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Las energías renovables «no son el 'santo grial' de la lucha contra el cambio climático». La advertencia llega desde el Grupo de Investigación de Energía, Economía y Dinámica de Sistemas (GEED) de la Universidad de Valladolid. Sus expertos acaban de publicar en la prestigiosa revista ... británica 'Royal Society ol Chemistry' tres años de análisis y escenarios posibles para el desarrollo de baterías que reduzcan el peso del transporte en la generación de los gases de efecto invernadero (suponen casi el 30% de las emisiones de dióxido de carbono -CO2-).
Esta publicación coincide con la celebración de una nueva Cumbre de la Tierra en Egipto. Pero también con el esfuerzo de Valladolid por convertirse en capital del transporte renovable europeo con dos proyectos de multinacionales como Switch Mobility e Inobat que apuestan por las baterías eléctricas.
Sus conclusiones ponen serias dudas a la capacidad de las energías renovables para cubrir las necesidades de transporte global. Los investigadores del GEED han diseñado varios escenarios en función de la demanda y con el horizonte del año 2050. «Las reservas de cobre, cobalto, litio, manganeso, níquel y grafito se agotarían antes», concluyen.
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«Incluso reduciendo el número de vehículos (hoy son 1.300 millones en el mundo) y, aunque todos fueran eléctricos, habría graves problemas», advierte el ingeniero industrial y doctor en Economía, Íñigo Capellán.
Este trabajo desmonta el mito del 'coste cero' de las renovables. «Un coche eléctrico no produce emisiones -explica Capellán- pero sí genera un impacto ambiental. Los costes de fabricación de baterías, que necesitan hasta 200 kilos de estos metales, son comparables a los materiales fósiles». Por no hablar de que «su reciclaje todavía es tecnológicamente muy complejo y con una eficacia muy limitada».
No solo harían falta una reserva tres veces mayor de litio (300% más), cobalto (360%), níquel (138%) o escamas de gráfico (un 1.500%). Incluso materiales más convencionales como el cobre sufrirían un gran estrés ya que les estaciones de recarga exigen un 9% de las reservas mundiales y la progresiva electrificación ferroviaria se llevaría un porcentaje similar. Los propios componentes de los vehículos eléctricos necesitarán otro 11% del cobre.
Esto supondría esquilmar antes de 30 años entre un 125% y un 155% de todas las reservas de este material convencional, pero tan estratégico como el resto.
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«Solo apostando por el cambio de baterías sin más es jugar con fuego y no va a tener consecuencias ni mejora en la reversión del impacto ambiental», advierte el ingeniero industrial Daniel Pulido, uno de los autores de este trabajo, que completa su Trabajo de Fin de Grado (TFG) 'Análisis de los requerimientos materiales de la transición hacia una movilidad eléctrica'.
Daniel Pulido ha completado este enmienda a las expectativas de las renovables con un Trabajo de Fin Máster (TFM) centrado en la traslación de sus investigaciones a otra de las energías 'verdes' que se presentan como salvadoras: la fotovoltaica. Su 'boom' constante se ha visto impulsado por la nueva crisis energética derivada de la guerra en Ucrania.
Para hacer su proyección ha introducido en su modelo de análisis toda la información disponible sobre las actuales tecnologías utilizadas en la producción de energía solar, en especial los materiales para los paneles solares. También lo que llama «intermitencia propia de estas energías renovables que acaban provocando una bajada notable de la eficiencia».
El resultado es más que llamativo. Alimentar a todo el planeta con placas «ocuparía 74 millones de hectáreas de suelo, un espacio que es 1,5 veces la superficie de España (el país abarca unos 505.000 kilómetros cuadrados). Un pronóstico que «no incluye los tejados ni las necesarias subestaciones y conducciones de cables. Por ello «la eficiencia de la tecnología así como dónde se localicen las plantas serán críticos en el diseño de futuros sostenibles», afirma este experto.
Un esfuerzo de apariencia quimérica pero que tendría al menos un gran impacto en las emisiones de C02 que están acabando con el planeta. Permitiría reducir las 14 gigatoneladas (mil millones de toneladas) que los humanos emitiremos este 2022 a casi una tercera parte y dejarlas en 3,6 en un horizonte de 20 años (2042).
Un mundo de baterías eléctricas y placas solares no parece viable si se mantienen los actuales parámetros de crecimiento industrial. Los expertos de la UVA recomiendan seguir apostando por «sistemas que consuman energía con mayor eficiencia, pero también mediante el simple cambio de nuestras costumbres».
Aquí entra la llamada Teoría del Decrecimiento. El impulso de políticas que aboguen por reducir la demanda energética de loa industria, los hogares y las personas, incluyendo «bonificaciones para quienes reduzcan su consumo y aumenten su eficiencia».
Sería además la única forma de evitar el llamado 'efecto rebote': que el ahorro de energía eléctrica acabe siendo invertido en acciones que empleen mayor cantidad de fuentes que se ha ahorrado en primer lugar».
«De poco servirán las nuevas energías si seguimos apostando por más transporte individual, más gastos y, en definitiva, acabar demandando más de lo que mejoremos en eficacia», reflexiona Daniel Pulido. Los expertos del GEED dudan de que «dispongamos en un plazo razonable de la tecnología y los medios para una energía ilimitada».
Y, como concluye este trabajo «De nada sirve cambiar nuestra tecnología de generación eléctrica para reducir emisiones de CO2 si en el camino agotamos nuestros recursos».
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