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De arriba a abajo, Francisco de Maldonado, Juan Bravo y Juan de Padilla; a su izquierda, Juan Martín, El Empecinado.
Los falsos restos de los comuneros

Los falsos restos de los comuneros

En el tercer centenario de la batalla de Villalar, 'El Empecinado' ordenó exhumar los cadáveres de Padilla, Bravo y Maldonado para depositarlos en una urna; pero aquellos huesos, descubiertos en 1821, no eran los verdaderos

Viernes, 23 de abril 2021, 13:54

Tal día como hoy de 2018, la entonces presidenta de las Cortes, Silvia Clemente, anunció que Castilla y León llevaría a cabo investigaciones arqueológicas para localizar los restos de los tres capitanes comuneros. Era una de las actuaciones prometidas de cara a este V Centenario de las Comunidades. Aquel anuncio, sin embargo, se quedó en las hemerotecas y no rebasó la inicial declaración de intenciones, cuando podría haberse tratado del segundo intento de exhumar los restos de los comuneros. Porque el primero, no por todos conocido, se llevó a cabo por iniciativa del famoso guerrillero vallisoletano Juan Martín Díez, 'El Empecinado', con motivo del tercer centenario de la batalla de Villalar.

El vallisoletano, que en aquel año de 1821 ocupaba el cargo de gobernador militar de Zamora y no ocultaba su fascinación por la gesta de Padilla, Bravo y Maldonado, a quienes consideraba predecesores en la lucha por las libertades, se comprometió a localizar y unificar los restos de los tres capitanes. «¿Qué español no arderá en amor patriótico al ver las dignísimas cenizas de los que si vivieran serían el más fuerte antemural de nuestro santo Código?», escribía a todas las ciudades castellanas el 3 de abril de 1821.

La comisión organizadora, presidida por el coronel comandante de ingenieros de Zamora, Manuel de Tena, y el teniente del regimiento de infantería de Vitoria Máximo Reinoso, comenzó los preparativos para hallar el lugar preciso donde fueron sepultados los cuerpos. El mismo Empecinado visitó Villalar y, siguiendo los consejos del asesor del gobierno Bernardo Peinados, ordenó efectuar las averiguaciones pertinentes y levantar acta notarial de todo lo que fuese descubierto. Tena y Reinoso lo contaron todo en el 'Expediente militar instructivo formado para la exhumación de los restos de los héroes castellanos Padilla, Bravo y Maldonado y copias de la orden, acta celebrada y decreto de aprobación'.

El acta, levantada en Villalar el 13 de abril de 1821, da cuenta de los trabajos realizados a tales efectos, presididos por el citado Tena en presencia de una amplísima representación ciudadana, formada por el alcalde José Moya, los regidores Martín Rodríguez y Pedro Díez; el juez de primera instancia Diego Antonio González, los párrocos de las iglesias de San Juan Bautista y Santa María de Villalar, Manuel Vaz y Damián Pérez, respectivamente, y otros muchos vecinos de la villa y de zonas limítrofes.

Una vez realizadas las labores de delineación por parte de Manuel Sipos, maestro mayor de las obras de fortificación de la plaza de Zamora, Santiago Jeuto y otros operarios procedieron a excavar en una zona próxima al Rollo de Villalar. Los hallazgos, descritos por Pedro Gavilán, médico de Tordesillas; y Juan Antonio Alonso, cirujano de Villalar, detallan la aparición de dos sepulcros, uno con dos cadáveres y otro, a 15 pies de distancia, con uno solo:

«Se encontraron en el primer sepulcro varios huesos de naturaleza humana, que seguramente tienen mucha antigüedad, como son: parte del fémur, algunas costillas, vértebras y parte de clavículas; notándose dos particularidades en este sepulcro: primera, que no se halló hueso ninguno correspondiente al cráneo: segunda, que la dirección que tenían las dos partes de terreno más húmedas y más impregnadas de la tierra (…) están colocadas en una misma línea, lo que demuestra la uniformidad con que fueron puestos los cadáveres, y que aquellas partes de terreno sin duda correspondían a la situación que ocupaba el vientre y demás grueso del cuerpo. También se encontraron y reconocieron los huesos del segundo sepulcro, en el cual además de hallarse de la misma naturaleza, los hubo, aunque bastante fracturados, que pertenecían al cráneo».

Iglesia de San Juan Bautista de Villalar a principios de siglo. Archivo Municipal de Valladolid

Ello dio pie a la celebración de un imponente homenaje el 24 de septiembre de ese mismo año. Los huesos, junto a «trozos de escarpia y lanza que se hallaron en la picota, y la punta de una espada y un puñalete hallados en el campo de la batalla» fueron colocados, con bastante porción de tierra, en una urna con tres llaves que, una vez cerrada, fueron entregadas al comisionado, al alcalde de la localidad y al párroco de San Juan Bautista. A continuación se tocaron las campanas de las dos parroquias y la del reloj «con sonido lúgubre», y se dispuso un catafalco próximo al Rollo, en el lugar llamado el Otero, cubierto de paños negros, donde se colocó la urna.

Una vez celebrada la misa en el mismo campo de batalla, una procesión fúnebre de muchas cofradías, escoltadas por los granaderos de Toro, se dirigió a la iglesia de San Juan Bautista para depositar la urna en un nicho abierto en la pared, sobre el que se colocó la inscripción: «Padilla, Brabo (sic) y Maldonado depositados en 24 de septiembre de 1821».

Según el brigadier Gregorio Piquero, comisionado para tal exhumación, el gentío presente, visiblemente emocionado, reaccionó con lágrimas y exclamaciones de este tenor: «Ya tenemos a Padilla y a sus compañeros en nuestra presencia; ya se hallan a nuestro frente los defensores de nuestras libertades». Al año siguiente, concretamente el 5 de noviembre de 1822, el jefe político de Zamora y la Diputación Provincial acordaron trasladar la urna a la capilla de San Pablo de la catedral de Zamora. Allí permanecieron hasta la invasión del ejército absolutista de los Cien Mil Hijos de San Luis y el derrocamiento del liberalismo.

Quemada por los absolutistas

Fue entonces cuando los absolutistas se dirigieron a la seo zamorana, tomaron la urna y la quemaron. Las cenizas, según esa versión, fueron arrojadas al río Duero. En su 'Historia General Civil y Eclesiástica de la Provincia de Zamora', Ursicino Álvarez señala que «el pueblo se lanzó desordenadamente a la catedral y extrayendo la urna donde se hallaban los huesos que se creían de los comuneros, los hizo trasladar en un carro de la limpieza al matadero, donde le pusieron fuego». Sin embargo, también sugiere el autor que «los restos no eran auténticos».

Esto último ya lo había afirmado el historiador toledano Antonio Martín Gamero, autor de una famosa y monumental 'Historia de la ciudad de Toledo' publicada en 1872, basándose en ciertas declaraciones realizadas en 1864 por el párroco de Villalar y en anotaciones descubiertas en el archivo parroquial: «Los vecinos más influyentes de Villalar, sospechosos de ser del bando realista y temerosos de represalias liberales tuvieron la ocurrencia, al no conocer el lugar preciso del enterramiento, de sacar del osario huesos humanos y soterrarlos en la plaza, junto al rollo, con lo cual las aspiraciones de la comisión zamorana quedarían colmadas».

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