El dueño de este magnífico bazar, una de las cosas que creyó de más conveniencia fue la de crear el precio fijo, reconocido casi unánimemente como el mejor sistema de ventas, tanto por las muchas molestias que casi siempre evita, como por haberse desterrado con ... él el rutinario sistema del regateo, que a tanto engaño daba cabida la mayoría de las veces». Así lo dejó escrito en el Almanaque para 1902 –«regalo de Ambrosio Pérez a sus favorecedores»– el fundador del Gran Bazar Parisien, el palentino Ambrosio Pérez Cabeza (Grijota, 1853) quien, tras dedicarse un tiempo en Valladolid a la venta ambulante, el 16 de febrero de 1884 solicitó el alta en la contribución industrial para «la venta de quincalla y bisutería en portal», exactamente en el número 13 de la Acera de San Francisco (hoy Plaza Mayor).
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En 1885, «con sus primeros ahorros» –recuerda Fernando Pérez Alonso, biznieto del fundador– arrendó el local del número 31, esquina con la calle Santiago, y abrió las puertas del Gran Bazar Parisien. Relojes para bolsillo, de sobremesa, despertadores y de pared; pendientes, sortijas y alfileres para corbata; cubiertos y bandejas de plata; polvos de arroz, borlas de cisne y aguas para tocador y baño; microscopios, termómetros clínicos e impertinentes; tijeras para costura y bordar y máquinas de afeitar; bastones, paraguas y abanicos; boquillas para fumar, neceseres de viaje, juguetes... Diez años después, encargó la realización de una fachada de nogal tallado de estilo neorrenacentista con seis escaparates a la calle más tres hornacinas. Los escaparates «han sido siembre uno de los grandes secretos de Ambrosio Pérez. Eran los que con más ilusión miraba la gente; porque eso era lo que hacía Ambrosio Pérez, vender ilusión», recuerda Fernando Pérez.
Conocido también como Bazar Ambrosio, el comercio ha sido rebautizado a lo largo de sus 137 años de vida con nombres como Bazar España, Viuda de Ambrosio Pérez e hijos, Hijos de Ambrosio Pérez... «hasta quedarse definitivamente con el nombre de Ambrosio Pérez» que mantiene hoy.
«No dejarse engañar»
Tras el fallecimiento de su fundador en 1927, le sucede su hijo, Ambrosio Pérez Rubio, que ya trabajaba con su padre «desde los 15 ó 16 años». Desde 1890 el negocio cuenta con dos locales. «No dejarse engañar por los que se fingen dependientes ambulantes o corresponsales de esta casa», rezan los anuncios de aquellos años. En 1933 se incorpora un nuevo local en la calle Santiago, denominado cariñosamente por la familia como 'la sucursal', en el que estuvo durante años la tienda de regalos. Diez años después fallece el hijo del fundador y es su viuda, María Pellón Aparicio, y sus hijos, Juan Ignacio, José Luis y Fernando Pérez Pellón, los que se hacen cargo del negocio.
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Sonia Quintana
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Especializado desde 1950 en la fabricación de joyería y la importación de marcas suizas de relojería, en 1956 la empresa familiar se convierte en sociedad anónima, y la gerencia es compartida por los nietos del fundador. Para entonces, el negocio ya ocupaba todas las plantas del edificio de la esquina más famosa de Valladolid. La cuarta generación se incorpora a la firma a partir de 1979: Fernando Pérez Alonso, José Luis Pérez-Pellón Montero y Carlos Pérez Márquez. En 1992 se decide poner fin al negocio por parte de la familia y se traspasa.
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