Fue uno de los científicos y profesores más queridos en Valladolid. Catedrático de Anatomía Humana, Pedro Gómez Bosque se caracterizó por su humanismo y filantropía, fue además concejal entre 1958 y 1965, presidente de Cruz Roja y senador socialista en las primeras elecciones de la ... democracia. Y en 1988 obtuvo el Premio Castilla y León de Investigación Científica y Técnica. Fallecido en junio de 2008, hace ahora 15 años, muchos desconocen su curiosa contribución al libro 'Valladolid desde el escaparate de Ambrosio Rodríguez', publicado en 1998, en la que recordaba cómo era la ciudad en la que se formó como estudiante entre 1939 y 1945, en plena posguerra.
Publicidad
Aquel Valladolid de 1939, con apenas 90.000 habitantes, nada tenía que ver con el de nuestros días. Ya sus límites geográficos daban cuenta de una ciudad mucho más recoleta. Con solo dos puentes (el Mayor y el mal llamado Colgante), por la zona de las Moreras finalizaba al borde del Pisuerga y solo se extendía un poco más por la parte antigua del barrio de la Victoria. Y es que, como recordaba Gómez Boque, «más allá del Pisuerga no había ciudad».
Noticias Relacionadas
Enrique Berzal
Enrique Berzal
De modo que la zona que hoy comprenden la Huerta del Rey, el barrio Girón y Parquesol era entonces, simplemente, un extenso campo de labranza, y lo único que había nada más pasar el puente de hierro era el «manicomio», instalado en el Monasterio de Nuestra Señora de Prado (hoy sede de las Consejerías de Educación y Cultura, Turismo y Deporte) y dirigido por el célebre doctor Villacián. En dirección al Pinar, Valladolid terminaba en el barrio de la Rubia, mucho más pequeño de lo que es ahora, y desde él hasta la Academia de Caballería existía un paseo de Zorrilla desprovisto de edificaciones.
Nada más pasar el borde del Campo Grande se llegaba al edificio del Hospital Militar y a continuación, después de caminar un trecho prácticamente desierto, se alcanzaba la plaza de Toros. Por la acera de la derecha, continúa Gómez Bosque, sólo había pequeñas casas viejas o descampados. Hacia Madrid y Segovia la frontera estaba formada por la Estación del Norte y las vías del ferrocarril, cuyos talleres aglutinaban al grupo más numeroso de trabajadores: a las 7:30, 7:45 y 8:00 de la mañana sonaba una potente sirena para iniciar los trabajos, su sonido se escuchaba en toda la ciudad y hacía las veces de despertador general. El barrio de las Delicias estaba mucho menos poblado que ahora y la iglesia de Nuestra Señora del Carmen era, por ese lado, el último edificio de la ciudad.
Publicidad
Cuenta Gómez Bosque que, si después de las clases en la Facultad de Medicina caminaba un poco más, llegaba al Prado de la Magdalena, donde hoy abundan los edificios universitarios y entonces, los álamos, sauces y algunos robles. Poco más había en la zona que la Cárcel vieja y algunas casas de una sola planta desperdigadas (casi todas lecherías). No existía el barrio de España ni el de San Pedro Regalado. Finalmente, por la carretera de Soria la ciudad terminaba un poco más allá de la vía del ferrocarril, desde donde se extendía un descampado que continuaba con la cuesta de San Isidro.
La fisonomía arquitectónica de Valladolid venía marcada por la Catedral y los edificios religiosos, militares y universitarios. Las torres de las iglesias dominaban la panorámica desde la carretera de Villanubla, con las casas, de menor altura que las actuales, a su alrededor. El colorido global de la ciudad era diferente al actual: «En la época de mis estudios médicos, una gran parte de los edificios eran de piedra y en el color de la ciudad predominaba el tono blanco». Valladolid era, en definitiva, una ciudad comercial, administrativa, eclesiástica y universitaria, en sus calles abundaban las personas con uniforme (clero y militares, algo normal en la inmediata postguerra), y, a falta de residencias universitarias y colegios mayores, los estudiantes que llegaban de fuera solían instalarse en pensiones.
Publicidad
Dos enemigos naturales rememoraba el profesor: el frío invernal, que a duras penas se combatía con braseros de carbón situados debajo de una camilla provista de faldillas, y las plagas de chinches que solían infestar dormitorios y camas. También, desde luego, el hambre de aquellos tiempos de penuria y racionamiento. Las estampas callejeras, hoy inimaginables, mostraban carros tirados por burros o caballos, cargados con piñas secas y leña, personas que vendían a domicilio leche, requesón y miel, afiladores de cuchillos y tijeras, serenos y, en la época de Navidad, un buen número de pavos que, junto con el besugo, eran el plato predilecto de aquellos días. Y muy pocos coches.
Las diversiones de su grupo de estudiantes solían ser el baile, las sesiones de cine (especialmente en Calderón, Zorrilla y Pradera), las charlas en los cafés ('Cantábrico' y 'Royalty', ambos en la calle Santiago), el salón de recreo de la congregación de 'Luises y Kostkas', y el paseo de 8 a 10 de la noche por la calle de Santiago. Un paseo en el que se anudaban amistades y se formaban parejas de enamorados que muchas veces terminaban en boda.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.