Valladolid
«Los familiares de quienes se suicidan son los grandes olvidados de la salud mental»Valladolid
«Los familiares de quienes se suicidan son los grandes olvidados de la salud mental»«Esta exposición nace a raíz de la muerte de mi hermana Elena», dice Laura González Fraile (Valladolid, 1977), mientras su mirada se pasea por una serie de estampas atmosféricas de Barcelona, de paisajes castellanos y mediterráneos, de limones en lienzos llenos de un color ... que Elena vio cómo se difuminaba en sus últimos días de vida. Tenía 45 años cuando decidió que ya no más. Elena se suicidó en mayo. Y ahora, apenas unos meses después, su memoria revive no solo a través del recuerdo de su hermana, del cariño de su familia, sino en el testimonio directo de las decenas de cuadros que dejó.
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Parte de su inabarcable obra se exhibe en estos primeros días de septiembre en el centro cívico José Luis Mosquera. El 17 de diciembre recalará en el Canal de Castilla (de La Victoria). La muestra cuenta con el respaldo de El Puente Salud Mental y se ha convertido en una vía para sensibilizar sobre la prevención de la conducta suicida y visibilizar el duelo que viven las familias. El inmenso dolor, a veces también la culpa, de los que se quedan aquí.
«El duelo por suicidio es muy complicado, mucho más difícil de elaborar que cualquier otro tipo. Al hecho de ser una muerte autoinfligida se añade que sea repentina e inesperada. Inexplicable para los familiares y allegados», asegura Rosa Calderón, psicóloga de El Puente Salud Mental Valladolid. «La familia es la gran olvidada», reconoce Raquel Barbero, presidenta de la entidad, quien añade que en ocasiones asaltan preguntas desasosegantes. ¿Se podría haber hecho más? ¿He sido consciente de los síntomas de alarma? Eso puede llegar a afectar seriamente a las personas más cercanas a quien se ha quitado la vida.
La gran referencia en este tipo de situaciones es la Unidad de Supervivientes de Duelo por Suicidio del hospital Río Hortega. Allí han acudido Laura y especialmente su madre. «Le está ayudando mucho. Es un espacio que te permite dar forma a lo que sientes a través de la palabra, una manera de ir aceptando el duelo y ser escuchado sin prejuicios ni consejos». Pero eso no siempre es suficiente. «Nosotros también contamos con grupos de apoyo a familias, pero nos gustaría llegar de forma específica a los familiares de personas que se han suicidado. Ojalá hubiera más líneas de financiación para este tipo de acciones», reconoce Pablo Moreno, director de El Puente.
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«Es imprescindible», añade Laura. «El dolor lo vas a tener siempre ahí, no se va a pasar, pero hay que vivirlo de una forma sana. Al sentimiento de angustia, culpa, tristeza… sumas lo perdida que te encuentras, la falta de información y de recursos. No sabes qué hacer ni dónde acudir». Porque el entorno de las personas que presentan un problema de salud mental también se ve afectado y, aunque se dice mucho, es fundamental cuidar también al cuidador». Laura tuvo como compañero durante gran parte de su vida un trastorno depresivo severo. «El último tratamiento la dejó muy limitada. Se sentía inútil. Se veía lenta, refería temblores, era como una especie de robot», rememora Laura, quien prefiere recordar otras etapas más luminosas en la vida de su hermana Elena.
«Era una artista en su vida y su obra. Iba en contra de las normas y de las imposiciones. Le gustaba la libertad». Y eso se ve en sus trabajos. Primero estudió diseño de interiores en la Escuela de Arte y allí descubrió esa vena artística que le sirvió durante largas temporadas de su vida para canalizar sus inquietudes creativas y vitales. Después, estudió Bellas Artes en Salamanca. «Los profesores le animaron a que se dedicara profesionalmente a la pintura porque vieron su talento, su especial sensibilidad. Luego, claro, el mundo del arte es muy complicado, muy difícil vivir de ello». Durante una temporada, Elena se mudó a Barcelona. Allí, en 2005, realizó la serie 'Air', más de treinta lienzos, de diversos tamaños, donde refleja el cielo que veía en la ciudad condal desde el ático en el que vivía, en el barrio de Gracia.
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Allí se quedó hasta 2011, cuando se mudó a Soria. Había conseguido un puesto como profesora de diseño en la Escuela de Arte. «Mi hermana pasaba largas temporadas sin pintar», cuenta Laura. Pero luego, retomaba el pincel de forma frenética. Entre enero y febrero de 2015 terminó más de 50 cuadros cuando de forma temporal regresó a su Valladolid natal, a su casa en La Rubia. «De aquella época tan solo tenemos dos. El resto los vendió o se los regaló a sus amigos. Las casas de los amigos de Elena están llenos de su obra». Durante la última temporada vivió en Sóller (Mallorca). «Trabajaba en lo que salía, en recepciones de hotel, y dejaba muestras de sus obras en las galerías de la zona». En diciembre, su psiquiatra le recomendó volver a Valladolid, estar más cerca de su familia. Vio un «cierto riesgo», sobre todo después de que ese último tratamiento no respondiera como hubieran deseado. «La indicación era que estuviera en un hospital de día, pero mi hermana se negó en redondo. Fue entonces cuando le hablé de El Puente. Al final accedió, participó en algunos encuentros, pero…». Elena se quitó la vida en mayo. Su hermana no quiso que su muerte se ocultara, que se asumiera a escondidas. «No hay que tener miedo a hablar del suicidio. No es una forma indigna de morir».
El año pasado, 50 personas se quitaron la vida en Valladolid. Fueron 32 hombres y 18 mujeres, según los últimos datos (provisionales) del Instituto Nacional de Estadística (INE). Para hablar de cifras definitivas hay que remontarse al año anterior: 2022. Entonces fueron 52. Un total de 242 en Castilla y León. La mayoría, por ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación (107). Hubo 57 que saltaron desde un lugar elevado. 32 que se expusieron a sustancias tóxicas. Del total, 55 no habían cumplido aún los 44 años. «Es la principal causa de muerte entre los jóvenes de 15 y 29 años», subraya Raquel Barbero, quien recuerda que por eso son tan importantes las acciones de prevención. «No hay que esconderlo. Hay que hablar del sucidio, aunque siempre desde el conocimiento, con delicadeza y testimonios fiables, sin juzgar». «Hablar salva vidas», cuenta Rosa Calderón, quien recuerda que, «aunque cada persona que se suicida tiene unas circunstancias muy concretas, en ocasiones hay conductas que ayudan a detectar posibles riesgos».
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¿Por ejemplo? «Sentimientos continuados de vacío, tristeza, indefensión o desesperación, que hacen que las personas sean incapaces de dejar de sufrir, de superar el dolor». Esos pensamientos, apunta Barbero, a veces van acompañados de frases: «Mi vida no tiene sentido, estaríais mejor sin mí, soy una carga para todo el mundo, me gustaría desaparecer». Estos comportamientos (junto a un aumento de irritabilidad, pesimismo, apatía, aislamiento, cambios en la alimentación, lesiones recientes, regalos de objetos personales…) pueden ser señales de preaviso que hay que tener en cuenta.
¿Y si nos encontramos ante una persona que se comporta así? «Nunca hay que culpabilizar ni emitir juicios de valor sobre lo que nos diga. Hay que ser respetuosos, sin criticar ni banalizar lo que esa personas comparta con nosotros», dice Calderón, quien propone la escucha activa, interesarse en lo que al otro le pasa. «Es importante crear un clima de confianza para que se pueda expresar sin miedo». Para eso, ofrece algunas claves, como no interrumpir con frecuencia ni escandalizarse por lo que diga, no centrarse en los sentimientos de uno (sino en los de la persona en riesgo), no dejarla sola y acompañarla hasta que lleguen los profesionales de emergencia», apunta la psicóloga de El Puente. Su presidenta invita a acudir a los profesionales de la entidad en busca de ayuda y asesoramiento en caso de encontrarse ante una situación así.
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