A Eugenio Sanz de Inés (Valladolid, 1923) «no se le puede hablar» hasta que no ha tomado el desayuno y ha ojeado El Norte de Castilla. Cada mañana, desde hace 87 años, lo mismo. Suena el despertador hacia las 8:00 horas. Se levanta, se ... asea, desayuna y lee el decano de la prensa española mientras, de fondo, suena la radio. Ni mediar palabra hasta que no ha terminado su rito. «Luego ya te pregunta qué tal y se puede hablar con él, pero antes olvídate», dice Manuel, uno de los siete hijos de este vallisoletano, que el pasado 22 de junio pasó a engrosar la lista de centenarios en la provincia.
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Lo suyo con la lectura es «pura pasión». «Le «encanta». Leer El Norte de Castilla «es sagrado». Es, de lejos, lo que más le gusta hacer en su día a día. Conoció el mundo leyendo el periódico a un tío ciego cuando tenía trece años. «Es una cosa... Primero el desayuno, luego El Norte y a partir de ahí ya lo que quieras. Lo lleva haciendo desde muy pequeño, cogió ese hábito y hasta ahora», cuenta Manuel.
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Eugenio Sanz de Inés forma parte de una generación de hombres y mujeres sin los cuales no se podría escribir la historia de este país. El mayor de tres hermanos (los otros dos ya fallecidos), tenía tan solo trece años cuando estalló la Guerra Civil Española. Dieciséis cuando se desató la Segunda Guerra Mundial. Testigo de tantos cambios, costumbres y hábitos, mantiene la memoria intacta. Tiene una mente «maravillosa». «Me siguen conmoviendo sus historias, para mí son lecciones de vida», comenta Manuel, quien destaca el «dinamismo» y la viveza de su padre a sus cien años. «Está estupendo», matiza.
Viudo desde «hace varios años» y padre de siete hijos, tuvo, como muchos otros, que pluriemplearse para llevar el pan a casa. Lo básico. Fue guardia civil durante unos años. También ferroviario, celador de la Seguridad Social, acomodador en un cine de barrio durante los fines de semana... Nada se le escapaba. «Era de esas personas que tenía que trabajar por la mañana en un sitio y por la tarde donde pudiera, éramos siete bocas a alimentar», añade su hijo.
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Cumplió cien años el jueves de la semana pasada. Ese día, su hijo Manuel le llevó a su casa (vive en una residencia desde hace tres meses) para comer una porción de tarta de queso y soplar las velas con tan significativa cifra. Allí le esperaban su nuera y algunos de sus nietos (tiene dieciséis). Pero la verdadera fiesta llegó dos días después. Se juntó prácticamente toda la familia. Más de cincuenta entre hijos, nueras, nietos y bisnietos (ocho).
Fueron todos a comer a un mesón, con actuación musical incluida. Sus nietos le dedicaron, además, unas emotivas palabras. «Contratamos a un guitarrista para que le diera un pequeño homenaje; fue un día de emociones continuas», recuerda, aún emocionado, Manuel. Eugenio Sanz estaba radiante. De lo más feliz. Un soplo de aire después de estos últimos meses más complicados. «Hasta hace tres meses vivía solo en Cuatro de Marzo. Se cayó, se rompió la cadera y ahora está en una residencia para que se recupere bien», señala su hijo, al tiempo que destaca que «siempre ha sido un hombre activo», de ir y venir sin parar. «Hablaba con el vecino, comentaba las noticias, se tomaba un vino... Y ahora se siente un poco anclado, le está costando un poco porque siempre le ha gustado hacer sus cosas e ir a su bola, pero no queda más remedio», apostilla.
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