Alberto Mingueza
Tiempos Modernos

Vieja y nueva publicidad

«El mayor inconveniente para medios clásicos como la radio que vive de la publicidad porque los oyentes no pagan, es que las redes sociales se han hecho ya con un trozo grande de la tarta, y lo que te rondaré morena»

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 9 de septiembre 2023, 00:09

Siento una admiración profunda por esos publicistas capaces de contar una vida entera en lo que dura un spot de quince o veinte segundos. En tan escaso periodo les da tiempo a cualquier cosa y sus protagonistas vuelan, saltan, se duchan y seducen en menos ... de lo que tarda en persignarse un cura loco. Aunque todavía es pronto me fascinan los anuncios de colonias caras como ese de Lancomê en el que una señora de muy buen ver monta un caballo subiendo escaleras; o el de Gucci, protagonizado por un tigre paseándose por una lavandería industrial; o el de Cacharel en el que una pareja se morrea bajo una catarata tipo Niágara. Con todo, el que más me ha subyugado últimamente ha sido el de Dior protagonizado por un señor y una señora que empiezan bailando en un paisaje volcánico y acaban elevándose al cielo. Con un par. Mi admiración es tanta que me siento vacío cuando acaban las mejores fechas publicitarias (Navidades, San Valentín y alguna otra) para disfrutar viendo lo que son capaces de crear para presentarnos un mundo tan feliz como irreal.

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Pero no solo es fascinante la publicidad televisiva y en fechas concretas, sino otras que se oyen en las radios o que llaman nuestra atención desde las páginas de diarios y revistas promocionando desde gafas de sol a coches último modelo, pasando por botellas de vino, lentes con nombre francés o algo tan árido como la Formación Profesional donde un chaval guapete y limpito nos recuerda que «El Futuro es Presente». En cualquier caso, el mayor inconveniente para medios clásicos como la radio que vive de la publicidad porque los oyentes no pagan, es que las redes sociales se han hecho ya con un trozo grande de la tarta, y lo que te rondaré morena. Como dice don David Tomás, experto en ese campo, «pese a la transformación digital en la que estamos sumidos, son muchos los negocios a los que les cuesta sumarse a ella, haciendo que poco a poco no puedan responder a las necesidades de los consumidores». Para resolverlo están las redes sociales que, hasta donde sabe un servidor, son gratis y llegan a públicos que raramente aguantarían quince minutos de anuncios en la tele del comedor.

Camareros y bebedores

Estas maneras de anunciar perfumes sofisticados o batirse el cobre en Internet, contrasta enormemente con la publicidad que se hacía hace treinta o cuarenta años, época en la que hasta un servidor buscaba anunciantes con un candil prometiendo mejores anuncios y mayores ventas. Para recordar aquellos tiempos quedo a tomar un cafelito mañanero con Germán Iglesias, que se ganó la vida muy ricamente diseñando campañas publicitarias de cualquier cosa que valiera la pena anunciar. Lo suyo tiene mérito porque siendo profesor mercantil en la vieja Escuela de Comercio inauguró su propia agencia en 1961 siguiendo el consejo del director general de Pepsicola que le animó a montarse su negocio en ese sector. Y así nació GIS, un referente en Valladolid y en otras provincias, dedicada a «vender, vender y vender las cosas que fabricaban otros», según confiesa. Ni que decir tiene que los comienzos no fueron sencillos «porque primero empecé yo solo, luego contraté al primer empleado y acabamos siendo una veintena».

Aunque le cueste reconocerlo, por su despacho pasaron durante años los agentes comerciales de todos los medios informativos locales, deseosos de pillar publicidad para anunciar «lavadoras, frigos, muebles de cocina, ollas exprés y cualquier cosa que puedas imaginarte». Hablamos de una época en la que no habían nacido los 'eventos', que Germán y sus colaboradores tuvieron que inventarse. «No quiero presumir pero creo que fuimos los primeros en España que empezamos a organizar algunos simpáticos y multitudinarios como una carrera de camareros patrocinada por una marca de refrescos y un concurso de bebedores de cerveza que hicimos en el Poniente». Cuando le preguntó dónde aprendió el oficio de vender me regaló esta sentencia: «¿Que dónde aprendí? Se aprende a capar cortando cojones». Más claro, agua.

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De los cafés mañaneros pasamos, sin transición, a los vinitos de mediodía enfrascados en sus recuerdos publicitarios incluyendo eventos organizados por él tan 'apasionantes' como «el Congreso de la Abogacía Española que se celebró en La Coruña y al que asistieron 1.800 profesionales acompañados de sus parejas. Canta, eso lleva curro…». Antes de despedirnos me cuenta una curiosidad: «el mejor mes para vender frigos, ollas y lavadoras era agosto, cuando volvían de Alemania o Bélgica los vallisoletanos que curraban allí y traían dinero fresco para ellos o sus familias».

Una vez en casa sigo mi rutina de zapear con el mando de la tele para no tragarme los mil y un anuncios diseñados para vender cualquier cosa. Cuando me harto, rebusco en las redes sociales donde he encontrado una página sobre publicidad radiofónica de los años cincuenta «cuando nuestra mente no estaba pervertida». De esa publicidad salieron anuncios pícaros y provocadores que a los más formales les arrancará una sonrisa y, en ocasiones, una sonora carcajada como sucede con esta perla radiada en aquellos años de censura y tente tieso: «Señora: si cuando levanta la pierna se le ve el agujero, compre medias Marlenne, las únicas que no se rompen fácilmente». O estas otras dos: «Caballero, ¿sabe por qué a su novia le gusta tocárselo? Porque ella sabe que ese disco suena bien en su nuevo equipo Philko», o «Señora, ¿no le entra bien?, ¿le hace daño la punta?, ¿le duele mucho atrás?, ¿siente desmayarse? Es porque sus zapatos le quedan pequeños: llévelos a la zapatería La Madrileña y se los suavizarán». O éste: «Señora: lo que usted siempre quería. ¡Ahora le caben hasta los huevos! en su nuevo refrigerador General Electric».

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Aprovechando que donde se corta hoy el bacalao publicitario es en Internet, les dejo este enlace de cuñas provocativas que ignoro cómo pasarían el filtro de la censura en aquellos años cincuenta, tan tristes.

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