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La iglesia de la Vera Cruz, en la calle de Platerías, ha sufrido otras contrariedades en su dilatada historia aparte del desplome, ayer, de la cubierta de la cúpula durante los trabajos de rehabilitación. Como se relata en un apartado de su página web (www.santaveracruz.es), en abril de 1806 un incendio destrozó partes importantes del templo, según se desprende de lo anotado en los Libros de Registro del Cabildo.
Ocurrió el 24 de abril. El fuego afectó al edificio, a la sala de cabildos y a las casas colindantes. Aunque de manera milagrosa no sufrieron daño las tallas procesionales, que durante los trabajos de rehabilitación fueron acogidas en la iglesia conventual de San Francisco, las llamas arrasaron la casi totalidad de los fondos del archivo, afectando a documentos tan valiosos como las Bulas expedidas por el Papa Paulo III a partir de 1535, escritas en pergamino, en las que se concedían numerosas gracias e indulgencias.
Pero más grave hubiera sido lo planteado desde finales del XIX por el Ayuntamiento. La idea, apuntada ya en 1878 por el alcalde Miguel Íscar Juárez, consistía en abrir una Gran Vía capaz de unir el centro de la ciudad con la iglesia de San Pablo a costa de llevarse por delante la iglesia de la Vera Cruz. «Esto demuestra la enorme importancia que tendrá esta vía, la que además descongestionará el tráfico de la calle de las Angustias, que por sus defectuosas alineaciones ofrece bastantes dificultades en el trayecto, desde las Angustias hasta la confluencia de la calle de Torrecilla», aseguraba El Norte de Castilla.
Años después, concretamente en mayo de 1911, el alcalde Cesáreo M. Aguirre volvió sobre ello y a punto estuvo de materializar el proyecto mediante la adquisición, por 100.000 pesetas, de la iglesia. Si ello no fue posible se debió fundamentalmente a problemas de tipo administrativo, pues ni el arzobispo de entonces, José María Cos y Macho, ni la Cofradía pusieron reparos.
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25 años después era el socialista Antonio García Quintana el que retomaba la Gran Vía vallisoletana, animado por Ley de Congregaciones de 1933, que estipulaba que el estamento eclesiástico solo disponía del uso, no de la propiedad, de sus bienes, y que la administración podía destinar los templos a fines distintos por razones de utilidad pública y mediante una ley especial. A finales de junio de 1936, García Quintana notificaba al secretario de Cámara del Arzobispado y al vicepresidente de la Cofradía de la Vera Cruz sus intenciones de derribar el templo. Según el propio alcalde, la entrevista fue fructífera y ambos dieron el visto bueno al proyecto, lo cual no tardaría en suscitar la airada protesta del arzobispo, Remigio Gandásegui y Gorrochátegui.
Como ha escrito la profesora María José Martínez Ruiz, el prelado, lejos de mostrar preocupación alguna por el valor patrimonial o artístico del templo, se opuso aduciendo lo que consideraba una intromisión intolerable en los derechos de la Iglesia: «La reacción de Gandásegui no cabe entenderla como una defensa del patrimonio artístico vallisoletano, sino más bien como una respuesta airada a los propósitos de usurpación de bienes eclesiásticos por parte de las autoridades republicanas. Es decir, independientemente del valor histórico-artístico que el monumento en cuestión pudiera ofrecer, lo que se estaba atacando eran los derechos de la Iglesia respecto a su patrimonio, la posibilidad de que el Estado o incluso una corporación municipal pudiera disponer de su tesoro artístico sin mediar el juicio de la autoridad eclesiástica»
A pesar de las protestas, García Quintana contaba con el plácet de propietarios de grandes solares situados entre las calles de San Blas y de Riego (hoy Conde de Ribadeo) para facilitar el proyecto, que fue aprobado en sesión municipal el 17 de julio de 1936. Consistía en construir una gran vía de 20 metros de anchura con aceras de cuatro metros, dobles calzadas y edificaciones de cuatro alturas. El coste total de las obras, aseguraba el alcalde, no sobrepasaría el medio millón de pesetas, y conllevaba, por supuesto, el derribo de la iglesia de la Cruz. El estallido de la Guerra Civil, sin embargo, dio al traste con la Gran Vía de Platerías.
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