India Martínez, durante su concierto en la Plaza Mayor. Alberto Mingueza

Fiestas de la Virgen de San Lorenzo

India Martínez y María Peláe se ponen flamencas en sus conciertos de Valladolid

Las cantantes ofrecen ante miles de personas un recital que mira al sur, con canciones llenas de sentimiento y arrebato

Víctor Vela

Valladolid

Sábado, 7 de septiembre 2024, 00:48

Hay algo hipnótico en la voz de India Martínez. De entrada, parece frágil, como si se estuviera a punto de romper. Aireadita, con todas las brisas del sur en su interior. Sigilosa, como si te susurrara un secreto al oído. En ocasiones, cuando canta ... bajito, es como si anduviera de puntillas por encima de la canción. Hay algo emocionante cuando ese hilito agudo, finito, quebradizo, que parece salir de un lado imposible de la garganta, decide coger cuerpo y convertirse en torrente, en chorrazo de voz. Como si las cuerdas vocales hubieran hecho sesión doble de crossfit y las notas salieran musculadas de su pulmón, desbrozando las cabezas de tanto público para llegar sin problema hasta la fila final. Hay una destreza mayúscula en esa combinación de frágil poderío que India Martínez demuestra en cada actuación.

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La de esta noche comienza con aires de bachata en la Plaza Mayor. Suena 'Cinco sentíos' y la cantante sale por partida doble al escenario. Primero, en las pantallas gigantes. Segundo, de cuerpo presente en estas tablas que recorre con coqueteo de caderas mientras baila las partes que canta Andy Rivera en la grabación. Es el inicio de una velada en la que India Martínez recorre buena parte de su historia musical. No es la primera vez que pisa este escenario (lo hizo en las fiestas de 2013, en una noche de damas que compartió con Tamara y Merche).

Pero ahora, en este 2024, se da el gustazo de un recital completo, con ese repertorio de canciones que parecen autopsias (todo vísceras, todo corazón) y a la vez emboscada. Tú las escuchas tranquilo, relajado, despreocupado, dejándote mecer por ese pop flamenquito, esos requiebros que parecen inocentes en su voz, y de pronto, cuando menos te lo esperas, zas, la letra te sorprende con una estocada sentimental en mitad del estribillo, que como todo el mundo sabe es el callejón iluminado de una canción. Y entonces ya tienes dramita para el resto de la noche.

«Hay sueños que tengo dormidos pidiendo a gritos despertar», canta en 'Conmigo', la segunda de la velada. «Tú y yo quemaremos la soledad con la llama de este incendio», dice con voluntad pirómana en 'Corazón hambriento', la tercera. «No necesitamos ni champán ni tussi, nos bastó con las burbujas del jacuzzi», canta con hondura poética (o como se diga) en la cuarta, otra vez a ritmo de bachata. «Qué barbaridad, cuántos sois esta noche, qué locura», dice la cantante, quien reconoce que no se esperaba una temperatura «tan fresquita», con este viento incómodo como cubata en vaso de tubo.

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Vienen después 'Nuestro mundo', 'Loco' y entonces, India Martínez se sienta en un cajón flamenco con las iniciales de su nombre, respira con profundidad antes de empezar, y en él se deja las manos mientras de fondo se proyectan mil pétalos de rosa y los focos rojos consiguen que el escenario se ruborice, como si las luces le pintaran los coloretes a esta canción. 'La gitana', con cajón y pirotecnia, es uno de los momentazos de la noche, uno de esos instantes mágicos y para enmarcar que de vez en cuando te regala la música en vivo. Y luego, claro, no puede faltar, '90 minutos', la melancolía hecha canción, o ese 'Vencer al amor' en el que levanta castillos y sueños.

La noche, hasta llegar a esta madrugada algodonosa de India Martínez, había comenzado revoltosa y picantona con la guasa carnavalera de María Peláe. Nada hacía presagiar después de escuchar los primeros treinta segundos de su concierto (ese saxo ochentero, esa batería como de club con posibles) que a continuación se desataría una fiesta rumbera como para no descansar. «Échale castaña, María», le animan las coristas que, sentaditas en sus sillas de enea, comienzan a dar palmas al compás. «Lele lerelerelelé», comienzan a deletrear mientras María, que esperaba entre bambalinas, que escucha eso de 'échale castaña', se planta en el escenario dispuesta a repartir pilongas y lo que haga falta. «Cuando me dijeron tú no vales, yo tenía puestos los auriculares», dice una estrofa de 'Letra menúa', el tema con el que comienza este concierto 'Al baño María'. Y a partir de aquí: un mejunje de coplas, de rumbas, de jaleos y rap.

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Tiene María Peláe un repertorio como para sacarle punta a la realidad a base de coñas. Un puñaíto de canciones que son denuncia con guasa. Un puchero de temitas compuesto con el compromiso de un intenso cantautor de melenas y el arrebato de una folclórica con mal de penas. Por aquí se pasean las críticas al postureo y la censura al qué dirán, la sinceridad en los quereres y la defensa de la libertad (como en 'Que vengan a por mí'). O en 'Remitente', que la cantante aprovecha para mandar su apoyo a la mujer víctima de una agresión 'lesbófoba' en Valladolid. «Que viva el arte, el respeto, la diversidad y la libertad».

María Peláe reivindica en actitudes (e incluso también sus letras) a Bambino, a María Jiménez, a Lola Flores, en ese plan. También Raphael y Rocío Jurado, a quienes rinde homenaje con un cruce entre 'Escándalo', 'Que muera el amor', 'Me ha dicho la luna' y 'Déjale correr'. Y se mueve por el escenario con arte y descaro, la pose torera, el andar felino, el golpe en el pecho, el revuelo de palmas, el micro en el escote, las manos que se abren y cierran como si fueran un abanico que nunca llegara a desplegar.

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Su fiesta reúne temas como 'Mi tío Juan', como 'La putukita', que es un brutal disparo contra la hipocresía disfrazado de rumbita inofensiva. Y para remate, 'La niña', con su rap vertiginoso, su coña de mesa camilla, con esa metralleta de palabras que salen de su boca aceleradas como gacelas en estampida. «¿Qué le pasa a la niña, la niña, la niña, la niña que ya no entra en casa?», canta. Y se ha quedado la noche tan guasona que de verdad que a uno se le quitan las ganas de doblar servilleta y volver al hogar. ¿Qué le pasa a Pucela, Pucela, Pucela que ya no entra en casa? Pues a Pucela le pasa que está de ferias y para dos días que quedan los tendrá que disfrutar.

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