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Volver también es una fiesta. A veces, claro, es la frente marchita, febril la mirada, la sien plateada: un regreso a las ausencias y a una felicidad que tal vez nunca existió. Pero, en ocasiones, volver es lo mejor que te puede pasar. Lo de ... hace dos años fue una pesadilla. Lo de 2021, un espejismo de conciertos sentados, de recinto acotado, de apenas mil sillas y de estrofas con mascarilla. En 2020 nos fuimos. Al año siguiente, no fuimos. Y en este 2022, por fin, toca operación retorno. Como en los viejos tiempos. Porque la esperanza (como el amor, las certezas o el 8 de Auvasa a Parquesol) puede que se marche en el último suspiro y sin avisar. Pero, casi siempre, aunque sea más tarde que temprano, más a deshoras que nunca, termina por volver. Así que, en esas andamos.
Valladolid ha vuelto a llenar esta Plaza Mayor que ríe con los pregoneros, que desfasa con las peñas, que se pringa de sudor con calimocho (hay camisetas más sucias y con más alcohol encima que una calle de Peaky Blinders) y que canta a los pies de este gigantesco escenario iglú desde el que la música suena otra vez.
Algo de esto (lo del miedo que llega y se va, la ilusión que se marcha y regresa) defiende Edurne en su primera canción. Ella lo dice (en un arranque de balada que deriva en suave reguetón) con otras imágenes: tu boca, tus besos, tu olor, el mar, que viene y viene y va, tal como un boomerang. Pero, vamos, que en el fondo es lo mismo. La pandemia obligó a marcharnos, a escondernos, a enclaustrarnos y al quédate en casa. Tiramos bien el lejos un boomerang que ahora regresa a nuestras manos (un poco desgastado, tal vez; sin un barniz tan brillante, quizá). Pero volvemos a esta plaza en fiestas donde todo es estribillo y mogollón, donde llega, desde la Feria de Día, ese olorcillo a panceta que es la felicidad a la plancha, y donde los racimos con globos amenazan con escaparse hasta el infinito y más allá (porque estos sí que no vuelven).
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«Qué alegría, qué ganas, qué felicidad de volver. Es que, desde 2019, es mucho tiempo», dice Edurne (que también ha regresado, que viene y viene y va, tras su parón de julio por un esguince en las cuerdas vocales). Sube a un escenario amazónico, llenito de plantas y flores de plástico (bien jugado, que con esta sequía tampoco estamos para derrochar agua) y con una banda de traje ancho colorcito malva pastel que le acompaña en la actuación.
Después de 'Lo que perdí al perderte', suena 'Despierta', una canción que comienza como una cita difusa («sales solo, ¿dónde vas?, yo te espero en cualquier bar») que, o se concreta luego con un wasap (estoy en Coca, Paraíso, Poniente, zona Val), o no hay geolocalización en tinder que lo solucione. La cosa, en todo caso, podría parecer que salió bien, porque después de 'Despierta' viene 'Despiértame cuando te vayas'. El problema es que esta no es una canción de pareja perezosa desde la cama, sino de quien se despide para siempre: «No dejes que siga durmiendo, si este sueño se acabó». Un dramón. Lo canta Edurne con esa voz que es acogedora en las baladas, arrebatada en las canciones de amor (la mayoría), rasgada en su versión de 'El 28' y poderosa en ese 'Somebody to love' en recuerdo a Queen.
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La cuestión con esto del boomerang, del ir y del volver, es que a veces, como dice la zarzuela: «Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo». Porque un concierto de Edurne (hablo en primera persona, que me perdonen los fans) es territorio inexplorado. Apenas hay un par de temas a los que, de entrada, agarrarse: el 'Amanecer' de Eurovisión (con su mítico 'iaieo', pero sin bailarín descamisado) y el 'Amores dormidos', hitazo compuesto por La Oreja de Van Gogh nunca suficientemente alabado. Así que, insistimos: temazo.
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Pero como suenan al final, el resto de la velada es un camino de descubrimientos, una excursión por territorios inexplorados, como adentrarse en el bosque sin miguitas de pan o devorar 'La saga del dragón' sin espóilers. El a ver qué me encuentro es en ocasiones el aperitivo de los hallazgos gozosos. Como 'Tal vez' (que dedica a David de Gea, «el hombre que me hace feliz»),el medio tiempo de 'Vaivenes' (y sus sorpresas armónicas con coros poderosos) o 'Yanay', una nana preciosa, compuesta junto a Andrés Suárez, que Edurne dedica a su hija al ladito del teclado. Y junto a estas, versiones en solitario de melodías que Edurne comparte en discos y plataformas con Carlos Baute ('Demasiado tarde'), Nia ('Te quedaste solo') o Efecto Pasillo ('Como tú'). El público le grita «pase de oro, pase de oro» y ella lo agradece haciéndose una foto con una Plaza Mayor que, como el boomerang fiestero, vuelve para llenarse en ferias. Qué bien.
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