Venganza en Carbonero el Mayor

Segovia, crónica negra ·

El hijo de un vecino que había sido multado con 20 pesetas mató a hachazos al regidor del Ayuntamiento Esteban Llorente. Un crimen al más puro estilo de la España rural, profunda

Carlos Álvaro

Segovia

Martes, 19 de abril 2022, 00:22

Fue un crimen horrendo que causó verdadera indignación entre los vecinos de Carbonero el Mayor. Ocurrió la tarde del 31 de marzo de 1888, en el paraje del Tomillar, cerca de la población. Miguel Valverde, un pastor de 25 años, cuidaba del ganado cuando se topó con don Esteban, regidor del Ayuntamiento y encargado de la vigilancia de los montes y los campos del municipio. Los ánimos estaban excitados. Don Esteban ya había advertido y multado varias veces a Fermín, el padre de Miguel, porque el ganado que guiaba causaba daños en el monte. Entre el regidor y el joven se desencadenó una discusión que acabó en tragedia. Ni corto ni perezoso, Miguel blandió el hacha que llevaba en la mano y la emprendió a golpes con el concejal, que estaba montado en un carro y apenas pudo defenderse de las embestidas del iracundo muchacho. Cuando el hombre se encontraba en el suelo, malherido, Miguel le preguntó si le iba a denunciar, y como la respuesta que obtuvo fue afirmativa, lo remató dándole un terrible hachazo. El criminal, con tranquilidad, limpió el hacha, recogió el ganado y regresó a casa como si nada hubiera pasado. Todavía tuvo la sangre fría de degollar un cordero antes de irse a la cama y dar por concluida la jornada.

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Parece ser que fue Víctor Llorente, hijo del difunto, el primero que vio el cadáver. Yacía apoyado en una encina, casi irreconocible. Un reguero de sangre llevaba hasta el carro de don Esteban. El cuerpo presentaba siete heridas, algunas de ellas mortales de necesidad. El crimen sobrecogió a toda la provincia. En esta ocasión, se trataba de una venganza contra la autoridad municipal. Esteban Llorente era concejal en el Ayuntamiento, pero también un laborioso labrador y un honrado padre de familia. La Guardia Civil actuó pronto. Julián Gil Clemente, sargento del puesto de Carbonero, prendió a Fermín Valverde y a su hijo Miguel como principales sospechosos. Los agentes encontraron en su casa ropas manchadas de sangre, entre ellas la camisa que Miguel llevaba el día del crimen. Más de un año permanecieron en prisión, hasta la celebración del juicio, en mayo de 1889. El proceso se desarrolló en dos sesiones, delante de una numerosa concurrencia que acudió a los juzgados con el deseo de ver castigado tan repugnante hecho. Hasta treinta testigos declararon ante el juez para esclarecer el crimen. Aunque siempre había callado, Miguel Valverde confesó todo a instancias del fiscal. El procesado narró que la tarde del 31 de marzo se encontró con don Esteban en el Tomillar y que éste empezó a insultarlo y a amenazarlo, a él y a su padre. En un momento dado, el regidor se echó la mano al bolsillo; como Miguel supuso que se disponía a sacar algún arma, cogió el hacha y acabó con la vida del concejal. El muchacho aseguró además que en un principio mantuvo silencio por miedo, argumento que el fiscal rechazó de plano con el fin de poner de manifiesto la dureza de corazón del reo, pues al no declarar la verdad, había consentido la dilatada prisión del padre y la miseria sufrida mientras tanto por toda la familia.

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El testimonio del alcalde de Carbonero, Frutos Rubio, demostró que la víctima tuvo sus más y sus menos con los Valverde. Rubio sabía que Fermín Valverde había sido denunciado en varias ocasiones porque su ganado ocasionaba daños en el monte. Concretamente, Esteban Llorente le sancionó en su día con 20 pesetas, y al ver que no surtía efecto, le volvió a interponer otra denuncia ante el Ayuntamiento, trámite que llegó a la Alcaldía el día después del crimen. El alcalde de Carbonero también manifestó que Fermín era un reputado «hombre de bien» que jamás había tenido reyertas con nadie. El juicio dejó claro que el padre de Miguel nada tuvo que ver con lo sucedido, por lo que fue absuelto.

Sobre el único responsable de la muerte de Esteban Llorente cayeron muchos años de cárcel. El fiscal, Augusto Álvarez de la Braña, en un discurso de enérgica acusación, trató de probar que el regidor fue herido en el carro y trasladado después hasta el lugar donde se encontró el cadáver, teniendo en cuenta las manchas de sangre que había en las varas del carro, en el yugo y en el suelo, señal inequívoca, según el fiscal, de que el agresor arrastró a su víctima antes de asestarle el golpe definitivo. Por ello, pidió para el reo la cadena perpetua. La defensa, argumentada por el letrado Victoriano Llorente, rechazó sin embargo toda cualidad agravante y solicitó para el joven pastor una condena de 14 años, 8 meses y un día de reclusión temporal, además de la libre absolución del padre.

El caso no pasó desapercibido para el periodismo. «El Faro de Castilla» narró ampliamente los pormenores del juicio, y «La Tempestad» le dedicó el artículo de la semana, escrito por José Rodao: «Miguel Valverde, joven de 25 años, tan sobrado de perversión moral como falto de ilustración, se confesó único autor de la muerte del infortunado D. Esteban Llorente. Contra el otro procesado, Fermín, padre de Miguel, nada resultó, por lo que el Ministerio Fiscal se vio en la necesidad de no exigirle pena alguna. Parece increíble que un rencor, no muy justificado, pudiera dictar al perverso Miguel acto tan horrible y que da idea bien pobre de sus sentimientos de humanidad y de su cultura moral».

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