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Aquella reunión de escritores, artistas, periodistas y profesionales liberales de renombre no solo perseguía fomentar el excursionismo, tan frecuentado entre los amantes del paisaje y del patrimonio monumental desde el siglo XVIII. También pretendía engrandecer la identidad regional, divulgar la belleza de las tierras castellanas y leonesas y ensalzar la manera de ser de sus gentes, fiel al espíritu regeneracionista del momento y a los ideales de la Institución Libre de Enseñanza. Sus promotores contaban con modelos previos como las Sociedades excursionistas de Madrid, Sevilla y Barcelona. Al igual que ellas, buscaban fomentar el espíritu regionalista a través del conocimiento y difusión de la riqueza paisajista y cultural de Castilla y León.
Era enero de 1903, hace ahora 120 años. Figuras de primer orden en la vida cultural de Valladolid y Palencia, desde Narciso Alonso Cortés y Juan Agapito Revilla (su promotor) hasta José Martí y Monsó, Francisco Sabadell y Darío Velao, decidieron impulsar una agrupación sin ánimo de lucro que les permitiera hacer excursionismo para, a continuación, difundir los tesoros del paisaje y del patrimonio castellano y leonés en una publicación rigurosa. La creación de la Sociedad Castellana de Excursiones tenía como fin último, según su reglamento, «procurar la mayor cultura de las provincias de la región mencionada y conspirar a su engrandecimiento».
Se trataba, según sus propias palabras, de trabajar para conseguir «la comunión íntima de Castilla en los ideales de los tiempos histórico-artísticos; vamos a derivar de aquí una corriente de expansión entre ciudades hermanas, entre pueblos y lugares comarcanos; la planicie castellana así lo solicita. En ella se asientan pueblos de la misma historia, de la misma vida, del mismo genio y arte. Vamos a romper en lo posible el aislamiento en que vivimos (...) y estrechar los lazos de unión entre las mismas provincias».
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Es lo que algunos autores han denominado regionalismo cultural, pues la actividad principal de la Sociedad consistía en organizar «excursiones que tengan por fin el conocimiento de las cosas importantes bajo el concepto de la Naturaleza, de las Bellas Artes, de la Arqueología, de la Historia, de la Literatura, de la Industria y de cuantas señalan el nivel intelectual de la región que comprende los antiguos reinos de Castilla y de León». Ubicada su sede social en el Palacio consistorial de Valladolid, donde residiría la Comisión directiva, pretendía montar comisiones delegadas en Ávila, Burgos, León, Logroño, Palencia, Salamanca, Santander, Segovia, Soria y Zamora, configurando así esa Castilla y León formada por once provincias. Sin embargo, solo consiguió crearlas en Palencia, Salamanca y Zamora.
Las excursiones serían planificadas por un socio nombrado director de las mismas, y lo visto y comentado en el viaje daría contenido al correspondiente número del Boletín, que recogía los resultados más relevantes desde diversos puntos de vista: riqueza patrimonial y paisajística, historia, vicisitudes de los paisanos, principales actividades económicas, tradiciones, costumbres, etc. Se nombraría para ello a un cronista de la expedición y se buscarían colaboradores especialistas en las diversas materias para confeccionar la publicación, cuyos números, hasta 1920, pueden consultarse en la Biblioteca Digital de Castilla y León.
Cada socio pagaba una cuota anual de 12 pesetas y, aparte, el coste de la excursión. En su momento de apogeo contó con cerca de dos centenares de socios. La primera junta directiva de la Sociedad Castellana de Excursiones la formaron el pintor José Martí y Monsó como presidente; el arquitecto Juan Agapito y Revilla como director de Excursiones y del Boletín; el escritor Narciso Alonso Cortés en el cargo de tesorero-contador; Francisco Sabadell Oliva como vicetesorero-contador; el arqueólogo Luis Pérez Rubín en la secretaría; y el poeta y periodista Darío Velao Collado como vicesecretario. Organizaron 25 grandes excursiones entre 1903 y 1915. La primera, el 22 de marzo de 1903, fue a Palencia.
Diecisiete socios salieron a las seis de la mañana en el tren correo de Valladolid, desayunaron en Venta de Baños y llegaron a la capital palentina a las ocho. La estancia, reflejada en el primer número del Boletín, fue intensa. Por la mañana visitaron la iglesia de San Pablo, donde confesaron haber pasado demasiado frío, y frente a ella, el asilo nuevo levantado en el solar donde estuvo la casa de Santo Domingo de Guzmán. Fueron después a la iglesia de San Miguel, donde admiraron su torre y su puerta romántica, pasearon por las orillas del río Carrión y lamentaron no tener nada que ver en el convento de San Bernardo, cuya fachada estaba carcomida por el tiempo. En San Lázaro se detuvieron ante un cuadro de Andrea del Sarto, situado en el altar mayor aunque oculto tras un chapitel, pasaron al convento de Santa Clara y se quedaron pasmados ante su famoso Cristo yacente, de tamaño natural, al que le crece el pelo y cuyo cuerpo «cede al tacto como si fuese una momia». Luego, después de admirar el cuarto de las calaveras de San Francisco, visitaron atentamente la Catedral antes de ser recibidos por el obispo Almaraz.
Por la tarde se acercaron hasta la fábrica de cemento de los señores Simón, Gallán, Germán, Ortiz y otros, desde donde se dirigieron a la fábrica de relojes de torre de Moisés Díez, «montada con todo el lujo de la moderna mecánica». También estuvieron en el Casino, en el Ayuntamiento, donde contemplaron cuadros de Casado del Alisal, en el Salón, «donde pasean muy bellas palentinas escuchando los acordes de la banda de música municipal», y se acercaron hasta el grupo escolar (hoy CEP Modesto la Fuente) proyectado por Juan Agapito y Revilla. Salieron a las siete de la tarde «entre calurosos vivas a Valladolid y Palencia». Todo ello, por supuesto, quedó reflejado en el número 1 del Boletín. La Sociedad Castellana de Excursiones avivó el espíritu regionalista en el plano cultural hasta su desaparición en 1920.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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