![Himnos y marchas](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/10/04/1463776561.jpg)
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Espero no ser el único que ha caído en la cuenta de que el himno nacional de España apenas se escucha, salvo en algunas competiciones deportivas y pare usted de contar. Como, además, se da la circunstancia de que nuestros atletas actuales no se encuentran en el grupo de los que recogen medalla a todas horas, siento un pelín de envidia de esos extranjeros que se llevan los premios con derecho a himno. Pero dada mi escasa afición al deporte en general, ignoro si cuando el premiado es Fernando Alonso, Jenni Hermoso o Carlos Alcaraz, suena nuestra música patria en honor a estos héroes modernos que no practican deportes olímpicos como el atletismo o los saltos de esquí.
Aún así, en las poquísimas ocasiones en las que escucho el de otro país observo que los presentes no se mueven del sitio donde les pilla la música y algunos incluso canturrean La Marsellesa, un símbolo de la Revolución Francesa. Gracias a que siendo mozuelo estudié francés en la academia de doña Sagrario Martínez, pude enterarme del contenido de la letra, que tiene bemoles: «En marcha, hijos de la patria, ha llegado el día de la gloria», porque «aquellos feroces soldados vienen a degollar a vuestros hijos y esposas». Vamos, que no quedaba más remedio que salir a la calle a plantar cara a esos fulanos y partirles los cuernos a cantazos. Otro himno muy conocido es el de Estados Unidos, cuya letra avisa al enemigo de que no encontrará ningún refugio que pueda salvarle «del terror de la huida, o de la tristeza de la tumba». Correr o morir: un panorama poco alentador.
Por lo que veo en la tele, los franceses se ponen firmes cuando suena 'La Marsellesa', mientras que los americanos posan su mano derecha en el pecho, a la altura del corazón. Por el contrario, dado que nuestro himno rara vez se escucha fuera de las competiciones deportivas, cuando toca el chunda, chunda, los que ven la tele en el bar siguen hablando de sus cosas con un gintonic de la mano, y tanto ellos como los que están el campo aplauden al final y silban y abuchean al del equipo contrario. Si la memoria no me falla, a día de hoy nuestra tonada nacional solamente suena en esos momentos y cuando sale en la tele el Rey de España para felicitarnos las pascuas. Poca cosa.
El actual desapego contrasta una barbaridad con el fervor patriótico que regía nuestras vidas cuando teníamos varias décadas menos. Así, en el colegio de Cristo Rey lo escuchábamos dos veces al día, todos los santos días, hiciera frío o calor. De perpetrarlo se encargaba la banda propia, en la que mi amigo Montes tocaba la corneta mejor que Louis Armstrong. En la época en la que servidor era un mocoso de ocho o diez años, formábamos en el patio para oír el himno bajo la atenta mirada del cura de guardia, que hacía gala de virilidad aguantando a pie firme aunque cayeran chuzos de punta.
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Pero no era mi cole de jesuitas el único sitio donde sonaba dicha música porque cuando cerraba sus emisiones, a las doce en punto de la noche, La Voz de Valladolid «emisora número 1 de la Red de Emisoras del Movimiento», ponían tres cosas: el citado himno, el 'Cara al Sol' y el 'Oriamendi', que según he leído es propio del carlismo y su nombre proviene de una batalla que tuvo lugar en 1837 en las inmediaciones de San Sebastián, ignorando un servidor qué coño tenía eso que ver con la emisora y con el momento que vivíamos.
Hablo de un tiempo en el que el izado y arriado de la bandera en los cuarteles era solemne; tanto, que mi amigo Toñín Flores se llevó una bronca del carajo: primero, por no quitarse la boina al pasar por delante de Capitanía General en San Pablo; y segundo, por no frenar en seco mientras sonaba el cántico. Eso sí: cuando un soldadito intentó llevarle al interior echó a correr y no paró hasta llegar a su casa de La Maruquesa, de donde estuvo sin salir un par de días. Por si acaso…
Fernando Martínez González, exalumno de Cristo Rey, ha dejado escrito que en nuestro patio «había un mástil con las tres banderas oficiales, la de España, la Requeté y la de Falange, y según el cura que dirigiese el izado, cantábamos el 'Cara al sol' porque creo que el himno de España nunca tuvo, de manera definitiva, letra alguna». Los historiadores aseguran que don José María Pemán compuso una que empezaba tal que así: «Viva España / alzad la frente / hijos del pueblo español / que vuelve a resurgir», y terminaba de esta guisa: «Gloria a la Patria / que supo seguir / sobre el azul del mar / el caminar del sol».
Reconozco que no me acuerdo ni de coña de haber entonado nunca esa letra, aunque siempre me hizo más gracia aquella otra de: «Franco, Franco / que tiene el culo blanco porque su mujer lo lava con Ariel», o esta que nos enseñó don Justino, cura del mismo colegio: «Franco, Franco / Qué cara más simpática que tiene usted / Parece un requeté. / Lleva en la mano derecha una flecha / Y en la mano izquierda lleva a Cristo Rey». No me cuesta nada imaginar al invicto caudillo exhibiendo una flecha en la mano; mucho más difícil de asimilar es cómo se las apañaba para llevar al mismísimo Cristo de la ceca a la meca. Por otro lado, me da repelús imaginar a doña Carmen Polo aseando el trasero de Su Excelencia.
En mis inicios revolucionarios (es un decir) ni se tocaba ni se escuchaba el himno nacional; lo más de lo más era entonar La Internacional, que tenía dos versiones: la comunista y la socialista, tachada por los primeros de 'revisionista', que a estas alturas sigo preguntándome qué significa tal cosa. El caso es que la del PSOE parecía algo menos amenazante, pero cuando descubrí en mis propias carnes que alguna militante con carné de ese Partido (que ya no se presenta a las elecciones) estaría mucho mejor en Fuerza Nueva, decidí que puestos a cantar un himno me quedaba con 'La mala reputación', de George Brassens. Ya saben: «En mi pueblo sin pretensión / Tengo mala reputación, / Haga lo que haga es igual / Todo lo consideran mal. / Yo no pienso pues hacer ningún daño / Queriendo vivir fuera del rebaño…».
Y tan ricamente.
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