

De la farola al balcón, con Valladolid en el corazón
Alba Oliveros inunda la Plaza Mayor de vallisoletanismo orgulloso con un pregón festivo, emotivo, familiar y hasta sorprendido: «Que el Ayuntamiento me ha montado un catering ¡a mí!»
Que vocaliza, vaya que si vocaliza, que es una profesional de la narración. Y relata de seguido los recuerdos imborrables que se llevó hace «seis ... años», cuando soltó su «hasta luego, Valladolid», ese «hasta luego» que tantos jóvenes de Castilla y León pronuncian cuando llega el momento de buscarse las habichuelas. O de «perseguir sus sueños», que así lo llamó la pregonera, Alba Oliveros, narradora de Primera División. Literal y metafóricamente. Trabajadora, «como uno más», en un mundillo laboral «de hombres» a los que agradeció no sentirse nunca fuera de sitio. «Porque somos igual de válidas y seguiremos bregando a destajo para que se nos trate a todas como tal». «Porque fuimos campeones del mundo y ahora somos campeonas, campeonas del mundo», recordó. Está todo dicho. Así que Alba Oliveros, 28 años, periodista formada en la Universidad de Valladolid, habituada a cruzar «el túnel de la Circular», que compaginaba los estudios con echar una mano en la panadería de sus padres, según cuentan algunos de sus profesores universitarios, vocalizaba perfectamente para desgranar toda esa emotividad concentrada.
Solo que en el salón de recepciones, un año más, no se oía nada salvo por Onda Cero y sus auriculares bienaventurados. Quizá sí en la calle, y también por la tele, pero no deja de ser frustrante ser invitado, amigo o familiar de la pregonera y tener que escucharla luego en youtube porque no te has enterado de nada.
Oliveros recordaba que hace unos años estaba «allí abajo, en aquella farola», con su amiga Roci. Y también tantas veces en el pringoso desfile de peñas, con su aroma a Eau de Kalimotxo. Porque la fiesta comenzó mucho antes. A las 16:30 horas ya estaba la música en la Acera de Recoletos. Y poco después comenzaban las pruebas de carga rápida del subfusil tintorrero, porque eso de las pistolitas de agua es cosa de 'boomers' que veían películas de John Wayne con su colt de seis balas. Ahora lo que se lleva es la AK47 de las metralletas acuáticas, rellena de tinto y cocacola, o lo que sea eso, lista para disparar a troche y moche a todo lo que se ponga a tiro, especialmente si es una camiseta blanca. «Las raíces, un valisoletano, nunca las pierde, le pinchas y sale carmesí», decía Oliveros. Pues si le pinchas no se sabe, pero si le disparas calimocho, queda tal cual.
A los pies de Oliveros, las fans de Cepeda. Las, porque son tan mayoritariamente ellas como la selección femenina de fútbol. Esperaron y esperaron, y tuvieron su recompensa en forma de prueba de sonido convertida en miniconcierto privado. Con Cepeda profesional, «sube el piano, más alto el piano», y el de los teclados brincando y animando el cotarro como si el concierto ya hubiera empezado. Y hablaban por el móvil, y enviaban selfis con el escenario de fondo, y 'birríal', esa otra red social que los curtiditos, los que tienen feisbuk, ya no alcanzan. Muchos de esos veían a los Gigantes, con su música tradicional, mientras desembocaba en la Plaza Mayor la batucada. Venga jaleo.
Antes de eso, un diyéi, o pincha, o dejotapóstrofe, subía el volumen de la música en la terraza del Frenesí, tras el Ayuntamiento, quizá demasiado lanzado para ser las seis de la tarde, como un anticipo ansioso. Porque Valladolid tenía ganas de fiesta en este 1 de septiembre agosteño, de camiseta cutre para ensuciar y chanclas, incluso con calcetines, por mitad de la calle Santiago, siempre tan señorial y hoy tan desinhibida.
Así que cuando Alba Oliveros salió al balcón, después de entrevistas, recepción del alcalde, firma en el libro del Ayuntamiento, fotos, vídeos y todo el carrusel del pregonero de fiestas, se encontraba como si fuera a narrar «el gol del triunfo en el 90». «Estoy temblando, no sabía que llegaría estar tan nerviosa», reconocía.
A la joven narradora se le escapaba la emoción del humilde encaramado a un lugar de honor inesperado. «Muchos no sabréis ni quién soy, no soy más que una orgullosa vallisoletana que hace dos años estaba ahí tratando de escuchar el pregón de las fiestas», decía. Y después: «La de cáterings que he servido yo por Pucela y ahora el Ayuntamiento me lo ha puesto a mí, ¡A mí!». Bueno, y a los invitados del salón de recepciones.
«He nacido, crecido y vivido 22 años de mi vida en el barrio de la Virtud, en San Isidro. Mitad Pajarillos, mitad Delicias… Tardamos tiempo en ubicarnos, sí», contaba en su pregón. Por un momento, dicen, tuvo la tentación de improvisar. Al final, como hace con esos postits amarillos que le sirven de guía en los partidos de fútbol, construyó un guion de 3 páginas, que no es cosa de errar en un día tan especial. «El instituto, la plazuela de la fuente, el túnel de la Circular, sobre cuya pared imaginaba esquemas tácticos con Jesu», enumeraba en orden las nostalgias.
Valladolid son recuerdos, son lugares y son familia, decía Alba Oliveros. Su hermana, Carla, sus padres, sus abuelos. Le dedicó «un momentito» a su abuela, que se puso «muy malita» al poco de conocer su designación como pregonera. «Ha sido un mes muy triste, muy duro». Y agradeció el trato a enfermeros y médicos del Clínico, al tiempo que añoraba también a su «yayo», al que le hubiese «gustado tanto» ver la Plaza Mayor llena y feliz.
Dice el bolero que la distancia es el olvido pero Alba, como el bolero, no concibe esa razón. «Nunca he valorado tanto mi vida aquí hasta que me fui». Y por eso «media Barcelona sabe que Pucela tiene playa, que fue capital del Imperio o que el Real Valladolid tiene una copa de la Liga». Y muchas ganas de fiesta, que eso también. «Reíd, vivid, sentid y volver a reír», aconsejaba desde el balcón. Para rematar el pregón, lo lógico: un golazo. «¡Vallisoletanooos! ¡Vallisoletanaaas! ¡Vivan las fiestas de la Virgen de San Lorenzo!».
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