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El destierro elegante y generoso del marqués de la Ensenada en Medina del Campo«Tuvo, pues, orden de retirarse de Madrid y de los Sitios Reales, y esto pudo suceder a 20 ó 24 de abril del año de 1766, como unos 10 ó 12 días después del tumulto de la Corte, que sucedió hacia la mitad de dicho mes. No se le debió señalar sino la Provincia a que debía retirarse y él escogió por su gusto la Villa de Medina del Campo, o por lo menos no vino tan confinado a ella como fue en el primer destierro a Granada». Es un extracto del famoso 'Diario de la expulsión de los jesuitas de los Dominios del Rey de España (1767-1815)', escrito por el P. Manuel Luengo y comentado por Isidro María Sans en el número 16 (2009) del 'Anuario del Instituto Ignacio de Loyola'. Luengo rememora los primeros meses de destierro del hasta entonces todopoderoso Zenón de Somodevilla y Bengoechea, más conocido como marqués de la Ensenada, en la villa de las Ferias.
Prototipo de representante en España de la práctica política del despotismo ilustrado, especialistas como José Luis Gómez Urdáñez han destacado su imparable ascenso desde que en los años 30 del siglo XVIII llamó la atención por su pericia a la hora de organizar la escuadra española destinada a reconquistar Nápoles para el futuro Carlos III en la Guerra de Sucesión de Polonia. Fue entonces cuando recibió el título de Marqués de la Ensenada. A partir de ese momento, comenzó a escalar puestos en la Corte (secretario del Consejo del Almirantazgo, intendente de Ejército y Marina de la expedición a Italia durante la Guerra de Sucesión de Austria, secretario de Estado y del Despacho) hasta el extremo de ocupar, de manera simultánea, tres de las cuatro carteras ministeriales existentes en época de Felipe V: Hacienda, Guerra y Marina e Indias. Su sucesor, Fernando VI, le confirmó en todos sus cargos y le nombró, además, secretario de la Reina en 1747.
Ensenada centró sus esfuerzos en el fortalecimiento del Ejército y la Marina españoles en su enfrentamiento con Inglaterra por la disputa colonial. Dentro de su plan entraba impulsar la economía española y mejorar el sistema fiscal, de ahí medidas tan relevantes como la modernización de la construcción naval española siguiendo modelos europeos, la creación del Real Giro, la confección de un ambicioso catastro, conocido precisamente como «Catastro de Ensenada», para controlar la riqueza de las 22 provincias castellanas, la construcción de mejores vías de comunicación, la Contribución Única para gravar a los estamentos privilegiados, o el intento de simplificar la Hacienda. Sin embargo, el malestar generado por estas iniciativas entre determinados grupos sociales y las intrigas inglesas hicieron que cayera en desgracia en 1754, año de su primer destierro en Granada.
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El segundo llegó en 1766, después de que Carlos III lo recuperase para la vida política. Acusado de participar en el Motín de Esquilache, el 18 de abril le llegó la orden de destierro a Valladolid. Ensenada eligió la villa de Medina del Campo, donde llegó cuatro días después, seguramente porque en ella residía su buen amigo Manuel Dueñas, que le dejó su palacio, y porque había un importante colegio de la Compañía de Jesús, con la que mantenía buenas relaciones. Precisamente de un miembro de esa Compañía, el P. Manuel Luengo, contamos con un rico testimonio escrito sobre la llegada de Ensenada a Medina y su proceder en los primeros meses. «Yo vivía en aquel tiempo en el Colegio de la Compañía en la dicha Villa de Medina del Campo, y vi llegar a ella desterrado de la Corte al famosísimo Marqués de la Ensenada, tan sereno, tan alegre, tan divertido y tan jovial como si no pasara por él cosa alguna o viniera a recibir grandes honores», recuerda Luengo.
El jesuita lo retrata como un hombre de estatura mediana, ni grueso ni delgado, «pero sí bien cortado y bien hecho. Su color era muy oscuro, los labios belfos, los ojos muy vivos y la frente muy capaz y espaciosa». Aficionado a los paseos, solía vestir con elegancia, adornado casi siempre con insignias de Órdenes y de Cruces, hacía gala de modales exquisitos y se movía como si fuera «un hijo de un Grande de España». Seguía recibiendo cartas y visitas de los caballeros y nobles más importantes del momento, también de los de Medina, que acudían casi a diario a su palacio, y en todo momento se reveló generoso y benéfico. Luengo aporta dos ejemplos: la donación desinteresada de dinero y propiedades, por un valor total de 300.000 reales, a una doncella que no podía costearse la boda por falta de medios, y la defensa personal a una familia honrada a la que calumnias de un vecino la tuvieron «expuesta a una deshonra muy grande por algún tiempo». Incluso pagaba las medicinas a todos los pobres de la localidad.
Tras su fallecimiento, ocurrido en Medina el 2 de diciembre de 1781, Ensenada recibió sepultura en la iglesia de Santiago el Real. En 1869 se decidió su traslado al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, en Cádiz, donde estuvieron un tiempo hasta su regreso, en 1883, a la villa vallisoletana. Fue en plena posguerra cuando se decidió el traslado definitivo: en virtud de un acuerdo del Consejo de Ministros tomado el 4 de diciembre de 1941, dos años después, concretamente el 7 de octubre de 1943, fueron enviados de nuevo a San Fernando, donde recibieron sepultura con honras militares.
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