Con una gran galería perpendicular al Pisuerga con vistas a los jardines «donde se ven los más hermosos árboles frutales de España» –según recoge Fernando Huerta Alcalde en su libro 'El arte vallisoletano en los textos de viajeros'–, el Palacio de la Ribera contaba incluso ... con su propia plaza de toros. Propiedad del duque de Lerma durante la estancia de la Corte en Valladolid, el palacio (también conocido como Palacio del duque), pese a ser ideado para uso y disfrute de los Austrias, no pasó a formar parte de Patrimonio Real hasta que se consumó la mudanza regia a Madrid. Su cercanía con el Palacio Real –favorecida con la prolongación del sistema de pasadizos hacia el Oeste de la ciudad, conectando directamente el Palacio Real y el de la Ribera– permitía al monarca desplazarse a él de una forma rápida y cómoda.
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Esta explotación agropecuaria, cinegética y piscícola, vecina de la del Almirante de Castilla, estuvo dedicada principalmente durante su primer siglo y medio de existencia, al recreo de sus propietarios. «Común era la edificación de ostentosas casas de placer por parte de las élites hacendadas» en esta zona de la ciudad, tal y como recuerda Javier Pérez Gil en su obra 'El Palacio de la Ribera. Recreo y boato en el Valladolid cortesano'.
Bosque Real y oratorio
Las obras del palacio debieron iniciarse hacia 1602 sobre una edificación ya existente, concebida por Francisco de Mora. De estilo clasicista, propio de la dinastía de los Austrias, el palacio, realizado íntegramente en ladrillo, además de los jardines y la plaza de toros, contaba con 16 estancias «adornadas de bellos y ricos cuadros», un zaguán, dos grandes escaleras interiores y un oratorio; y un Bosque Real con fuentes y estatuas, De su exterior destacaban los balcones y ventanas con celosías pintadas de verde o azul. Jerónimo de Angulo fue casero del palacio y Andrés de Soto, el jardinero mayor.
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Sonia Quintana
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Dado el progresivo desinterés de la Corona por este palacio vallisoletano, a partir del siglo XVIII, el Palacio de la Ribera experimentó una progresiva decadencia que conduciría a su abandono y posterior desaparición. Desde la veleta de hierro de la torre de los Cuatro Vientos con su bola de cobre hasta las cubas de la bodega, pasando por las rejas y cerraduras, tejas, azulejos, piedras, maderas, y hasta el plomo de las cañerías. Se procedió a la reutilización de todo lo que se pudo para, entre otras cosas, revitalizar el Palacio Real de la ciudad, que también acusó durante muchos años la desidia de los Reyes por sus propiedades vallisoletanas.
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