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Madrileños votando en un Colegio electoral en el referéndum de la Ley de Sucesión de 1947. NODO
Valladolid quiere un reino sin rey

Valladolid quiere un reino sin rey

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

Arrasó el «sí» en el referéndum de la Ley de Sucesión de 1947, en un ambiente cargado de propaganda y evidencias de falseamiento electoral

Martes, 26 de enero 2021, 08:03

España os llama al referéndum. Votad SÍ; NO sería volver más pronto o más tarde a la barbarie roja, a la anarquía, al caos, al desorden, volver al espectáculo y al horror de los hogares desechos, de las ciudades destruidas como Belchite lo fue durante la guerra».

La propaganda lanzada por el régimen de Franco ante el referéndum de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, en julio de 1947, era abrumadora; no se trataba tanto de frenar a quienes optaban por el «No», cuyo triunfo era prácticamente imposible, cuanto de lograr una participación masiva y un triunfo arrollador. La hostilidad del contexto internacional exigía fortalecer la figura del Caudillo, urgía lanzar al exterior la imagen de un país unido en torno a su líder y las instituciones por él impulsadas.

No valían las medias tintas ni las posturas tibias; la propaganda del régimen buscaba, precisamente, movilizar al máximo a los ciudadanos. Óscar Pérez Solís insistía desde «El Norte de Castilla»: los enemigos de España buscaban el voto negativo, por eso era un deber patriótico dar el «Sí» a la ley. Más explícito era el rotativo falangista «Libertad», al advertir que «el SI del referéndum significa: ADHESIÓN y gratitud al Caudillo de España, CUMPLIR la voluntad de un millón de muertos, ALEJAR de nosotros el peligro comunista, IMPEDIR la influencia de la masonería».

Según la Ley sucesoria, el Estado español se declaraba constituido en «Reino católico, social y representativo», siendo el propio Franco, expresamente declarado Jefe del Estado, el encargado de «proponer a las Cortes la persona que debía ser llamada en su día a sucederle, a título de Rey o de Regente». Se regulaba así el orden sucesorio y se creaba el Consejo del Reino.

Aquel 6 de julio de 1947 podrían votar todos los españoles mayores de 21 años entre las 9 de la mañana y las cinco de la tarde. La pregunta emitida era sencilla: «¿Ratifica con su voto el proyecto de Ley sobre Sucesión en la Jefatura del Estado aprobado por las Cortes Españolas el siete de junio de 1947?»

Para asegurarse una participación masiva, quien no votara perdería el racionamiento y el derecho a cobrar el sueldo. La papeleta se rellenaba previamente en el domicilio particular.

La intensa propaganda, los duros rigores de la postguerra -económicos y represivos-, la debilidad de la oposición y la manipulación electoral no dejaron lugar a sorpresas de ningún tipo. En el conjunto nacional, el «Sí» triunfó con el 92,94% de los sufragios; el «No» se quedó en el 4,75% y los votos nulos representaron un escueto 2,21%.

Valladolid no fue, ni mucho menos, una excepción. «En la primera votación nacional del régimen fue aprobada la Ley Sucesoria por abrumadora mayoría», destacaba en portada «El Norte de Castilla», para el que la jornada electoral había dejado «notas destacadas de brillantez y animación».

Propaganda sobre la votación de 1947.

Si las mesas electorales estaban preparadas desde las ocho de la mañana, ya desde poco antes de las nueve podían observarse largas colas de electores. Apenas hubo anécdotas que reseñar, más allá de la protagonizada por una anciana de 92 años que, tras depositar el voto en un Colegio céntrico de la ciudad, exclamó: «¿Saldremos victoriosos, no?»

El periódico hizo un especial seguimiento de las máximas autoridades locales: el gobernador civil, Tomás Romojaro, votó junto a su esposa, Juanita Vázquez, en el colegio electoral Conde de Ribadeo; el gobernador militar, general Arenas Ramos, lo hizo en el Instituto Zorrilla acompañado igualmente por su mujer, María Reynoso, y sus dos hijas; por su parte, el alcalde, Fernando Ferreiro, hizo otro tanto en el colegio de la Calle Salvador, y el arzobispo, Antonio García y García, votó en el de la calle de San Blas.

Curiosamente, El Norte de Castilla, en cuyo local se habilitó el «colegio electoral para transeúntes», aseguraba que la circular emitida por el arzobispado sobre el referéndum «hizo cambiar de actitud a algunos indolentes y a no pocos equivocados»; y es que en ella, García y García aconsejaba expresamente votar y hacerlo a favor de la Ley, para evitar «que se frotasen las manos de gusto los enemigos de nuestra Sacrosanta Religión y de nuestra amadísima Patria».

La victoria del «Sí» en Valladolid rebasó incluso la media nacional, pues si en la capital los 72.175 votantes que otorgaron su aprobación a la Ley representaban el 92% del censo, en la provincia, los 133.392 votos afirmativos constituían el 96,2%. En total, 205.567 vallisoletanos votaron a favor de la Ley de Sucesión frente a los 8.333 que lo hicieron en contra. No solo eso, sino que, según datos oficiales, nuestra ciudad batió el récord nacional de participación con un 96,98% del censo.

Claro que, como ha puesto de manifiesto la historiadora Cristina Gómez Cuesta, la sombra del fraude, más que demostrado a escala nacional, también planeó en Valladolid, con evidencias tales como el hecho de que, a la hora de difundir las cifras globales, el número de votantes no coincidiera con el de los votos efectuados. De hecho, trabajos recientes han puesto de relieve que en Valladolid capital, al igual que en otras 30 localidades, el número de votos (77.765) fue mayor que el de electores censados (68.402). Además, según los datos en poder del gobernador civil, «la abstención alcanzaría en la capital cifras muy similares al «No», y, en la provincia, el «Sí» superaría al total de electores», señala Gómez Cuesta.

También Francisco Sevillano Calero rebaja con creces las cifras oficiales de participación y asegura que Valladolid, con un 76,5% real, se ajustó a la media nacional.

Con todo, el resultado cumplió con creces las expectativas trazadas de antemano y ejerció la función propagandística asignada; así lo demuestra, por ejemplo, el editorial publicado dos días después en el decano de la prensa: «Los enemigos de España, y por lo mismo de Franco, ¿no querían un referéndum? Pues ya lo tienen claro, limpio, rotundo, categórico, definitivo. Ya no pueden preguntar en qué se funda un derecho tan legítimo como el de la victoria basado en la Justicia; buscaban un voto popular, democrático, que ni Franco le precisaba ni a España le urgía, y al fin le consiguieron».

En definitiva, la llamada Paz de Franco se había impuesto al hostigamiento diplomático internacional y el referéndum de julio de 1947 había servido de legitimación popular de la dictadura: «Franco se apoya en su pueblo y su pueblo le ha refrendado el caudillaje que en la guerra le otorgara. Mejor que Cisneros hoy puede Francisco Franco decir al mundo que sus poderes son el pueblo español», se jactaba el editorial.

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