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Humano, profesional, trabajador, muy familiar y muy de los suyos. Conoció demasiado bien las trabas de la envidia. José Carlos Pastor se nos ha ido. Y con él una gran persona, pero deja todo un enorme legado de lo hecho y de lo que impulsó, ... siempre rodeado de discípulos y continuadores, inspirados por sus buenas formas. Él no quiso que su obra acabara con él y no lo hará. Activo, tenía planes para esta misma semana, proyectos profesionales y familiares.
Defendía su trabajo, pero sobre todo el de los demás. Y no dudaba en informar a El Norte de los logros de los compañeros para que tuvieran su espacio divulgativo. Hablaba de Margarita, su mujer; de sus hijos Carlos, Salva, Sara y Ana, con fervor y pasión, y cuando repasaba a su familia no olvidaba a Gos, su perro. Y enseguida enviaba fotos para mostrar su orgullo. Su pasión por la naturaleza y, en particular, sus paseos en bicicleta de kilómetros en plena enfermedad dibujaron también su vida.
En el aire queda aquello de poner una escultura de este gran oftalmólogo en el cruce del Pinar de Antequera con Puente Duero, en recuerdo a sus muchos pedaleos por esta tierra. En el aire también, homenajear su recuerdo.
Quien lo conoció de verdad supo de su desbordante simpatía y sentido del humor. El doctor Pastor hincaba rodilla en tierra en medio del IOBA, su instituto, y estiraba los brazos en gesto de máxima hospitalidad para recibir a quienes iban a recoger su última investigación o nuevos campos de aplicación de tecnología desarrollada por oftalmólogos y ópticos, o los resultados de la investigación que dio la vuelta al mundo para demostrar que sí, que había vinculación directa del perfluoroctano de la compañía alemana con los llamados casos de ceguera de Ala Octa.
Y, entre broma y broma, incluso se ponía serio y sacaba su lado más académico, pero siempre didáctico en sus explicaciones. Hacía chistes continuamente, vídeos con todo su equipo bailando por las instalaciones para felicitar la Navidad, bromas incluso con el andador cuando comenzaban a faltarle las fuerzas. Y recibió al cáncer que le ha robado la vida también con humor. «¿Qué hago, amargarme? No es mi estilo». Así que este gran médico le sonrió a la muerte desde que supo que se le acercaba. Luchó contra ella, no le regaló el viaje y se sometió a lo que hiciera falta para seguir el camino. Se burlaba de sí mismo y le sonrió a la muerte: «Qué remedio».
Tenía claro que llegaría pronto, quizás no tanto como lo ha hecho finalmente, y disfrutaba cada segundo de existencia.
Quería irse dignamente y no lo ha podido hacer mejor. Hace ya tiempo, más de un año, que me pidió tomar un café para charlar, ningún tema en concreto informativo, dijo, «solo vernos». Me pidió que escribiera sobre él cuando muriera, lo dijo así, de forma clara y contundente. Cuando me retorcí añadió: «Que es broma tonta, pero me voy a morir más pronto que tarde». Y aquí estoy José Carlos, ya te añoro.
El profesor emérito, el catedrático, investigador, fundador del IOBA, maestro de maestros, sufría un cáncer con metástasis desde hacía tres años. «Estoy muriéndome con todo el conocimiento». Con tal titular defendía la vida y la nobleza para recibir lo que le había tocado. Esto lo dijo hace cerca de un año y a buen seguro que allá donde esté sigue pedaleando sus treinta y tantos kilómetros en bicicleta y poniendo rodilla en tierra para soltar una carcajada y provocar otras tantas. Luchó, no se dejó nada por combatir. La deuda con él es grande.
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