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Jesús, Ángela, Luis Ángel, Dayerlin y Lucía estudian en la escuelita de la calle Huertas junto a Jonathan, uno de sus superprofes. Iván Tomé

La 'escuelita' de superprofes que acompaña hacia el éxito a niños y jóvenes de Valladolid

Voluntarios de la asociación Cadena de Sonrisas ofrece apoyo escolar a media docena de chavales que necesitan refuerzo escolar

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 2 de febrero 2025, 10:57

Covadonga, doce años, alumna de sexto de Primaria en el García Lorca, abre el libro de Matemáticas en esta «escuelita» de la calle Huertas. La lección hoy va de distancias. Cómo pasar de metros a kilómetros, de centímetros a decímetros. Echa la joven cuentas con ... un lapicero en la mano, una goma de borrar a un lado y al otro, la mirada atenta de Noelia Casquete, la 'superprofe' que le ayuda con el problema y su resolución. Muy cerquita, en esta mesa enorme que es pupitre compartido, Luis Ángel (sexto de Primaria en el Cardenal Mendoza) repasa los adjetivos para Lengua. Lucía (tercero de la ESO en el Nuñez de Arce) descubre el teorema de Pitágoras. Jesús (segundo de Primaria en el Padre Hoyos) aprende las características que todo cómic debe tener: las cartelas, los dibujos, los bocadillos.

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Si este reportaje fuera uno de esos tebeos que lee Jesús, estaría todo lleno de interjecciones de admiración. ¡Wow! ¡Bravo! ¡Genial! Porque lo que aquí ocurre, los martes y jueves por la tarde, merece todos los piropos y todavía alguno más. Lo dice con mil palabras de agradecimiento Wendy Anglón (madre de Ángela,14 años, y abuela de Dayerlin, de 12), dos de las seis alumnas con las que trabajan los voluntarios de Cadena de Sonrisas, una ONG que desde hace más de una década impulsa 'Superprofes', un proyecto que ofrece apoyo escolar a un grupo reducido de chavales de Valladolid. «Es increíble lo mucho que nos han ayudado», dice Wendy. «Gracias a ellos, las niñas van al colegio mucho mejor».

Un mensaje inspirador decora una de las paredes del local. «Cuando hay oscuridad se ven las estrellas». Una frase motivadora puede leerse desde la calle antes de entrar en la asociación: «El mundo no gira, lo mueven las personas». La educación es el mejor telescopio para ver las estrellas, la palanca más eficaz para mover el mundo. Y en ambos casos hace falta un superprofe que sirve de inspiración. Superprofes como Noelia, como Víctor, como Aurora. «Ojalá fuéramos más para llegar a más alumnos», indica Jonathan Racionero, el cuarto profesor.

Cadena de Sonrisas se comenzó a gestar en 2012 y en 2013 se constituyó en asociación. Uno de sus primeros proyectos (todavía en vigor) es la gestión de la biblioteca que hay en la planta número once del Hospital Clínico. Otra de sus acciones es esta «escuelita» con superprofes que uno de sus alumnos así bautizó. Lo de escuelita salió de la imaginación de Geremy, uno de los chavales que aquí recibió formación. Hoy tiene 17 años, estudia un grado medio de Electromecánica y durante casi toda su etapa escolar recibió aquí acompañamiento para estudiar.

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Alumnos, profesores y familiares implicados en el proyecto educativo de Cadena de Sonrisas. Iván Tomé

«Empecé con 6 años y estuve hasta los 15», explica Geremy, quien explica las dificultades que tenía para hincar los codos. «He sido más castigo que milagro. Han tenido mucha paciencia conmigo», dice, con el recuerdo del apoyo que aquí obtuvo. «Ha sido muy importante para él y para toda la familia», explica Pablo Zorita, su padre. «No tengo palabras de agradecimiento para la asociación. No solo por lo que supone para el estudio de los chicos, sino también por el cariño que reciben». Pablo conoció la existencia de este programa gracias a la directora del colegio donde Geremy estudiaba, el San Fernando (en la Circular).

«El proyecto comenzó en la Facultad de Educación. La idea era implicar a futuros docentes en una tarea de voluntariado. Y a partir de ahí contactamos con la dirección de varios centros, que nos hablaban de posibles alumnos que pudieran necesitar refuerzo escolar». Lo cuenta Aurora Fraile, implicada en esta iniciativa desde 2015. «Ese año reduje mi actividad laboral y retomé los estudios en la Facultad de Educación. Pero sin voluntad de ejercer, de prepararme una oposición ni nada por el estilo. Cuando los conocí, supe que era una forma de dar clase y echar una mano a los demás».

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El proyecto es reducido. Son cuatro 'superprofes' que acompañan a seis alumnos en su camino escolar. «Ojalá pudieran ser más, pero creemos que es el número adecuado para que puedan aprovechar las clases», explica Racionero, quien añade que el llamamiento para contar con nuevos voluntarios siempre está abierto. A principios de curso, en sus redes sociales, lanzaron el aviso para reclutar nuevos 'superprofes'. «No es fácil, porque implica compromiso y mucho tiempo. Son dos tardes a la semana, de 17:00 a 19:00 horas, y durante todo el curso».

Un momento de la charla antes de comenzar la tarde de estudio. I. T.

El acompañamiento es, además, de larga duración. En el momento en el que un niño ingresa en esta Cadena de Sonrisas, recibe apoyo hasta que ya no lo quiere o deja de necesitarlo. Lucía comenzó con ellos cuando estudiaba segundo de Primaria en el colegio San Fernando. Hoy cursa tercero de la ESO en el Núñez de Arce. Y aquí sigue. «Se implican muchísimo, están preocupados por nosotros y eso nos ayuda a mejorar», dice Lucía, quien tiene pensado devolver a la sociedad lo mucho recibido por sus 'superprofes' durante estos años.

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«Me gustaría estudiar Educación Infantil». También Ángela (que hoy tiene que resumir un tema sobre envejecimiento para la clase de Geografía) quiere dedicarse a la enseñanza. «Una de las grandes satisfacciones de este proyecto es ver el avance de los alumnos y que puedan aspirar a cosas que antes no se planteaban». El caso de Geremy, dicen, es uno. También el de Basma, que conoció el proyecto a través de Cruz Roja y ahora cursa tercero de Administración y Dirección de Empresas (ADE) en la Universidad de Valladolid. «Cuando comenzó el proyecto, estaba pensado para alumnos de Primaria… pero los chicos nos han ido creciendo».

«Están pendientes de ellos en todo momento», explica Covadonga Sánchez, madre de Cova, la niña que está enfrascada en los deberes de cuántos metros hay en un kilómetro. «En nuestro caso concreto, Cova tiene TDA y es muy importante todo lo que ha mejorado en su capacidad de concentración».

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Su método de trabajo implica dos horas los martes y otras tantas los jueves. «La mitad la dedicamos a hacer los deberes, repasar la lección de lo que les enseñan en el colegio o preparar exámenes», cuenta Víctor Rodríguez, desde el primer día en la asociación. El resto de la tarde lo reservan para actividades de animación sociocomunitaria que sirven para completar y enriquecer la formación no curricular. Los seis chavales salen a jugar al parque de Filosofía y Letras, participan en excursiones culturales o reciben charlas de colaboradores de la asociación, que les ofrecen talleres de música, cine o relajación. Además, en jornadas concretas, organizan viajes al Camino de Santiago o excursiones a San Pelayo.

«Hay muchos alumnos con necesidades de apoyo escolar. Esto no quiere decir que tengan necesidades educativas especiales, sino que, para mejorar en sus estudios, requieren de ayuda en técnicas de estudio, para comprender mejor las lecciones», indica Racionero, en esta escuelita llena de libros, diccionarios, cajas de lápices y pinturas, dos pizarras y una mesa enorme en la que hacen los deberes y repasan la lección los seis alumnos de estos superprofes de Cadena de Sonrisas.

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