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Javier, con uno de los jóvenes de los centros en los que colabora en Perú. El Norte

Javier, el vallisoletano que ayuda a jóvenes sin recursos en Perú: «Para muchos, la escuela es un refugio»

Llegó hace casi un año a un pequeño municipio de la sierra andina, donde colabora con un colegio y una parroquia gracias a un programa impulsado por Entreculturas

Víctor Vela

Valladolid

Martes, 10 de diciembre 2024, 06:56

«Yo no quería que el voluntariado fuera mi plan B, una vía de escape, una forma de huir de la rutina», dice Javier Muruzábal (Valladolid, 1994), por teléfono y a casi nueve mil kilómetros de distancia del Pisuerga. Desde hace nueves meses está en ... Andahuaylillas, un pequeño municipio a hora y media de Cuzco en autobús, enclavado en la sierra andina, entre montañas, a tres mil metros de altitud, con un puñado de pueblos más pequeños alrededor, de aldeas donde la vida es, todavía, si cabe, más complicada. «Hay mucha violencia intrafamiliar, mucho consumo de alcohol, muchos niños que ven en sus casas situaciones delicadas». Hay también unas economías precarias, de mera subsistencia, vinculadas con la agricultura. «Sobre todo papa y maíz». Y hay, sobre todo, muchos campos en los que se puede ayudar.

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«Yo no quería que el voluntariado fuera un plan B». Así que Javier lo convirtió en prioridad. Dejó su trabajo, aparcó su vida a caballo entre España y Dublín, se marchó al otro lado del Atlántico para echar una mano y colaborar. «Siempre he tenido esa inquietud. Hace años colaboré con una casa de acogida en Mojados. En Madrid me impliqué con una asociación que repartía bocatas a las personas sin hogar». Pero aquello no era suficiente. Javier entiende que siempre puede darse otro paso, implicarse un poco más. Llegó un momento, dice, en el que «el runrún» era tan intenso que no había forma de pensar en otra cosa: «Es ahora. Ahora es cuando tengo que lanzarme a ayudar».

Javier estudió en el Apostolado («al lado de Vallsur»), cursó en la UVA el grado en Márketing e Investigación de Mercados, hizo luego un máster sobre gestión publicitaria. Llevaba seis años empleado en una agencia de medios, trabajando con clientes a través de redes sociales, con estancias en Irlanda. Y comprendió que en su vida faltaba algo que en el trabajo, en ese momento concreto, no iba a encontrar. No era una vía de escape, no una un plan B. Era un proyecto que debía situar en el centro de su vida. Y fue así como contactó con Volpa, un programa de Entreculturas que promueve los voluntariados de larga duración. Con estancias mínimas de un año. «Es un proyecto muy cuidado. Desde que decides que te vas hasta que finalmente lo haces puede pasar mucho tiempo. Esto hace que te prepares a conciencia para la labor que vas a desempeñar en destino», explica Javier, quien en un principio iba a establecerse en Ecuador. «Sin embargo, nos alertaron de la inseguridad creciente que había en el país, nos dijeron que no podían garantizar allí mi seguridad y por eso me destinaron aquí». Ese aquí es Andahuaylillas, esa localidad donde casi toda la población habla quechua y apenas se conoce el castellano entre las personas de más edad. «La gente lleva una vida vinculada con el sol. Se levantan muy pronto y se acuestan temprano. A las seis, ya casi no hay nadie por las calles».

Javier, rodeado de los niños con los que colabora. El Norte

Por las mañanas, Javier colabora en el colegio Fe y Alegría 44-San Ignacio de Loyola. «Yo no soy profesor, no soy psicólogo ni pedagogo», cuenta este vallisoletano, quien, no obstante, encontró varios aspectos en los que implicarse. Por ejemplo, de apoyo a la profesora de inglés. Con clases de Religión en primero de Secundaria. Con un módulo de publicidad y de impulso al emprendimiento, «para que los jóvenes puedan sacar el máximo provecho comercial a los recursos que aquí tienen, como sus cultivos o la artesanía».

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Además, desde junio, lleva un programa de acompañamiento y tutorías con menores. «Trabajo de la mano con la psicóloga del centro y te das cuenta de que las situaciones que viven estos chicos son, a menudo, muy complejas. Cuando llegas y ves las instalaciones (con los niños en uniforme, sus campos de fútbol) piensas qué voy a hacer yo aquí, qué van a necesitar de mí. Pero lo que hay debajo es muy complicado». Hay familias afortunadas, con economías saneadas, con hijos que terminarán en la Universidad. Pero hay también hogares en los que el padre está en la cárcel. Casas donde el maltrato es más habitual que el postre. Familias donde la hija mayor se encarga del cuidado de los pequeños. Mujeres que prefieren quedarse embarazadas porque «ser mujer soltera y sin hijos está aquí mal visto». «Es muy complicado venir desde España, con tus ideas, con tus esquemas, sin querer entender los problemas tan enraizados que hay aquí». Esos son los casos más graves, las situaciones más delicadas. Pero hay otras cuestiones que lastran los resultados escolares. «Cuando les preguntas qué tal el fin de semana, casi todos te dicen que han tenido que trabajar con la familia, en la siembra, la cosecha… No tienen extraescolares porque ese tiempo lo tienen que dedicar al trabajo. Cuando llega el miércoles, están agotados». Y trabajar también quiere decir cuidar de sus hermanos pequeños. «Así que, para muchos la escuela es un refugio».

En una de las clases de refuerzo. El Norte

Por las tarde colabora con la parroquia del pueblo, que atiende un comedor para niños de familias desfavorecidas. «Hemos conseguido mejorar mucho su salud dental. Vino un dentista de un pueblo vecino para darles una charla, conseguimos que les dieran un cepillo y ahora se lavan los dientes después de comer», explica Javier, quien recuerda que después acompaña a los chavales en labores de refuerzo escolar.

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Los últimos meses no han sido particularmente fáciles. El pasado mayo hubo fuertes seísmos en la zona. Y esto complicó la llegada de turistas, que es otra importante fuente de ingresos en la comunidad, sobre todo, vinculado a la iglesia de San Pedro, conocida como la 'capilla sixtina' de Sudamérica.

Javier lleva ya meses aquí y todavía estará, al menos, medio año más, dedicado al cien por cien a ese proyecto del comedor escolar. No ha sido ni su vía de escape ni su plan B. Ha sido una apuesta convencida que aconseja vivir. «Hay que estar muy seguro. Da vértigo y miedo porque estarás mucho tiempo lejos de tu familia, de tus amigos. Pero merece mucho la pena». Y si no, tiene una cosa clara. «Cuando hablamos de voluntariado, no es necesario venirse a hacerlo a Perú. Ni marcharse al fin del mundo. Se pueden hacer muchas en tu ciudad. Incluso, puede que visitar a tu abuelo, que vive solo, se convierta en tu labor de voluntariado».

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