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A la izquierda, hachazos en la puerta de uno de los vecinos. A la derecha, estado del patio interior con los tejados rotos y lleno de desperdicios; y portal del inmueble. A. Mingueza

Valladolid

El «infierno» en un bloque de la calle Gabilondo: «Tenemos miedo de saltar por los aires»

Los vecinos del número 10 viven atemorizados por dos inquilinas okupas, madre e hija, que desde hace años generan problemas de convivencia con desperfectos, agresiones y avisos falsos a la Policía

Álvaro Muñoz

Valladolid

Miércoles, 24 de julio 2024, 06:30

Aquí no hay quien viva. Y así sucede desde hace varios años. Vecinos del número 10 de la calle Gabilondo de Valladolid han dicho 'basta'. No pueden más con dos inquilinas -que han dejado de pagar el alquiler y se han convertido en okupas-, madre ... e hija menor de edad, que les hacen «la vida imposible». Hasta el punto de que dos de los doce propietarios han decidido parchear el problema huyendo momentáneamente de su vivienda; otros, en cambio, se apoyan en ansiolíticos para superar el «infierno» de convivencia con desperfectos en zonas comunes, agresiones y de constantes avisos falsos al 112 que obligan a movilizar a sanitarios, bomberos y policías. Un temor por situaciones problemáticas diarias que ha derivado en amenazas de «saltar un día por los aires tras un arrebato de estas dos mujeres». Hasta el momento acumulan decenas de denuncias por un sinfín de hechos, de las que dos ya cuentan con condenas por agresiones.

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La historia de madre e hija en Gabilondo, 10 arrancó hace quince años, cuando la menor tan solo tenía meses de vida. Llegaron a su casa de alquiler acompañadas por un hombre, el cual desapareció del núcleo familiar hace unos siete años.

Todo era «normal» hasta hace tres años, cuando se iniciaron las obras para cambiar el ascensor del inmueble. «Obsesionada por los golpes de la obra», recalcan los vecinos, empezó a vivir de noche y dormir de día. Los coloquios a altas horas de madrugada eran constantes, a la par que empezaba a arrojar elementos a un patio interior (actualmente los tira a la vía pública) inundado de desperdicios. Eran los primeros problemas de convivencia. No cesaron ahí y fueron en aumento, al parecer, porque no quería ruidos.

La menor suma ya dos condenas por abofetear a una mujer y dar martillazos en la puerta de un vecino

De las molestias sonoras a los olores. Más de una llamada efectuó a emergencias al pensar que la estaban «envenenando» a la hora de pintar las zonas comunes tras las obras. Por esa idea, recalcan testigos, madre e hija empezaron a abrir de continuo todas las ventanas de las escaleras, las mismas que reventaron con el paso de los días y que obligaba a la comunidad a nuevas derramas para encarar los nuevos gastos. Una ira que se centró principalmente en dos vecinos, aunque todos ellos han estado en el radar de estas dos personas.

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Con una situación que no mejoraba con el paso de los días, semanas y años, dos episodios fueron los que se han catalogado como los más graves. Y en todos ellos, la menor era la protagonista. Uno de ellos fue una agresión con un tortazo tras encontrarse con una vecina en el portal al «pensar que estaban hablando de ella y de su madre». Fue condenada a seis meses de libertad vigilada, con recomendaciones para que el caso fuese llevado por servicios sociales.

Condenas por agresiones

Una pena que se sumaba a otros tres meses de libertad vigilada después de una noche del pasado noviembre en la que la hija bajó con un martillo hasta el cuarto piso para ensañarse con la puerta. La empezó a aporrear de continuo hasta que llegaron varias dotaciones de la Policía Municipal de Valladolid. En ese momento reconoció los hechos, además de entregar el arma.

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De hecho, los restos de esa agresión son visibles actualmente en el inmueble. «Ahora baja para dar hachazos a la misma puerta», agregan los afectados ante un acceso a la vivienda acribillado por los desperfectos generados por arma blanca. Precisamente, por esas fechas, durante el invierno pasado, la Policía ya hacía referencia al «infierno» que estaban viviendo los vecinos. Reflejaban los avisos a emergencias, prácticamente cada día, en los que madre e hija descolgaban el teléfono para alertar de escapes de gas y de ruidos en el inmueble. Todos inexistentes. Se movilizaban a todos los estamentos y cuando estos aparecían en Gabilondo, 10 «nunca» abrían la puerta. «Creo que los sanitarios ya ni vienen», apuntan.

La situación empezó a ser más insostenible desde el inicio de este año. «Las noches las pasa mirando por la cámara del telefonillo. Baja y sube constantemente para abrir la puerta del portal. Si se cierra, baja insultando y voceando para volver a abrirla». Todos los días sucede lo mismo, si bien el miedo impera aún más.

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«Un día habrá sangre»

Ese temor viene con las amenazas que se escuchan continuamente por las zonas comunes. Advierten de que va a prender fuego y de que van a dejar el gas abierto, por lo que los vecinos se van todos los días a la cama con «el miedo de salir un día volando». «En más de una va a haber un día sangre», relatan con preocupación sobre lo que les dice su vecina.

Dentro de esos capítulos de agresiones, daños por cada rincón del inmueble y agresiones, la situación en su vivienda se ha convertido en irregular desde el mes de enero. Han dejado de pagar el alquiler para empezar a ser okupas y hacer la situación más insufrible. De hecho, recientemente, dos vecinos han optado por mudarse a segundas residencias, entre ellos el propietario de la vivienda de la puerta que recibió hachazos y martillazos. Ya no podía más.

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Tejadillos rotos, lejía por las ventanas y sin cuerdas de tender

De puertas hacia fuera, todo muestra una apariencia normal. Por lo menos a plena luz del día. En el interior del número 10 de la calle Gabilondo la instantánea cambia. De un vistazo ya se aprecia que los buzones han sufrido desperfectos, al igual que el ascensor y las escaleras. Peldaño a peldaño se palpa, se ven las ventanas desencajadas, dejando el interior del inmueble a las inclemencias del tiempo. En estos días toca pasar calor. En invierno, las zonas comunes son gélidas y fruto de ese frío se ha generado condensación que se nota en las paredes de las viviendas que dan al hueco de la escalera.

Es la estampa de cada planta, con especial énfasis en la cuarta. Allí, la puerta de un vecino está completamente repleta de hachazos y martillazos.

Los desperfectos en el inmueble de cinco alturas aumentan si uno se asoma por una de esas ventanas desencajadas y ve el estado en el que se encuentra el patio interior. Zapatos, botellas, basura y papel higiénico en algún momento han salido volando para aterrizar en el suelo o en tejadillos de uralita. Se han perforado, con el correspondiente peligro para la salud, lo que implicará nuevas derramas para eliminar las zonas dañadas y ser sustituidas por otro material.

Una situación recrudecida cuando a los vecinos, por la ventana, les llega lejía por el simple hecho de hablar, incluso algunas cuerdas de la ropa han sido arrancadas.

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