosa y su marido «lo primero» que hicieron fue llamar a la Policía Nacional. «Tenía un ataque de nervios tremendo. No sabíamos nada, solo lo que él nos había contado», sostiene.
Todo ocurrió en apenas treinta minutos. Cuando los servicios sanitarios trasladaron a los heridos al centro hospitalario, el matrimonio se metió en casa. Esperaron a que llegara la Policía Científica para tomar muestras de la zona. Cuando les dieron permiso, Rosa fregó toda la planta. Borró el reguero de sangre que el varón dejó a lo largo del pasillo.
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