Anna Selevaniuk lo tenía todo. Era una mujer feliz, que vivía en Nicolaev, al sur de Ucrania, con su marido y sus dos hijas de 6 y 3 años y que dirigía su propio en el que hacía juguetes y en los dos últimos años ... se especializó en la confección de maillots deportivos. Pero al estallar la guerra, todos sus sueños se hicieron añicos. Tras pasar dos semanas encerrada en el sótano de su casa, en el mes de marzo, decidió dejar atrás su país y la vida que conocía, para buscar otra más segura. Cogió a sus hijas y sus cuatro pertenencias más imprescindibles y se marchó, junto con sus padres, sin mirar atrás. Su marido no pudo acompañarla, la ley marcial que limita la libertad de movimientos, se lo impidió. Eligieron Valladolid como destino, porque aquí conocían a una mujer de origen búlgaro «que les podía ayudar» y así fue. Victoria les dio cobijo, cariño y ayuda con la larga burocracia que tenían por delante.
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Sus padres, una vez asentada ella en Valladolid, tomaron rumbo a Bulgaria. Anna buscó trabajo, pero con dos niñas pequeñas a su cargo, le resultaba complicado. Su amiga Victoria, que tiene su propia empresa de peluquería, le animó a reconstruir aquellos sueños hechos añicos y a montar en España un taller de diseño y costura. «Mis padres me ayudaron económicamente. También buscamos una vivienda para mis hijas y para mí, y Cáritas me ayudó a pagar los seis primeros meses del alquiler», cuenta.
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Reconoce que el camino del emprendimiento no ha sido coser y cantar. «Ha sido muy difícil. No hablo español y el sistema es muy diferente al de Ucrania. A la hora de montar una empresa aquí hay muchos gastos que allí no tenemos. En España se necesita mucho dinero para crear una empresa. Mi amiga me aconsejó sobre todos los pasos que tenía que dar, con el asesor y la gestoría. Yo sola no hubiera podido hacerlo. Son muchas pequeñas cosas las que necesitas saber para emprender. No he podido cobrar una ayuda, porque muchas de las facturas que he presentado son de menos de 100 euros y nadie me lo había explicado», reconoce.
Anna abrió las puertas del Atelier de Costura y Cosetodo Aña, en el mes de junio, en el Paseo Juan Carlos I, 9. Se trata de un coqueto espacio con una decoración que lo hace muy acogedor y en el que no faltan maniquís con su originales y vistosos diseños de moda. Confecciona trajes de novia, trajes de fiesta para bodas y comuniones, hace arreglos de prendas de visón, diseño ropa interior y está especializada en maillots deportivos.
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Las dos primeras semanas su mayor hándicap fue el idioma. El traductor de Google se convirtió en su mejor aliado a la hora de entender y hacerse entender con sus clientes. «El trabajo no era problema. El problema era el idioma. Yo les explicaba que era de Ucrania y que llevaba en España pocos meses, que por eso no me expresaba bien, pero que podía diseñar, hacer patrones y coser perfectamente cualquier tipo de prenda. Ellos me enseñaban fotos y me decían lo que necesitaban, y yo con el traductor me defendía. Al principio todo lo que me pedían eran arreglos de ropa. Poco a poco estoy expandiendo mi negocio», explica mientras muestra una de sus brillantes prendas personalizadas para gimnasia rítmica y patinaje. «Me gusta mucho la gente de Valladolid. Es muy empática. Gracias a su paciencia y amabilidad he tenido mucho trabajo en estos meses», añade.
Ha pasado casi un año desde su llegada a Valladolid, toda la familia tiene el NIE y eso les da mucha tranquilidad a la hora de encarar el futuro. Emprender también le ha dado esa seguridad que tanto buscaba. «Ahora me conoce mucha gente. Les gusta lo que hago. Trabajo para algunas empresas y también hay entrenadoras que me hacen encargos para sus clubes de gimnasia», comenta satisfecha. El negocio le va tan bien que incluso está buscando una empleada que le ayude con la tarea del día a día.
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«Busco a alguien que sepa coser bien y quiera trabajar, porque tengo muchos encargos. He mirado por si encontraba a alguien de Ucrania que quisiera trabajar, para echarle una mano, pero no he encontrado a nadie todavía», cuenta esta emprendedora, que reconoce que esa felicidad no le impide echar de menos su país.
«Mi marido llegó a Valladolid en agosto. Ha estado buscando empleo hasta hace dos días, que entró a trabajar en el sector de la construcción. Le ha costado encontrar, porque le ha resultado difícil aprender el español. No podemos regresar a nuestro país y eso nos da mucha pena. En España somos más o menos felices. Este año ha sido muy duro», concluye esta Ucraniana que ha logrado hacer de Valladolid su casa y su negocio.
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