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Chus Landáburu, en una imagen de 2022. En detalle, en una alineación con el Real Valladolid. Rodrigo Jiménez
Chus Landáburu, una vida entre goles y libros
Protagonista en las dos orillas

Chus Landáburu, una vida entre goles y libros

Fue un fino estilista del balón, con los estudios y el deporte en armonía; tras seis temporadas en Pucela, fichó por el Rayo Vallecano

José Anselmo Moreno

Jueves, 3 de octubre 2024, 19:35

Los futbolistas tienen que reinventarse porque las patadas al balón se acaban y cuando suena el silbato del árbitro en el último partido hay que estar preparado para cuando giran los focos. Un caso de preparación, con los estudios y el deporte en armonía, es Chus Landáburu que pasó del Pucela al Rayo muy joven, pero ya con su futuro diseñado en la cabeza.

Si famosos fueron sus goles olímpicos en Vallecas lo que hizo en su vida profesional tras el fútbol y ahora, en plena jubilación, son cosas que merecen conocerse aunque él me pide que no le ponga como ejemplo de nada. Vale, haré lo que pueda, pero su historia deberían leerla todos los futbolistas: los modestos, las estrellas, los tatuados, los leñeros, los técnicos, los versátiles. Todos.

Fue un fino estilista con el balón, por algo el fútbol era para él como «salir al recreo». Llegó al colegio San José desde su Guardo natal porque allí no había instituto. Jugó en el equipo del colegio y debutó con la blanquivioleta en Segunda, con 17 años. Fue visto y no visto. Llegaba del juvenil del colegio, donde estaba en régimen de internado, y en nada pasó de un patio a un estadio.

Tras seis temporadas en Pucela fichó por el Rayo, que acababa de subir. Antes pudo ir al Sevilla pero un problema de corazón, detectado aquí por el doctor Martín Luquero, y que no tenía importancia, paró el fichaje. Le hicieron hasta un cateterismo, que entonces no era ninguna broma.

Tras frustrarse lo de Sevilla destacó en Vallecas y, de ahí, al Barcelona y a la selección. Más tarde, ficharía por el Atlético y allí estuvo hasta los 33 años, cuando llegó un ciclón llamado Jesús Gil. Sin embargo, él se había preparado para ese final. Su padre le puso como condición para jugar al fútbol que no aparcara los libros y, mientras jugaba, terminó la carrera de Ciencias Físicas y superó un máster de ESADE. Tras ser consultor y residir en Madrid, en 2007 regresó a Valladolid donde, ya jubilado, colabora en ONGs.

Hablamos de ese paso supersónico de un colegio al profesionalismo. Estando en el Sanjo en 1972, le llamaron para completar un entrenamiento de los jueves en el Pucela. De la Plaza Santa Cruz al viejo Zorrilla en un pis pas. De recitar alineaciones a vestirse con profesionales. Lo hizo tan bien en la prueba que le ofrecieron fichar por el primer equipo y debutó en Mestalla ese mismo año ante el filial del Valencia.

«Nunca pensé dedicarme seriamente al fútbol pero me dieron facilidades. El Valladolid me ayudaba con los libros y con las clases y que me ayudasen con los estudios fue la condición que pusieron mis padres». También le impusieron a él acabar la carrera. Lo hizo en la Complutense de Madrid, cuando precisamente jugaba en el Rayo. Tiene la espina clavada de no haber jugado con el Pucela en Primera, aunque recuerda que en 1976 «estuvimos cerca de ascender». Chus era un centrocampista con llegada, buen disparo y goleador, 49 goles marcó en sus 164 encuentros de blanquivioleta.

Chus Landáburu, en una alineación del Real Valladolid en la temporada 1976-1977 El Norte

Esa arritmia, que se quitaba con el esfuerzo, le impidió fichar por el Sevilla. «Habíamos llegado a un acuerdo, pero no pudo ser e inmediatamente nos contactó el Rayo, que acababa de subir a Primera y lo dirigía Héctor Núñez, que me conocía de Valladolid», recuerda.

Los de Vallecas pagaron 15 millones de pesetas, bastante menos que el acuerdo previo con el Sevilla. Era aquel Rayo denominado «matagigantes» de Tanco, Uceda, Guzmán, Fermín, Rial... Ganaron a todos los grandes y Chus llamó la atención en esos partidos.

Con la carrera de Ciencias Físicas bajo el brazo y su especialización en Cálculo Automático e Informática se marchó al Barcelona en 1979. Fue de blaugrana cuando debutó como internacional en Vigo, en un partido ante Holanda lleno de anécdotas.

En Barcelona notaba la presión de un grande pero triunfó en sus dos primeros años, en los que jugó 68 partidos y marcó 16 goles cuando ya había retrasado su posición en el campo. Más entregado a la tarea de defender y distribuir que de atacar.

Seguía estudiando y acabó un Máster de ESADE cuando se trasladó a Madrid. Siempre en paralelo la formación y el fútbol. Jugó en el Atlético a las órdenes de Luis Aragonés y con él alcanzó su mejor rendimiento. Admiraba a Luis porque, entre otras cosas, dice que siempre defendía al jugador. En el Atlético fue feliz hasta que llegó Gil con sus fichajes para ganar las elecciones (Futre, Eusebio, López Ufarte, etc). Como no cabían tantos en la plantilla, despidió de forma improcedente a cinco jugadores. Mientras la cosa acababa en los tribunales, Landáburu decidió retirarse porque era el momento más oportuno y él ya se había formado para ese instante.

Fue de los primeros afiliados a AFE y nunca entendió lo del derecho de retención, «ni siquiera podíamos ir a los tribunales porque te quitaban la licencia». Lo dice alguien que ahora lucha por las desigualdades y las discriminaciones, que siempre estuvo preocupado por las injusticias y que tiene un hermano entregado al sacerdocio. Visto con la perspectiva del tiempo, aquello pasaba por ser una especie de «secuestro» deportivo inimaginable ahora.

Es curioso, sus padres le avisaron de que estudiara porque una lesión podía acabar con su carrera. Landáburu dice que no se lesionó en su vida, «no tuve ni un tirón en 17 años de carrera», subraya.

Con la incipiente informática asomándose al mundo, tuvo éxito en su vida profesional al margen del deporte. Escogió bien su formación. Trabajó en una consultoría de empresas y cansado de la vida frenética de Madrid, regresó a Pucela. Más cerca de su pueblo.

Con la jubilación laboral se hizo voluntario de Red Incola y de Entreculturas. Acabó siendo presidente de la primera de las organizaciones. Le obsesiona defender el derecho a la educación que, a su juicio, es el mayor arma para luchar contra la pobreza. En ningún momento he escrito que Landáburu sea un ejemplo. Misión cumplida.

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