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«Vamos a repasar la lección. Al que se la sepa, le doy un bono», dice Don Severiano muy serio desde la pizarra. Esta escena, que los antiguos alumnos del colegio Ponce de León vivieron en infinidad de ocasiones con el que fue uno de sus profesores favoritos, ayer, treinta años después, se repitió de nuevo. Esta vez no hubo bonos para ningún alumno. Tampoco ceros. Sólo risas, abrazos y alguna que otra lágrima de alegría. El sábado fue un día muy especial para 51 antiguos alumnos de este centro educativo de la capital. Un día de reencuentro y de emociones. Tres décadas después de su graduación tras acabar octavo de EGB, se volvieron a ver las caras y compartieron jornada en sus viejos pupitres.
Este encuentro tuvo su origen en el confinamiento. La iniciativa partió de uno de los antiguos estudiantes, José Ramón Sanz, al que todos recuerdan como 'JotaErre'. Él trabaja en Madrid, en la Guardia Real, y durante aquellos meses tan complicados, mientras patrullaba, empezó a dar vueltas a la idea de juntar a sus antiguos compañeros. «Quería organizar algo bonito para animar a la gente. Todos guardamos un buen recuerdo de paso por estas aulas y además coincidía que se iban a cumplir 30 años de nuestra salida del colegio. Nos hemos juntado alumnos de las cuatro clases que había en octavo. La acogida ha sido brutal», comenta satisfecho.
Se reunieron a las 11 de la mañana. Goyo Pérez, el actual director de este centro educativo, sirvió de anfitrión a estos emocionados jovencitos de 45 años que, por unas horas activaron de nuevo aquellas energías escolares, haciendo que las viejas aulas que ellos recordaban, volvieran a llenarse con sus risas y abrazos. «Es un orgullo que después de tanto tiempo, se sigan acordando con tanto cariño de nuestro colegio. Es una maravilla verles juntos. Ésta será siempre su casa», señaló el director.
Todos disfrutaron a lo grande de este viaje en el tiempo. Pero para Severiano Sánchez, Don Severiano, de 84 años, fue una jornada especialmente emotiva. Los recuerdos se agolparon en la cabeza de este veterano profesor que, con los ojos empañados, recordó los 17 años que estuvo en este colegio. «Daba clase en 3º, 4º y 5º de EGB. Los viernes, después del recreo, les daba poesía, dibujo, vocabulario y luego hacíamos grecas. El lunes les preguntaba la poesía. Si se la sabían, les daba un bono», cuenta este maestro que se jubiló hace ya más de dos décadas. «Antaño, el colegio estaba dividido en dos. En una parte estudiaban los chicos y en otra las chicas.
Esta línea del patio, marcaba la división», recuerda. «¡Pero si está aquí una de mis mejores alumnas!», exclamó dirigiéndose a Isabel Gómez, quien llegó desde Hamburgo para reencontrarse con sus amigos. «Es una alegría muy grande poder vivir este momento. Aprovecharé unos días y me quedaré en Valladolid de vacaciones», señaló esta antigua alumna, que desde hace 12 años vive en Alemania.
Para Juan Magaña, tampoco supuso ningún esfuerzo acercarse a su ciudad natal para participar de esta importante cita. Él vive en Luxemburgo desde hace 15 años. Allí trabaja en el Banco Europeo de Inversiones. «En cuanto me avisaron enseguida dije que contaran conmigo. Muchos de nosotros somos amigos desde parvulitos y seguimos en contacto. A otros hacía 30 años que no les veía y ha sido una alegría inmensa poder juntarnos de nuevo», comenta.
Inmaculada Molinero, Irene Montequi y Marta Merino eran amigas íntimas en la infancia, las tres jugaban en el equipo de baloncesto del colegio y el sábado volvieron a poner al día su amistad. María Sanz sigue muy vinculada a este centro educativo, en el que sus padres, Ildefonso y Asunción, fueron profesores y ahora, su hijo Mateo estudia 1º de primaria. «Siento mucha nostalgia de una época muy bonita de mi vida. Este lugar es muy especial para mí», dice emocionada.
A Sergio Fernández también se le agolparon un montón de recuerdos al ver a sus compañeros. Él fue delegado de clase en 7º y 8º. «Me las hacían pasar mal. Eran todos unos 'piezas' y yo tenía la responsabilidad de mantener el orden cuando se iba el profesor. No me lo ponían fácil», bromea, mientras algunos de sus viejos compañeros no pueden resistir la tentación de escribir en la pizarra y hasta de lanzarse el borrador. «Así hacíamos en los viejos tiempos», dicen entre risas.
La jornada continuó con una comida de hermandad y una gran fiesta y distintas actividades, en las que no faltaron las promesas de juntarse de nuevo, sin esperar a que transcurran otros 30 años.
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